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Mar de Historias

Perro guardián

S

on las doce. Los empacadores que trabajan en el supermercado salen a tomar su descanso. Lo aprovechan para comer el alimento que trajeron de sus casas, platicar o distraerse mirando a las personas que llegan para hacer sus compras. A esas horas la mayoría de clientes son mujeres. Algunas van en compañía de sus mascotas: perros a los que dejan atados de una barra metálica, junto al estacionamiento.

Elisa y René prestan sus servicios en la caja de mayor afluencia. Con autorización del gerente prolongan su descanso unos minutos más de los permitidos. René los ocupa en hacer sus cuentas, Elisa en acercarse y mimar a los perros que, jadeantes, aguardan la reaparición de sus dueños.

Hoy se queda más tiempo con el labrador al que le falta media oreja. Intenta acariciarlo, pero el animal retrocede ladrando. Derrotada, Elisa vuelve a la banca donde su compañero fuma el único cigarro que se permite al día.

II

–Pobre animal. ¿Cómo habrá perdido su media orejita?

–Seguro por maltrato –contesta René con naturalidad.

–No entiendo que haya personas capaces de lastimar a un perro: son animales maravillosos. Lo sé porque tengo uno. Se llama Peluche.

–¿De qué raza es?

–Mestizo: cruzado de calle con banqueta; pero yo lo veo como el perro más fino del mundo –concluye Elisa riendo.

–¿Y cómo se hizo de Peluche?

–Un sábado me lo encontré al salir de la panadería. Daba lástima de tan sucio y flaco. Pensé que estaría hambriento, saqué un bolillo y se lo di partido en cachitos. Se lo comió tan rápido que parecía una aspiradora. Empecé a caminar y se fue detrás de mí. Quise alejarlo, pero no pude y me siguió hasta el edificio donde vivo. Sin hacerle caso entré en mi departamento. Es cómodo, pero con una desventaja: falta mucho el agua. Cuando salí para llenar una cubeta en la llave del patio vi al animal echado frente a mi puerta. Sentí horrible de que estuviera allí, con tanto frío, y lo metí a mi casa para que durmiera por esa noche. Al principio se puso a ladrar y quería morderme, pero después se tranquilizó. Cuando me senté a comer, se echó a mis pies y se quedó mirándome con una expresión tan tierna que por poco lloro. Entonces me dije: Elisa, no tienes tiempo para cuidar animales. Mañana que es tu día libre, llévalo a la veterinaria donde se adoptan perros.

–No sabía que se pudiera adoptar un perro.

–Ahora ya lo sabe. Total, que me lo recibieron sin problema y regresé a mi casa.

En el momento de entrar y ver el plato donde le había servido agua y la toalla donde se echó a dormir comprendí que extrañaba al perro. –¡Pero si estuvo con usted menos de un día!

–Sí, pero en ese poco tiempo me sentí acompañada, contenta de oír sus pasos y de que me siguiera. Entonces me di cuenta de lo sola que he vivido. Estuve pensándolo un buen rato antes de regresar a la veterinaria y pedir que me devolvieran al perro. Cuando firmé el acta de adopción y me preguntaron qué nombre le pondría dije el primero que se me vino a la cabeza: Peluche.

–¿Por qué?

–Fui una niña muy miedosa: mi abuela siempre me contaba historias de aparecidos. Cuando me dio sarampión, mis padres me regalaron un perro de peluche para que me acompañara mientras ellos salían a vender. Ese juguete significó tanto para mí como ahora Peluche, pero con una diferencia: el perro de mentiras me hacía olvidar el temor a los muertos; mi Peluche el miedo que me inspiran algunos vivos. En cuanto oye que alguien se acerca a mi puerta ladra como loco; después, ya pasado el peligro, va a echarse junto a mí muy quietecito.

–Y usted, ¡feliz!

–Y agradecida con Peluche. Cuando vuelvo del trabajo mueve la cola, salta, me hace fiestas; si me agacho para acariciarlo, me lame la cara y las manos: son sus besos. A cambio de la alegría que me da procuro atenderlo bien. En la noche lo saco a pasear y los domingos que tengo libres me lo llevo al jardín para que juegue con otros perros. Ya tiene muchos amigos: Lanas y Rocky son sus preferidos. ¿Por qué me mira así?

–Es que nunca la había visto tan animada.

–Porque nunca habíamos hablado de Peluche. No se imagina cuánto le debo a ese animal.

–Siento curiosidad por conocerlo.

–Nos toca descanso el domingo que viene. Lo invito a mi casa para que vea lo lindo que está y lo simpático que es. Cuando se pone a cazar moscas me mata de risa.

–¿Qué le llevo?

–Un hueso poroso.

–No pensaba en Peluche, sino en usted. ¿Qué le gustaría que le llevara?

–Nada, gracias. Luego le apunto mi dirección, ahora vamos a trabajar antes de que nos reporten.

III

Elisa cuenta las gratificaciones que recibió durante sus horas de trabajo. Va a guardarlas en su bolsa de mano cuando llega al baño Amaranta, la cajera estrella, y le pregunta cómo le fue.

–Bien, pero acabé rendida.

–Lo bueno es que ya se va.

–Sí, pero antes recojo una carne tampiqueña que dejé apartada. Hasta mañana, chaparrita.

Al pasar rumbo a la carnicería Elisa se detiene en la sección de cosméticos y perfumes. Hace años que no se compra ni siquiera una loción. Hoy puede hacerlo: le fue bien con las propinas y el domingo René irá a su casa para conocer a Peluche. Sonríe: piensa que está creciendo su deuda con el perrito cruzado de calle con banqueta.