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Belleza y memoria
E

n la calle República de Chile esquina con Donceles se encuentra uno de los ejemplares más bellos de la arquitectura barroca que caracterizó al siglo XVIII. Su dueño original fue don Adrián Ximenes de Almendral, platero venido de Sevilla que en esta ciudad cobró gran fama y prestigio por la calidad de su trabajo.

Muchas de las casas de la aristocracia virreinal se adornaron con los objetos que elaboraba en su taller de la calle de Plateros (hoy Madero). Sus piezas más finas las enviaba a España para la realeza y su corte.

Increíblemente se desconoce el nombre del arquitecto que diseñó la soberbia construcción. El recubrimiento de los muros es de tezontle y los enmarcamientos de las puertas y ventanas de chiluca color gris plata. Como una coquetería adicional muestra elementos en cantera rosada, detalle original que no se ve en otras construcciones barrocas.

Un elemento único es el conjunto escultórico que adorna la esquina: un niño parado sobre la cabeza de un león, cargando en la cabeza un cesto de frutas. Es notable la finura de la talla de piedra.

El nombre con el que se conoce a la mansión se lo dio su segundo dueño, el conde de Heras Soto, quien la adquirió a fines del siglo XVIII. La familia la habitó por varias generaciones, entre otros su descendiente, el ilustre historiador y cronista don Joaquín García Icazbalceta. Bibliófilo, investigador, impresor, filólogo, traductor, historiador y cronista de la Ciudad de México.

Nació en 1825 en la capital y de niño vivió unos años en España, como resultado del decreto de expulsión de los españoles de 1828. Ocho años más tarde la familia pudo regresar y en 1848, durante la invasión estadunidense, se enlistó en el Batallón Victoria, con el que participó en varios hechos de armas.

Pero su pasión fueron los libros, los que no sólo coleccionó, sino que escribió e imprimió. Rescató en el Archivo de Indias los famosos Diálogos latinos, de Francisco Cervantes de Salazar, gracias a la cual podemos conocer cómo era la Ciudad de México de mediados del siglo XVI.

En el primer tercio del siglo XX la casa fue fraccionada y vendida, y se le dio diversos usos: oficinas de Ferrocarriles Nacionales y una fonda. El gobierno de la ciudad la adquirió y restauró magníficamente para que fuera la sede del Archivo Histórico del antiguo Ayuntamiento.

Seguramente no podría estar más feliz don Joaquín con el uso actual de la mansión: aquí se custodia la memoria documental de la Ciudad de México desde 1524. Están las primeras actas de cabildo que levantó Hernán Cortés cuando creó el ayuntamiento.

Para darnos una idea de la magnitud del tesoro que resguarda, hablamos de alrededor de 12 mil 529 volúmenes; el Fondo GDF, con más de 100 mil expedientes; el Fondo Municipalidades, con documentos de la antigua división del Distrito Federal; el Fondo del DDF y 80 mil planos.

Muy importantes: las memorias sobre las obras del desagüe del valle de México de cuatro centurias y una colección de publicaciones periódicas que va de 1830 a la primera mitad del siglo XX.

La labor del archivo es organizar, conservar, administrar, describir y divulgar el monumental acervo. Hace poco llegó como directora la doctora Donají Morales Pérez: apasionada de la historia y con gran experiencia, hace muy buena mancuerna con la maestra Guadalupe Lozada. También destacada historiadora, es la coordinadora de Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Secretaría de Cultura del gobierno capitalino, de quien depende el archivo, así es que seguro vienen muy buenos tiempos al rico acervo.

Para la comida vamos a Limosneros, en la calle de Allende 3, que ofrece original y muy sabrosa comida mexicana en el entorno de una bella casona virreinal.

Nuestro menú de ese día: con el mezcalito, sope de machaca, la trucha frita, tan crujiente que se come con todo y huesos, lo acompaña un arroz cítrico ¡platillo fuera de serie! El cierre: panal de abeja que corona un panecillo recién horneado y helado de nata.