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El superviviente de la tribu beatnik
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▲ Lawrence Ferlinghetti en la librería fundada por él en 1953, en San Francisco, California; abajo, ese recinto que aloja una equilibrada oferta de literatura, periodismo y pensamiento progresista en Estados Unidos.Foto City Lights Bookstore
 
Periódico La Jornada
Sábado 23 de marzo de 2019, p. 3

En algún lugar de la costa pacífica de Estados Unidos existe, en un mundo paralelo, una librería progresista de grandes proporciones, donde hace ya 65 años se venden, traducen, editan, contrabandean y promueven todos esos libros y revistas que en el mundo real los poderes querrían suprimir. City Lights, entre North Beach y el Barrio Chino de San Francisco, California, no necesitó que llegara Bernie Sanders para hablar de socialismo en voz alta. De Revolución. No ha dejado de hacerlo desde la guerra de Argelia, la Revolución Cubana, las guerras del imperio de Corea hasta Siria ¿y Venezuela?

Fundada por Lawrence Ferlin-ghetti en 1953, es santuario ante todo para la poesía, a la cual consagra uno de sus tres niveles, pequeño pero jugoso. El milagro City Lights se ubica en la avenida Columbus, que va del centro de San Francisco a sus marinas. Hace esquina con el callejón Jack Kerouac, un pasadizo a Chinatown. Su fachada lateral está cubierta por una réplica del mural zapatista destruido en Taniperlas, Chiapas, con todo y Checo Valdez tras unas rejas de hierro. Así es la onda. No en balde la editorial, que conspira en los altos del mismo edificio, ha publicado antologías del subcomandante Marcos, El fuego y la palabra de Gloria Muñoz Ramírez, las crónicas mexicanas de John Gibler, literatura de José Emilio Pacheco, Alberto Blanco, Eduardo Antonio Parra, Francisco Hinojosa y Homero Aridjis, así como decenas de títulos dedicados a Ayotzinapa, Ciudad Juárez, Chiapas, Oaxaca, Ciudad de México, o algunos de los mejores análisis sobre la problemática fronteri-za, las revoluciones y contrarrevoluciones de América Central, los lodazales de Indochina, o la guerra perpetua iniciada por los Bush. Entre su acervo y su catálogo, City Lights ofrece la más equilibrada oferta de literatura, periodismo y pensamiento progresista en Estados Unidos.

Es la casa de los beat, no su mausoleo. Mantiene vigentes a Gregory Corso, Anne Waldman, Gary Snyder, Michael McClure, Philip Lamantia, Diane Di Prima, Robert Creeley, el propio Ferlinghetti, el trío estelar Bourroughs-Kerouac-Ginsberg, y al maestro de todos ellos, el gran Kenneth Rexroth. También los surrealistas: aquí se edita y venera a Breton, Aragon, Artaud, Eluard, Picabia. Todo marxismo cabe en el sótano de la librería, todo anarquismo, trotskismo y las corrientes críticas del último medio siglo. Se han hecho jornadas Walter Benjamin, mítines contra la globalización, las guerras de Irak y demás, la peste Trump. Espacio para las reivindicaciones gay y afroestadunidenses, de los pueblos nativos y el pensamiento feminista. Todo esto se refleja en sus estantes. Y si usted busca novelas de verdad y no bullshit, City Lights es su lugar.

Al otro lado del callejón Kerouac se ubica el legendario Café Vesuvio, bar de cabecera de los y las beatniks, donde en tiem-pos posteriores no era raro ver a Paul Kantner, Tracy Chapman, Robin Williams o al sanfranciscano más querido (más que Ferlinghetti incluso), el muerto agradecido Jerry García. Con su instinto para el mito y las buenas historias, Francis Ford Coppola, otro pupilo de Ferlinghetti, estableció dos cuadras arriba la oficina de Zoetrope y un bar para sus vinos, los más caros de California. Calle abajo sigue allí el Café Trieste, escenario frecuente en la poesía de Ferlinghetti. Cerca hay un extraño Museo Beat, y a pocas cuadras está uno de los mejores murales de Diego Rivera en Estados Unidos. A menos de cien metros, a espaldas de City Lights, se dejan de hablar los idiomas de North Beach (inglés y castellano) y se impone elmandarín.

Pero nada es eterno, y menos en ciudades ricas y cotizadas hasta el delirio como San Francisco, cuya gentrificación es tan brutal como en Manhattan. Quién sabe cuánto más seguirá allí City Lights. A Ferlinghetti le sucedió personalmente que, después de vivir 50 años en esa ciudad, ‘‘una mañana despertó como Rip van Winkle y se encontró de nuevo con su costal de marino al hombro, buscando un lugar para vivir y trabajar”, según narra en tercera persona. Los nuevos dueños de las casas y la ciudad decidieron expulsar a los sanfranciscanos, y Larry no fue la excepción: ‘‘La cultura única corporativa borra cualquier sentido de ‘lugar’, convirtiendo la ‘ciudad isla’ en un parque temático de arte sin artistas. Y él se vio de nuevo en la calle”. Ni así acabaron con él, ni lo han logrado con ese faro literario y rebelde: City Lights.