Opinión
Ver día anteriorDomingo 24 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Mar de Historias

La dama azul

F

elipe estaba acostumbrado a que su abuela Guillermina asistiera todos los sábados al Parque Requena y a que invirtiera parte de la mañana en los preparativos: enchinarse el cabello, depilarse las cejas y el bigote, cubrirse la cara con mascarilla de aguacate. Ponía especial esmero en planchar su vestido largo, azul y vaporoso, escotado y con aberturas en la falda que le facilitaban los pasos de baile. Al término de su tarea colgaba la prenda en un gancho junto a la ventana. La brisa lo hacía balancearse levemente: anticipo del baile.

A las cuatro en punto Mina salía de la casa y regresaba a las nueve de la noche, contenta y sudorosa, después de haber bailado tres horas: la primera amenizada por música en vivo y las otras por el sonido Hermanos Rangel: tres muchachos atléticos y gritones que se encargaban de tender cables, instalar bocinas y distribuir sus instrumentos musicales en un espacio más que reducido.

II

Durante los tres años que Guillermina llevaba de asistir a las tardeadas sabatinas, su hija Idalia había sido la primera en aplaudir su entusiasmo, pero de pronto un día tuvo una reacción contraria.

Felipe recuerda cada detalle de aquel sábado. Su abuela –aún la llama Mina de cariño– se encontraba en la cocina planchando su único vestido de fiesta. Idalia, quien esa tarde iba a iniciarse como recamarera en el Hotel Bombay, se teñía el cabello frente al espejo del baño. El olor a peróxido y la música salida de la radio lo abarcaban todo. Felipe, divertido con una serie infantil en la tele, se distrajo al escuchar el tono de reproche con que su madre se dirigía a su abuela:

–Mamá: creí que hoy no irías al Parque Requena. (¿Por qué no? Es sábado.) Me prometiste cuidar a Felipe. (Nunca falto a mis promesas, no te preocupes.) Tiene seis años, no puede quedarse solo. Si te vas al Requena ¿quién lo cuidará? (Pues yo.) ¿Cómo, si no estarás aquí? (Muy fácil: llevándolo conmigo.) ¿A un muchachito de su edad? (A las tardeadas van niños más chicos y se divierten como locos.) Me alegro por ellos, pero ahorita sólo me interesa Felipe. (Estaré muy al pendiente de mi nieto.) Sí, cómo no. Ya me imagino: tú baile y baile y mi hijo solo. ¿Qué tal si me lo roban o se pierde? (No seas tan pesimista.) ¿Me llamas así porque necesito proteger a Felipe? (Estará bien.) No estoy tan segura. (Porque estás nerviosa...) ¿Te parece raro? Es mi primer día de trabajo y, para colmo, me fallas. (Me ofende que lo digas.) Ponte en mi lugar. (Y tú en el mío: creo que merezco tu confianza.) La tienes. (Entonces no discutamos más. Vete tranquila, pensando en que Felipe se va a divertir y en que estará todo el tiempo conmigo. Lo adoro. Si por algo quiero vivir es para verlo crecer y convertirse en médico.) Madre: por última vez: olvídate al menos por hoy del baile. (Es mi única diversión. Además estoy muy ilusionada con que mis amigos conozcan a mi nieto.)

III

Felipe no estudió medicina, como deseaba. Es agente viajero para una fábrica de casas desmontables. Siempre que por razones de trabajo va a la ciudad donde transcurrió su infancia, se toma unos minutos para visitar el Parque Requena. Todo ha cambiado: hay menos árboles, en los prados reinan animales de fibra sintética y donde se instalaban las orquestas y el equipo de sonido hay una nevería italiana.

De lo que él conoció quedan cuatro palmeras, la explanada que era pista y, alrededor, las bancas metálicas donde descansaban, entre una tanda y otra, los bailarines: hombres y mujeres de todas las edades y condiciones, parejas, extranjeros ansiosos de vivir una aventura tropical para compensarse de sus sombríos y prolongados inviernos.

Sentado en la banca que por lo general ocupaba Mina, Felipe recuerda cuánto le sorprendió, durante su primera visita al Parque Requena, ver a tantas personas –casi todas en ropa de trabajo– intercambiando saludos y haciéndose bromas. En cuanto se escuchó la rúbrica musical que anunciaba el comienzo del baile estallaron los aplausos y se formaron parejas o grupos de bailarines que, al pasar frente a Mina le sonreían y le preguntaban quién era su pequeño acompañante: Mi nieto Felipe, del que tanto les he hablado. ¿No es guapísimo? Va muy bien en la escuela. Dice que de grande será médico.

El primero en solicitarle un pasodoble a Mina fue Rosendo –un hombre muy bajito, con el cabello casi blanco y cierta deformidad en las piernas. Apenas vio a Felipe le dijo que iba a enseñarlo a bailar y, sin más, lo tomó de las manos y lo impulsó a seguir el ritmo de un danzón. Pronto se formó un círculo de curiosos y Felipe –al sentirse observado– se aferró llorando a las piernas de su abuela. Ella lo tranquilizó con palabras dulces y un beso.

Después de Rosendo, se acercaron a Mina otros hombres deseosos de tenerla por pareja. Contenta y halagada, ella aceptaba las invitaciones a condición de que su nieto se incorporara al baile. La velada terminó con una actuación colectiva general y el anuncio de que al sábado siguiente entablarían un duelo musical dos grupos.

Entre despedidas y promesas de rencuentro, abuela y nieto tomaron el camino rumbo a casa. Obligados por el semáforo se detuvieron en la avenida Cuatro. Mina aprovechó el momento para preguntarle a Felipe si se había divertido. Mucho. Ya lo sé, pero ¿qué te gustó más? Bailar contigo: eras la más bonita de todas. Conmovida por la respuesta, Mina se inclinó para darle un prolongado abrazo.

Fueron momentos muy gratos. Felipe procura revivirlos siempre que visita el Parque Requena: menos árboles, cuatro palmeras, animales de fibra sintética en los prados y flotando en el aire el eco de una música remota y la mágica presencia de Mina: la hermosa dama azul.