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De omnipotencia decimos…
¿Q

ué es la omnipotencia? Según Ferenczi es el sentimiento de que uno tiene todo lo que desea y no hay nada más que uno pueda desear (como en el carnaval que implican las vacaciones para los que tienen con qué pagarlas en estas épocas).

La omnipotencia sería el sentimiento de la capacidad del ‘‘Yo” para satisfacer toda la demanda instintiva.

Capacidad que sólo se da en el periodo fetal, debido a la existencia del suministro umbilical continuo y constante que mantiene al bebé en elevado nivel de respuesta ante la exigencia instintiva.

La omnipotencia real ha regido desde ya nuestra historia individual.

Octavio Paz en El laberinto de la soledad pone en práctica, en su narrativa, la propuesta por éste, a propósito de la lectura de Alfonso Reyes, cuando asegura que su obra ‘‘no sólo incluye una crítica, sino una filosofía y una ética de lenguaje de ella”.

Reyes propone que aparte de esa radical fidelidad al lenguaje que define al escritor, el mexicano tiene algunos deberes específicos: expresar lo nuestro; es decir, buscar el alma nacional.

Sin embargo, advierte Paz que es esto una tarea ardua, al usar un lenguaje hecho que no hemos creado, para revelar a una sociedad balbuciente y a un hombre enmañado. No tenemos más remedio que usar un idioma que ha sufrido ya las experiencias de Góngora, Quevedo y Cervantes… y expresar a un hombre que no acaba de ser, que vive en la omnipotencia y la realidad lo regresa a sus enormes carencias, no se conoce a sí mismo.

Escribir equivale a deshacer el español y recrearlo para que se vuelva mexicano, sin dejar de ser español. Nuestra fidelidad de lenguaje, en suma, implica fidelidad a nuestro pueblo y fidelidad a una tradición que no es nuestra, totalmente, sino por un acto de violencia intelectual.

Contenido de toda una expresión fragmentaria, balbuciente derivada de la omnipotencia, que describe y recrea; la realidad mexicana, fragmentada y fragmentaria que al ser nombrada cobra vida y se dice, para ser de nuevo –o sea melancólica– preguntar: ‘‘¿Qué es mi tiempo?, ¿qué es mi espacio? y, ahora, ¿cuál es mi circunstancia?, como si atendieran una súplica, sin escuchar una reunión de fondo, tan persistente, hermano del silencio”.

Quiere saber de su origen a través del de su padre y del de su madre, a pesar de tener una sabiduría otorgada por genes que, como memoria cibernética, la alimentan. El nombre se torna importante, y un nuevo nombrar las cosas, como en el génesis, porque al darles nombre sabemos de ellas, las conocemos, tenemos conciencia.

‘‘Deshacer el español”, recrearlo, para que se vuelva mexicano; introducir en él, paradójicamente los elementos disímbolos que conforman esa mexicanidad; su presente, su historia, ininteligibles con la sola razón, acudiendo por ello a la intertextualidad literaria, en una aparente libre asociación o un huir de la conciencia, a la vez que se hace referencia a aspectos presentes, encadenantes de la susodicha mexicanidad contradictoria, fragmentaria y fragmentada; aunque, eso sí, con una melodía repetitiva de abandono y violencia.

A fuerza de oír y contemplar, ha podido llegar a deletrear, algo de nuestro oscuro pasado y la imposibilidad que tenemos para retomarlo, planear y predecir. No obstante, por más que busca y rastrea en cada descubrimiento le aparecen nuevos misterios que le impiden, otra vez, ver y seguir con las explicaciones del sentido oculto de nuestra vida, un hilo conductor que va desde Reyes hasta Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes y que conducirá a otros narradores a vislumbrar, desde un lenguaje mexicano, un mundo de misterios, para volver a sumergirse en nuevas dudas y más profunda oscuridad, y así sucesivamente…