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El día festivo de la procrastinación
D

ía de la madre, del padre, del niño, de la mujer, de los animales, del auto, de la bicicleta, de la televisión, del cine, de la lectura, de la abuela y de la tatarabuela, entre esos setecientos y pico de días mundiales que se celebran, y enciman, en el año, el 25 de marzo ha sido consagrado a laprocrastinación.

Del latín procrastinare: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro, la ‘‘procrastinación”, postergación o posposición, es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse sustituyéndolas por otras más irrelevantes o agradables.

‘‘No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, aconseja el proverbio popular. Sin embargo, ¿por qué no darse el tiempo de reflexionar y otorgarse una pausa para escapar al ritmo desenfrenado de la vida moderna y el activismo? Tal fue la idea de David Equainville al lanzar la jornada mundial de la procrastinación en 2010. Cabría preguntarse si no procrastinó al publicar en 2014 su Manifiesto del 25 de marzo, subtitulado Contra la tiranía de la hiperurgencia, es decir, cuatro años después de lanzar este día mundial contra la prisa.

Gozar al posponer el lavado de platos y cacerolas, al retardar la visita al dentista o a la suegra, sin sentirse culpable, sintiéndose libre, es como respirar una bocanada de aire puro entre la contaminación activista del ambiente. Es regalarse una buena dosis de salud mental y física.

En La conciencia de Zeno, el magnífico escritor italiano Italo Svevo describe a un fumador que pospone día tras día su decisión de dejar el cigarro tanto es el placer de respirar su humo, la voluptuosidad del cigarrillo entre los dedos o los labios, el espacio vacante de ocio para librarse a la ensoñación.

Por su parte, Marcel Proust escribe: ‘‘Las dificultades que mi salud, mi indecisión, mi ‘procrastinación’, como decía Saint-Loup, me impedían, realizar cualquier cosa, me hicieron posponer día tras día, mes tras mes, año tras año, el esclarecimiento de ciertas sospechas como el cumplimiento de ciertos deseos”. Pero quizás, sin su constante procrastinación, Marcel Proust no se habría dado el tiempo de observar y pensar para escribir En busca del tiempo perdido, catedral del espíritu, el pensamiento y la lengua franceses.

Si algunos se quejan de su dificultad para pasar al acto, se puede, al contrario, lamentar mucho que otros individuos no hayan tenido el reflejo de posponer hasta las calendas griegas lo que habían decidido en los recovecos de sus enfermizos cerebros. Adolfo Hitler hubiese hecho mejor en procrastinar la invasión de Austria y luego la de Polonia. La Historia se lo habría agradecido. En la actualidad sería posible recomendar a numerosos jefes de Estado la procrastinación. Los ejemplos sobran y no es difícil encontrarlos. Son tan evidentes que no vale la pena hacer la lista para enumerarlos. Uno quiere construir un muro, dejémoslo procrastinar entre tuit y tuit. Otro desea invadir un pueblo o asesinar a sus rivales, esperemos que la procrastinación tenga la última palabra. O, para decirlo en forma más ligera y con un dejo de humor, sigamos el consejo del escritor e ironista Alphonse Allais: ‘‘No dejes para mañana lo que puedas hacer pasado mañana”. O el de un inspirado anónimo: ‘‘No dejes para mañana lo que otro pueda hacer en tu lugar mañana”.

Porque después de todo, como señala el autor Gregoire Lacroix: ‘‘Cuando se dejan las cosas para más tarde, este más tarde llega siempre demasiado pronto”.

¿Qué mejor y más apropiada manera de celebrar la jornada mundial de la procrastinación si no es dejando para mañana esfuerzos latosos, tareas duras, trabajos y fastidios agotadores y, al contrario, pasar un esplendoroso día con actividades placenteras, juegos, música, un buen libro, la conversación de un amigo y dejar de correr contra las manecillas del reloj? Vale la pena procrastinar a nuestro antojo mientras haya tiempo, antes de la última fatídica cita que no es posible procrastinar.