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Desencuentros
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antasía, cosa de risa, dijo el Presidente cuando La Jornada le preguntó por sobrevuelos rasantes en tierras zapatistas. Están mintiendo, reaccionó, cuando se le informó que los había documentado el Centro Fray Bartolomé de Las Casas. Al comentarle que no acostumbra hacerlo argumentó que a veces la ideología obnubila.

Parecía que el Presidente no habría ordenado los sobrevuelos, lo que era buena noticia. Pero hay otras dos posibilidades, también graves: si no mentía, lo ignoraba.

Unos días después envió desde Guadalupe Tepeyac uno de sus acostumbrados mensajes de amor y paz. Expresó su respeto al zapatismo y la necesidad de unirse, a pesar de las diferencias. Subrayó que él había elegido la vía pacífica electoral y que no es como quienes lo precedieron; no va a reprimir a las comunidades indígenas.

¿Habrá enviado este mensaje a sus propios equipos, a quienes ordenaron los sobrevuelos y agreden a los zapatistas creyendo quedar bien con él? Si fue para los zapatistas, está fuera de lugar.

El EZLN optó por la insurrección armada cuando todos los caminos pacíficos estaban cerrados. Desde el 12 de enero de 1994; sin embargo, escuchando a la sociedad civil, se ha negado a usar sus armas, incluso ante ataques de grupos paramilitares y organizaciones afines al gobierno. No volvió a ellas cuando el gobierno se levantó de las mesas de negociación en San Andrés e incumplió los acuerdos suscritos por ambas partes y respaldados por la comisión multipartidaria del Congreso.

La distancia que no reconoce AMLO es de otra índole. Los zapatistas, como el CNI, son abiertamente anticapitalistas. Para los pueblos el problema no es la falta de inversión, como supone AMLO, sino el acoso, la explotación y el despojo que esa inversión, pública o privada, practica en los pueblos.

Los zapatistas y el CNI no optan por la vía electoral, ni siquiera con el CIG y Marichuy, que tuvieron y tienen otra función. Saben que el gobierno y los aparatos estatales están al servicio del capital privado.

Los zapatistas aprenden en cabeza ajena. Han visto resultados de los gobiernos progresistas de Sudamérica, con caminos muy similares al de AMLO. Junto a cierta redistribución del ingreso hacia los más pobres y alguna rectoría del Estado, celebran acuerdos con el gran capital y realizan megaproyectos catastróficos para los pueblos y la naturaleza, como el caso muy sonado del TIPNIS en Bolivia.

En México, el Istmo ilustra ese camino. La Secretaría de Hacienda prepara un Plan Maestro para facilitar la inversión privada. Según declaró el responsable del proyecto, los parques industriales se harán en terrenos ejidales para que sus propietarios no se queden nomás mirando cómo pasa el progreso y el desarrollo sin que se les incluya. Se generarán empleos ( La Jornada, 24/4/19).

Sabemos bien qué clase de empleos e inversiones. Las maquiladoras ya fracasaron en otras partes de Oaxaca. La gente no sacrifica sus modos propios de vida, en que pueden tener dignidad, autonomía y aprovechamiento sustentable de los dones de la tierra, a cambio de salarios infames y condiciones miserables de trabajo.

AMLO y los funcionarios se han atrevido a decir que el gobierno ya obtuvo el respaldo de la gente para sus proyectos. Bajo el lema El Istmo es nuestro, 50 organizaciones los refutaron. Rechazaron el proyecto mismo y las consultas, ampliamente descalificadas.

AMLO no conseguirá la unión que busca si se niega a escuchar a quienes se oponen a su peculiar idea del progreso, que constituye en realidad un regreso a modelos y prácticas que ya fracasaron, aquí y en todas partes, salvo para unos cuantos. Y éstos, por cierto, se enfrentan ahora al Presidente, desde una posición tan miope como reaccionaria.

¿Quiénes están contra él? Se rebelan académicos, funcionarios, atletas o policías que pierden prebendas. Se quejan los afectados por el desorden y la ineficiencia de las campañas por la austeridad y contra la corrupción o de nuevos programas. Gritan restos de partidos para dar señas de vida. Pero el ataque cada vez más violento, concertado y agresivo viene de los grandes capitales, que no quieren ser tocados ni con el pétalo de una rosa y exigen subordinaciones tan abyectas como las de Fox, Calderón o Peña. No perdonan el aeropuerto o el fin de las condonaciones fiscales. No está claro hasta dónde llegarán para someter por completo a AMLO… o para sustituirlo, usando incluso las armas.

No parece tener mayor eco la posición de quienes pensamos que es indispensable enfrentarlos a fondo. Debemos deshacernos de ellos, para poder reconstruir la sociedad desde las ruinas que dejaron y siguen produciendo; no es asunto de personas sino de relaciones sociales. No desconocemos las consecuencias de hacerlo en las actuales condiciones del mundo. También sabemos que no es posible hacerlo desde las estructuras de gobierno. Es un camino que sólo puede recorrerse a ras de tierra, con plena conciencia de los riesgos y de que no hay otra opción.