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Mar de historias

Viaje de regreso

E

l taller de costura abarca el tercer piso de un viejo edificio. En el techo se notan manchas de humedad y en los muros, grietas. Junto a la puerta, entre cortinas rojas, hay un altar en honor a la Virgen de Guadalupe y a San Judas Tadeo. Cerca, en la misma pared, están colgados un reloj, la fotografía de Pedro Infante, un trozo de espejo y un calendario.

En el piso hay 10 máquinas, pero sólo se escuchan los motores de dos. En ellas trabajan Raquel y Paulina. Esta Semana Santa les tocó quedarse de guardia. Saldrán de vacaciones cuando regrese al taller el resto del personal.

Interrumpida durante unos minutos, vuelve a escucharse la voz de Pedro Infante interpretando Por un amor. Ante la admiración de Raquel, Paulina la secunda emocionada.

Raquel: Nunca te había oído: cantas bonito.

Paulina: No tanto, pero me gusta. Cuando era chica, en la escuela siempre me elegían para cantar. (Mira el reloj, se quita los lentes y desconecta la máquina.) Pasa de las dos. Con razón tengo hambre.

Raquel: Yo también. (Se levanta y saca de una bolsa de plástico un túper blanco.) Traje coditos con atún.

Paulina: Yo, ensalada. Rogelio dice que estoy engordando mucho. (El radio enmudece de nuevo.) Cuando tenga un tiempecito se lo llevo a mi cuñado para que lo componga. La música hace falta.

II

Sobre la mesa están los contenedores con restos de comida y trozos de papel que las costureras usaron a modo de servilletas.

Paulina (bosteza): No sé por qué, pero siempre después de comer me da un sueño tremendo. Voy a calentar agua para hacernos un cafecito. (Lee en su celular el mensaje que acaba de recibir.) Es de Rogelio. El mecánico le dijo que la compostura del coche saldrá en 7 mil pesos y como no los tiene pues no puede sacarlo del taller. Él no se sube a un autobús ni que lo maten, así que mejor me olvido de las vacaciones.

Raquel: ¿A dónde pensaban ir?

Paulina: A San Luis Potosí para visitar a mi hermana. Hace cuatro años que no la veo. Cuando le hable y le diga que no me espere se va a poner tristísima.

Raquel: ¿Y por qué no vie-ne ella?

Paulina: No quiere. Se fue de aquí después de que iban a secuestrarle a su hijo mayor. Jamás ha vuelto a la ciudad: le da miedo. (Abre el frasco de café soluble). Ya queda muy poquito. A ver si mañana compramos.

III

Oscurece. Raquel y Paulina se detienen frente a un aparador donde se exhibe ropa de playa. Comentan los diseños, los precios, y después siguen rumbo al paradero de las micros.

Paulina: ¿Tú vas a salir?

Raquel: Sí, a Querétaro. No puedo fallarle a mi abuela. Espera el viaje durante todo el año. Viste que hoy me llamó tres veces. ¿Sabes para qué? Para que le dijera si ya compré los boletos.

Paulina: Las personas mayores se vuelven como niños. ¿Qué edad tiene tu abuela?

Raquel: Setenta y nueve, pero está muy bien y de lo más activa. Lo malo es que de repente desvaría y ya empieza a olvidar las cosas. Cuando estaba en mi casa muchas veces encontré las llaves pegadas en la puerta. Cualquiera pudo meterse. ¿Te imaginas?

Paulina: ¿Y por qué se fue de tu casa?

Raquel: Hace tres años que decidió irse a un asilo. Ya antes había querido hacerlo, pero se lo impedí. Esta vez no porque comprendí que era lo mejor para ella. Yo, desgraciadamente, no puedo cuidarla todo el tiempo. Salgo muy temprano al trabajo y regreso tarde, así que se pasaba todo el tiempo sola y sin hablar con nadie. Algunas noches la encontré asomada a la ventana, esperándome.

Paulina: Dale gracias a Dios de que no le haya dado por salirse a la calle.

Raquel: Eso nunca lo hizo pero tenía descuidos tremendos. Se acostaba a dormir con el cigarro encendido. Una noche estuvo a punto de quemarse. Gracias a Dios llegué a tiempo para evitarlo porque el humo me avisó.

Paulina: Ya me imagino el sustazo que te llevaste.

Raquel: Ella también. Estuvo varios días sin comer y con dolores en el pecho.

Paulina: No me digas que sigue fumando.

Raquel: Ya no. En el asilo está prohibido que los huéspedes fumen. Me alegro por su salud y por su seguridad. ¿Por qué me miras así?

Paulina: Pienso en tu abuela. Es muy afortunada por tener una nieta como tú; otra, en tu lugar, la habría abandonado.

Raquel: ¡Ni loca! Ella siempre ha sido muy buena conmigo: la adoro. Cuando hacemos el viaje y la veo tan contenta, me siento feliz.

Paulina: ¿Y por qué siempre quiere que la lleves a Querétaro?

Raquel: Porque allí vivió con mi abuelo Santos y le gusta visitar los sitios donde estuvo con él. Lo primero que hace es pedirme que visitemos la iglesia de Nuestra Señora de la Merced donde se casaron. Por fortuna está en pie; en cambio de los otros lugares –su casa, el taller que tenían, el jardín a donde iban los domingos– no queda nada. A mi abuela no parece importarle, le basta con estar allí.

Paulina: ¿Cuándo se van?

Raquel: El jueves y volvemos el domingo temprano. Como quien dice, en tres días mi abuela hará otra vez un viaje de regreso a su juventud, a su vida de antes, a los años felices junto al abuelo Santos.