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Nosotros ya no somos los mismos

Benjamín Wong, 1 // Primer chino en recorrer las calles de Saltillo y hablar con la gente en español // Recado a don Horacio Villamil Ginnetty

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▲ La presencia de Benjamín Wong Castañeda en Saltillo fue una lección de humanidad y nobleza.Foto Pedro Valtierra
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legó a Saltillo recién iniciada la segunda mitad del siglo, el XX, por supuesto. Su intempestiva presencia causó extrema curiosidad y desconcierto. Reacciones explicables en un pueblo donde la densidad poblacional había aumentado unas cuantas micras desde que el conquistador portugués Alberto del Canto, allá por 1574-1577, había incursionado por estos indómitos territorios. No puedo exagerar diciendo que entonces todos los saltillenses nos conocíamos. Y no me refiero, siquiera, a los “más top”. No sólo a la desdeñosa señorita Alvírez, víctima por sus frecuentes veleidades de los acosos del quisquilloso joven Hipólito, a quien el rítmico llamado de la redova le provocaba ataques epilépticos incontrolables, gracias a los cuales había ganado, en la región, varios concursos de zapateo. O al jacarandoso Agustín Jaime, quien –como se recuerda– compulsivamente subía, y bajaba por calles de Bravo por donde él vivía. Ni, por supuesto, a la hospitalaria Justina (en cuya casa –según testimonio nunca cuestionado del doctor en estos saberes, don Eulalio González Piporro– lo velaron).

No puedo sostener, entonces, que todos los habitantes de ese oasis nos conocíamos, pero sí que, en velorios, casamientos, eventos deportivos, en la plaza de armas o la comisaría, todos los pobladores, alguna vez, nos habíamos topado. Por eso, precisamente, en Saltillo jamás habíamos visto un chino de carne y hueso. Había una calle rodeada de huertas y hortalizas, una especie de falansterio chino. El nombre original de General Murguía había pasado al habla popular como calle de los Baños o de los Chinos. Chinos a quienes muy poca gente había conocido cara a cara.

Benjamín Wong se llamaba el chino que fue el primero en recorrer nuestras calles y hablar con nosotros en nuestro mismo idioma (faltaba más: porque él no era originario de ninguna de las 34 subdivisiones, 22 provincias, cuatro municipalidades, cinco regiones autónomas y dos regiones administrativas, que constituyen (por este ratito), nuestra entrañable compañera de camino: la República Popular China. ¿O qué no han visto Comedy Central esta semana?

Benjamín Wong Castañeda había nacido en Concepción del Oro, Zacatecas (a unos kilómetros de Saltillo), el año de 1934.

En esos entonces, según los avisos, a la llegada y salida de la ciudad, la capital de Coahuila seguía contando con 75 mil habitantes. Dato por demás intrigante, tomando en cuenta lo prolífico de las cristianas familias y a la temprana edad en que la muchachada saltillense empezaba a prolificarse y, muy importante, a la vocación matusalenesca de los pobladores originarios, empeñados en no retirarse del escenario de Saltillo antes de la novena entrada.

En los cincuenta, en Saltillo, hablar y escribir eran, con todo respeto para los Pericos o los Saraperos –equipos de beisbol de la ciudad–, los mayores atractivos y aficiones de la mayoría de la gente. Existían en la ciudad algunos periódicos: El Heraldo, órgano más gubernamental que el propio Diario Oficial del gobierno, era como la agenda del gobernador en turno. La dirección de ambos era un puesto burocrático que se conseguía merced a méritos partidarios en campañas electorales o al servicio abyecto del C. gobernador en turno. El otro era un pobrecito y famélico diario que se sostenía nada más por la tradición, el afecto, el reconocimiento al servicio que a la comunidad prestaba y, muy especialmente, a la credibilidad que el pueblo entero otorgaba, de toda la vida, a la integridad de los editores: dos ancianitos que estoy seguro ya pasaban de los 60 años. (¡Vaya que han cambiado hasta los estándares de vida posible de los seres humanos, y la conveniencia, como en este caso, de que sigan viviendo!). Don Benjamín Cabrera y don Rafael Martínez. Para ellos la llegada del monstruo Cadena García Valseca fue el principio del fin. Dentro de este proceso inevitable, la presencia de Benjamín Wong fue una lección de humanidad y nobleza. En un segundo acercamiento lo conversaremos.

Los renglones que me quedan eran para relatar el comportamiento de una eficaz servidora pública, pero lo dejo para después, porque hoy quiero mandar un recado a don Horacio Villamil Ginnetty: Don Horacio, lamentablemente esta comunicación es saludo y despedida. No quiero, sin embargo, dejar de darle yo también las gracias por hacerlo: fuerte y libre. Desde que lo conozco, siempre lo ha sido. Si, como hasta ahora ha sucedido, se nos logra, será para bien de todos.

P.D. A la hora de contar aviones, póngase abusado, acuérdese de que Monsi a todos nos dejó marcados.

Twitter: @ortiztejeda