Opinión
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La muestra

Leto

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▲ Fotograma de la cinta de Kirill SerebrennikovFoto
I

dolos de la Perestroika. En torno de la figura del compositor y cantante soviético de rock Viktor Tsoi, alias Leto (Teo Yoo), el realizador ruso Kirill Serebrennikov (El discípulo, 2016), ofrece una mirada novedosa y reveladora de lo que fue la escena musical underground de los años 80 en la extinta Unión Soviética. A la crónica de los entusiasmos de una juventud reunida en los escasos puntos de reunión que permitían escuchar rock en tiempos de Brezhnev y siempre bajo el celo vigilante de agentes gubernamentales, añade la historia amorosa del exitoso cantante Mike (Roma Zver), líder de la banda de rock Kino y su compañera Natacha (Irina Starshenbaum), así como las contrariedades que se originan cuando esta última sucumbe a la fascinación por Viktor Tsoi, el nuevo músico que irrumpe en los escenarios con una propuesta novedosa, alejada del duro rock setentero en boga, y más cercana a una corriente new age romántica. Esta oposición de géneros musicales permite contrastar el impacto que tuvo en la URSS la música clandestina de los Talking Heads y David Bowie, con su parafernalia glam, y el puente entre lo transgresor y lo romántico que representó el estadunidense Lou Reed en álbumes tan icónicos como Berlín y Transformer y la melodía A perfect day, citada en la película.

Filmada en blanco y negro, Leto recupera con acierto escenográfico las atmósferas grises de Leningrado (hoy San Petersburgo) punto de encuentro privilegiado de una vanguardia musical apenas tolerada. Y ese mismo paisaje se ve dislocado en la pantalla con intempestivas intervenciones de animación, graffiti y rayones blancos así como letras de música. El ritmo de la edición es por momentos trepidante. Considérese al respecto la memorable secuencia del altercado de miembros de la banda de rock con ciudadanos pro gubernamentales en el interior de un tren al ritmo de Psycho Killer de los Talking Heads.

Serebrennikov rinde homenaje no sólo a esas bandas de rock clandestinas, sino al cine de la Perestroika que tuvo como protagonistas a esos mismos músicos, como en el caso de la película Assa, filmada por Serguei Solovev en 1987, un año antes de La pequeña Vera, de Vasili Pichul, justo en vísperas del desmembramiento del régimen comunista. Leto captura bien ese clima de fin de régimen. La historia del triángulo amoroso es sólo un contrapunto atractivo a la crónica de un inconformismo juvenil ya imparable. Una prueba de la vigencia de esa crítica antiautoritaria es la suerte misma del incómodo director Serebrennikov, quien no pudo asistir a Cannes a presentar su película por encontrarse confinado a un arresto domiciliario en Rusia bajo amañados cargos de corrupción. Bajo su apariencia de comedia romántica, Leto es un atractivo musical de lúdica anarquía, muy bienvenido en estos aciagos tiempos de revival fundamentalista.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 15:15 y 21 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1