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Morena, a prueba
M

orena, en mi opinión, no es ni blandengue ni sus militantes andan tras las chambas y los cargos; lo que pasa es que Paco Ignacio Taibo II es directo, enfático y, en su peculiar elocuencia, puso el dedo en la llaga. Es cierto que estamos en horas de definición y de reconstrucción del partido, sólo que debemos considerar las nuevas circunstancias; dejamos atrás una larga práctica opositora en un ambiente difícil; fuimos un partido que se enfrentó al poder; estuvimos en una lucha continua cuesta arriba, por mucho tiempo.

Dos despojos previos al triunfo fueron superados y al llegar éste vemos que se alcanzó con sorpresivos aliados de última hora, sin duda aceptados en forma explícita o tácita por nuestros apremiados estrategas; de pronto nos encontramos con una nueva realidad que no habíamos experimentado, Morena es un partido en el poder; quedó atrás el gran esfuerzo para conseguir firmas para detener la reforma energética, el cerco al Senado, la búsqueda del registro, las asambleas y otra vez recabar firmas y llenar formatos. Se obtuvo, para asombro de todos, el reconocimiento como partido; se ganó en una elección competida en 2017, la mayoría para integrar el Constituyente capitalino y con más de 50 por ciento de votos, la Presidencia el año pasado.

Lo nuevo es que un sector importante de los luchadores y manifestantes de 2004, 2005, 2006 etcétera, cargamos ahora con casi 20 años más, incluido el dirigente; es nuevo que se incorporaron durante la campaña presidencial o poco después algunos no identificados con la mayoría del pueblo fiel y sacrificado que participó a sabiendas de que lo hacía para cambiar la historia y sin aspiraciones a cargos partidistas o a empleos burocráticos.

Durante la campaña asombró una especie de división en clases sociales; en muchas partes del país, a quienes aspiraban a ser candidatos, se les pedía como requisito indispensable que tuvieran dinero para propaganda y organización. Con esa exigencia, muchos quedaron al margen y participaron como propagandistas y defensores del voto y se sienten copartícipes del triunfo de su candidato principal y los otros cargos en todo el país.

Recordemos también que en esa etapa de la lucha electoral, cuando el triunfo ya se vislumbraba como alcanzable, se acercaron muchos con varias motivaciones buenas y malas, eso es lo de menos, actuaron como aliados y a veces tomaron la dirección de las acciones políticas. También, recordemos, la organización incipiente del partido fue sustituida al inicio del proceso, desde arriba y por causas de fuerza mayor, por una estructura vertical que fue la que operó con éxito para obtener el triunfo.

Todo eso es una realidad, aliados sorpresivos, intenciones pragmáticas en algunos casos expresadas con cinismo y en otros ocultas, estructura operativa manejada desde el centro, candidaturas encargadas a rivales de apenas ayer, todo aceptado con asombro y a veces con desencanto, pero sin rebeldía. Luego, pasado el fragor de la batalla, Morena celebró haber llevado al poder a su líder y a otros dirigentes, pero como partido quedó exhausto y en situación difícil.

En eso estamos. ¿Cuál es hoy la nueva misión de este partido triunfador? Una respuesta muy importante es reconstruir su propia estructura y rehacer los comités vivos que le daban cohesión en todo el país, que respondían al lema hoy, si no olvidado al menos silenciado, de sólo el pueblo salva al pueblo. Por lo pronto, la realidad nos presenta a un pueblo padeciendo y soportando las consecuencias del cambio y la herencia del sistema vencido en las elecciones; en resumen, Morena debe rehacer sus cuadros desde abajo y en forma ­democrática.

El otro gran pendiente es precisar sus principios doctrinarios; ciertamente han sido expuestos en libros y discursos del dirigente principal, pero es necesario ponerlos en blanco y negro en, al menos, dos documentos, que deben ser ampliamente discutidos y consensuados y son, una declaración de principios y un programa de acción política; ciertamente, estamos de acuerdo en no mentir, no robar y no traicionar, en combatir la corrupción y en equilibrar los ingresos entre los pocos potentados que ganan fortunas que no se terminarán en varias generaciones y los muchos que no tienen casi nada, pero la definición debe ser más clara y surgir de la discusión.

En materia económica, ¿qué proponemos?: ¿libre mercado?, ¿justicia social?, ¿participación de los trabajadores en la propiedad y en la dirección de las empresas? o ¿una sociedad sin clases y la abolición de la propiedad privada?

Las disyuntivas son muchas y la discusión serena, fraternal y honrada es indispensable. Que la elección de dirigentes no nos divida, que las prácticas tradicionales de la política mexicana queden atrás y que signifiquemos un verdadero cambio, una Cuarta Transformación triunfadora y sin marcha atrás. Ni blandengues ni atrabancados, discutir con honradez intelectual y con disposición a oírnos con respeto unos a otros.