Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de abril de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Cambiar es para hoy
E

n una interesante y productiva reunión con estudiantes y profesores de la Escuela Nacional de Estudios Superiores de la Universidad Nacional Autónoma de México, ENES-UAM, de León, Guanajuato, un colega advirtió que lo primero que hay que hacer en materia de educación es filosofía educativa; no dejar de preguntarse por los fines y propósitos de la misma. Pienso que hay que realizar el mismo tipo de ejercicio filosófico en el campo minado de la política económica y social, sobre todo si de lo que se trata es de que los grandes empeños de la llamada Cuarta Transformación tengan congruencia.

Ignoro si el presidente y su gobierno tienen a la mano lo necesario para corregir el rumbo de su política económica y social, pero a estas alturas debería estar claro que la sola voluntad del Ejecutivo no es suficiente para hacerlo. La creencia presidencial en sus propias proyecciones no tranquiliza a nadie; de hecho, introduce elementos de incertidumbre en los mercados financieros, de dinero y capitales, porque no obstante la tranquilidad con que lo hizo, al enmendarles la plana a su secretario de Hacienda y colaboradores le agregó pimienta a un entorno internacional de por sí crispado por las expectativas económicas a la baja.

Globalizados como están los ánimos donde se apuestan los ahorros y excedentes de todo tipo lo que ahí se piense importa para guardar o resguardar los así llamados equilibrios macroeconómicos. Tanto el déficit fiscal como el de las cuentas foráneas, siguen colgados de alfileres y el dilema actual reside en la posibilidad de aumentar los gastos para salir al paso a una recesión desdichada y, al mismo tiempo, no verse en la necesidad de aumentar el endeudamiento externo e interno para que las cuentas cuadren.

Sin embargo, lo urgente está en otro lado. La posibilidad de combinar dinámicamente un desempeño positivo de la economía con el mantenimiento efectivo de unos equilibrios más que frágiles reside básicamente en la capacidad que demuestre el gobierno para atraer más inversión directa del exterior, que se destine a sostener y aumentar nuestras capacidades productivas y las exportaciones, sin afectar significativamente la de por sí excedida propensión a importar.

Pero lo que cada día resulta más evidente es la debilidad extrema de las finanzas públicas, no es exagerado calificar de postración, cuya recaudación no alcanza para hacer honor a los mandatos constitucionales de seguridad pública y social y, a la vez, desplegar estrategias de crecimiento mediante una inversión pública dirigida a fortalecer la infraestructura y a crear o ampliar mercados y oportunidades de inversión y negocio a los emprendimientos privados.

Estos son menesteres de los Estados modernos, más si dicen ser desarrollistas renovados y renovadores. Como lo quiere el equipo que convoca a hacer una Cuarta Transformación de la vida pública mexicana. Pero nada de esto podrá empezarse si el gobierno y su coalición no se aprestan a revisar con detalle las políticas desplegadas para el corto plazo y su despegue. En particular, si se empeñan en desconocer que los mecanismos de financiamiento del desarrollo están agotados, como ocurre también con algunos de sus cuadros de servicio, diseño y planeación sometidos ahora a todo tipo de ataques y muestras de desconfianza por parte de los dirigentes políticos.

La reforma estatal pospuesta y abusada por la retórica de la competencia política sigue a la espera. Ni la prudencia fiscal y financiera prometida ni los sobresaltos mañaneros, que van rumbo a un claro enmohecimiento, pueden satisfacer estas exigencias. Falta visión y una convocatoria que mire más allá de la dictadura corrosiva del corto plazo y ponga al país todo, en especial a sus fuerzas productivas, en la perspectiva de romper los equilibrios malos de la estabilidad impuesta a cualquier costo y desate los motivos y los espíritus animales de la expansión y la inversión productiva.

Se requiere que la voluntad de cambiar se plasme en nuevas formas de hacer política y asumir que la política econó-mica es primero que nada política y nunca mera rutina comodina. Mucho menos cuando no hay razones ni palancas para sentirse cómodos.