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Tumbando caña

Rubén González: en el centenario de su nacimiento

A

hora que se aproxima el centenario del natalicio de don Rubén González (26 de mayo), enorme figura de la pianística latinoamericana y caribeña, cabe rescatar/recordar algunos momentos de la entrevista que nos concedió en su última visita a la Ciudad de México con motivo de la espléndida presentación en el Teatro Metropólitan el 5 de septiembre de 1998.

Por ese entonces el maestro rondaba los 80 años de edad y aseguraba estar viviendo un sueño hecho realidad por la repentina fama tras el éxito del proyecto Buena Vista Social Club (BVSC), donde se rencontró con viejos amigos, giró por el mundo y, además, le publicaron dos obras discográficas bajo su nombre: Introducing Rubén González y Chanchullo, ambas editadas por el sello World Circuit y distribuidas en México por Discos Corasón.

En aquella ocasión encontramos al maestro sentado frente al piano del hotel en el que se hospedaba. Tocaba una vieja melodía cubana, la cual detuvo para saludar y decirnos de entrada que el piano era todavía su juguete del alma, su voz y todo su ser. En él encontraba respuesta a todo y ese todo era su verdad. Si por mí fuera, me pasaría todo el día sentado ante este instrumento, que es cierto, que nunca miente.

Hablaba quedito, sin aspavientos: Usted no sabe, pero este instrumento es mi gran cómplice en la vida. Él me da respuesta a todo y de él me valgo para comunicarme, para decir quién soy.

Antes de pertenecer al BVSC el maestro se encontraba en retiro, casi olvidado y sin piano, por lo que acudía a cualquier sitio donde hubiera algo parecido a un mueble con 88 teclas donde calentar los dedos: “Sucede que el piano de casa fue devorado por las termitas y al no tener dónde tocar acudía a bares, restaurantes, asilos, casa de amigos… en fin, cualquier parte donde pudiera acceder”, nos decía con buen humor.

“Una tarde que me encontraba en los estudios de la Egrem me descubrieron tocando uno de los pianos del lugar, me escucharon y de ahí vino la invitación a participar en la grabación del Buena Vista… Todo fue así, fortuito”.

Don Rubén Había tocado con infinidad de orquestas señeras de Cuba, tales como la de Arsenio Rodríguez, Estrellas de Areito, América y Enrique Jorrín, distinguiéndose por su dominio de los géneros populares cubanos, ganando fama con sus solos en el danzón, la guaracha y el chachachá y por su forma elegante, caballerosa, de ejecutar. Lo que agradó al productor del álbum Nick Gold y al director artístico Ry Cooder.

Los rumores de su retiro por problemas de artritis en las manos se disiparon al escuchar sus desarrollos en la mayoría de los temas. Sobre todo en los danzones Isora y el Buena Vista Social Club. La técnica y digitación ejercida por el maestro demostraron su valía. A esa edad, don Rubén hacía la guerra. Al ejecutar los temas se adornaba con enérgicos y joviales trémolos y audaces acordes de nuevo cuño. Me gusta la belleza de la armonía, nos confesaba. Hay que tomar en cuenta que la belleza de las armonías no está en lo complejo, sino en lo completo. A esto último se puede llegar por la ruta de la sencillez.

En aquella entrevista nos decía que lo más importante del ejercicio pianístico no era el virtuosismo armónico, ni la cantidad de notas que se pudieran tocar por segundo. Lo más importante es saber conjugar la técnica con la espiritualidad.

Dueño de un estilo que le identificaba como formador de pianistas, don Rubén afirmaba que su forma de tocar venía de la veta cubana: “Toda mi vida he escuchado y recreado todo tipo de música, pero es la cubana en la que más he hecho énfasis.

En ese universo impera el ritmo, a veces un potro bravo que hay que domar, le decíamos y él con su buena ondez respondía: “Sí, claro. El ritmo te puede llevar a muchos planos desde hacer base hasta crear un todo instrumental. En ese sentido me llevo bien con el ritmo, me apoya en mis desarrollos y me inspira en las descargas (…) Cuando uno está tocando el piano sin ritmo es difícil transmitirle al instrumento sus sentimientos”.

(Continuará)