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Educación bilingüe o colonialismo
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al como lo anunció un tal Robert Lansing, hace casi un siglo, después de haber sido secretario de Estado de Estados Unidos, con el presidente Woodrow Wilson, y estando en la nómina de una empresa petrolera con fuertes intereses en México: para dominar plenamente a nuestro país no era necesaria una costosa y escandalosa intervención militar.

Esto era lo que exigía Rudolph Hearst con su poderosa cadena de periódicos. Para Lansing, bastaba que muchos mexicanos aprendieran inglés y la mantequilla de nuestra sociedad estudiara en universidades estadunidenses y volviera a su casa proclive y bien dispuesta para el servicio de las grandes corporaciones estadunidenses.

Es obvio que también la religión, como elemento disciplinario y de sumisión, tal como se ha establecido en tantas universidades privadas, contribuiría a la docilidad de sus egresados, máxime si éstos resultan satisfechos con los estipendios recibidos por sus dóciles servicios a quienes tienen intereses diferentes y hasta contrarios a lo que conviene a su comunidad. No puedo olvidar cuando un distinguido presidente de la Cámara de Comercio de Guadalajara, hará unos 10 años, reconocía que nuestros empresarios, tanto mercantiles como industriales, arriaban banderas al primer embate de los capitales foráneos y trascendían a lo que ya denominaban el sector de servicios; un modo velado de decir que simplemente pasaban a convertirse en servidumbre. Bien pagada, pero servidumbre al fin y al cabo.

Lo cierto es que la idea de que la educación debía estar al servicio de la sociedad en su conjunto quedó constreñida a reducidos círculos académicos de poca incidencia general, mientras el resto del magisterio y los padres de familia de escuelas públicas aceptaban con humildad contentarse con migajas o pequeños cotos de corrupción.

En cierto sentido, la cúpula de la sociedad ha mejorado hipotéticamente su calidad de vida con la incorporación de tantos recursos técnicos novedosos, pero el conjunto de la población mexicana, según han mostrado estudios muy serios, en lo que se refiere a la equidad, ha sufrido un grave deterioro en las dos décadas más recientes. Así lo concreta, por ejemplo, el reciente estudio de El Colegio de México, titulado Desigualdades, que vio la luz a mediados del año pasado, con la ayuda del aún denominado BBVA-Bancomer. Estarán de acuerdo en que ambas instituciones están lejos de considerar izquierdistas o irracionalmente contestatarias.

Por otro lado, cabe señalar que el entusiasmo por la educación bilingüe, tal como se lleva a cabo en muchas instituciones que pretenden incluso enseñar a pensar en inglés, ha recortado la capacidad de concebir y exponer ideas: limitado el raciocinio de los estudiantes. Una cosa es adquirir idiomas como segunda, tercera lengua, etcétera, la otra es crear un masacote en la cabeza de quien se entrena para vivir que, junto con la electrónica moderna, castra su posibilidad de razonar.

Si a ello le imponemos las limitaciones y acotamientos a la capacidad de pensar que trae consigo el dogmatismo de muchas formas de educación religiosa –no el conocimiento de las religiones, ni de su esencia y la filosofía que contienen– que están muy generalizadas en México, los recursos intelectuales se ven más constreñidos aún.