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La daga en el corazón
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natomía del infierno. El realizador francés Yann Gonzalez (Los encuentros después de medianoche, 2013) podía haberse contentado con filmar un documental sobre la floreciente industria del cine porno en Francia a finales de los años 70, inspirándose tal vez en la notable cinta Juegos de placer (Boogie nights, 1997), de Paul Thomas Anderson. A juzgar por lo insinuado en su delirante ficción La daga en el corazón (Un couteau dans le coeur, 2018), el resultado podría haber sido fascinante. En lugar de esa posible crónica mundana del París de los antros de mala muerte con sus laberínticos cuartos oscuros, y los saunas con masajes intensos y voyeurismo desbordado, y los cines de barriada con clasificación X, sitios de intermitente ligue gay en pasillos malolientes que de un modo muy cálido y emotivo retrata el francés Jacques Nolot en La gata con dos cabezas (La chatte à deux têtes, 2002), el director Yann Gonzalez, como buen sobreviviente hedonista de aquellos años anteriores a la pandemia del sida, prefiere dejar de lado cualquier remembranza nostálgica y proponer algo más novedoso y arriesgado: la recreación de las enrarecidas atmósferas en los sets de filmación de las películas porno, combinando la historia de amor contrariado que padece la productora Anne Parèze (Vanessa Paradis) por su editora predilecta Loïs McKenna (Kate Moran) con el relato sombrío de una espiral de crímenes cometidos por un asesino serial que, por razones misteriosas, se empeña en ejecutar con saña a varios efebos estelares de ese cine porno gay.

Yann Gonzalez afirma con deleite y sin rubor su afición por el cine de Jean Genet (Un canto de amor, 1950) y por una estética que declaradamente busca romper todo lazo con el realismo dominante en el cine francés actual. Lo suyo es la evocación, entre onírica y poética, de una utopía libertaria que celebra la libertad corporal y la trasgresión sexual, presentada en su aspecto formal como una provocación al canon artístico de un cine de factura convencional. La apuesta es temeraria, pues La daga en el corazón bien puede desagradar tanto a los amantes del cine de autor que habrán de considerarla excesiva y kitsch, como a los aficionados de un cine independiente y marginal que tal vez le reprochen su recurso a estrellas del mainstream fílmico francés, así como los aspectos muy previsibles de su trama. Iniciar la película con un crimen de despecho u odio que remite a una escena clave de la muy polémica Cruising (1980), del estadunidense William Friedkin, no contribuye precisamente a disipar los recelos y suspicacias. Detenerse en ese aspecto equivale, sin embargo, a pasar por alto las viejas amalgamas entre crimen y placer, entre voluntad de poder y abyección asumida, presentes no sólo en el Jean Genet citado o en la estética perturbadora de la Catherine Breillat de Anatomía del infierno (2004), sino en una tradición del mejor cine queer norteamericano, desde el vanguardista Kenneth Anger de finales de los años 40 hasta el Todd Haynes de Veneno (Poison, 1991).

No es un azar que el cine de Yann Gonzalez reivindique toda esa estirpe que le precede, apueste por el lado iconoclasta de la representación trash de las películas serie Z y admita su parentesco con las ficciones fantasmagóricas y hechizantes de su compatriota y colaborador Bertrand Mandico (cinta de culto Los niños salvajes/Les garçons sauvages, de 2017, y mediometraje Ultra Pulp, de 2018). El problema principal para apreciar y valorar en México películas como las de Yann Gonzalez y el propio Bertrand Mandico radica en el largo desdén que muchas distribuidoras han manifestado por este cine de la periferia artística, no sólo tratándose de la producción actual, sino de aquellas cintas emblemáticas que la inspiran y alimentan. La daga en el corazón es un tributo declarado al cine de terror del italiano Dario Argento (El pájaro de las plumas de cristal, 1970; Suspiria, 1977), y a la larga iconografía del criminal doliente en El fantasma de la ópera. Pero paralelo a ese tributo, el espectador asiste a una representación, entre sulfurosa y desencantada, de una empresa comercial de explotación de los goces y miserias sexuales de esos años 70 que estuvieron siempre muy al filo de un peligro vertiginosamente asumido y un romanticismo a flor de piel que sólo habrían de ser justamente calibrados con el paso del tiempo y la irrupción de propuestas tan inusuales y desconcertantes, como este extraño largometraje de Yann Gonzalez.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.