Editorial
Ver día anteriorMartes 19 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Globalización de la demencia
E

n la localidad holandesa de Utrecht, un individuo abrió fuego de manera indiscriminada dentro de un tranvía; asesinó a tres pasajeros e hirió a cinco. Aunque los móviles del ataque cometido ayer no han sido oficialmente dilucidados, las autoridades de Ámsterdam lo consideraron desde el inicio como acto de terrorismo.Tres días antes, en la ciudad de Christchurch, en Nueva Zelanda, un supremacista blanco que actuaba en solitario asesinó a medio centenar de personas, entre ellas mujeres y niños, que asistían a los rezos del viernes en dos mezquitas.

Antes, el miércoles 13, en Brasil, dos jóvenes armados con un revólver y varias armas blancas ultimaron a cinco alumnos y dos empleados de una escuela pública de nivel medio, ubicada en el área conurbada a Sao Paulo; hirieron a 10 personas y luego se suicidaron.

A primera vista estas tres tragedias tienen poco en común, de no ser por la dolorosa pérdida de vidas humanas y la brutalidad irracional de los atacantes. Los sucesos en Utrecht y Christchurch parecen incluso ser de signo opuesto, pues mientras en la ciudad holandesa el atacante podría haber estado motivado por alguna corriente fundamentalista islámica, el agresor en Nueva Zelanda ha sido identificado con toda claridad como islamófobo. Respecto del ataque en la escuela brasileña, se ha determinado que los jóvenes asesinos eran ex alumnos del plantel y es posible que actuaran motivados por un exacerbado y patológico resentimiento.

Lo cierto es que esta clase de atentados, que hasta hace tres lustros se registraban casi en exclusiva en Estados Unidos, empiezan a proliferar en países que parecían estar a salvo, por más que padecieran otra clase de expresiones de violencia, como Brasil, o que fueran contextos relativamente apacibles, como los Países Bajos y el archipiélago de Oceanía.

La contraproducente guerra contra el terrorismo emprendida por el ex presidente George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 fue el caldo de cultivo en el que se larvó una oleada de atentados integristas de nueva generación que causaron cientos de muertos en España, Inglaterra, Noruega y Francia, primero con explosivos y después mediante atropellamientos masivos y con tiroteos en lugares públicos.

Con una frecuencia creciente y aterradora y en distintos continentes, extremistas musulmanes o islamófobos, pero también homófobos y simples desequilibrados, abren fuego con la finalidad de causar el mayor número de bajas mortales.

Más allá del efecto de imitación de los periódicos homicidios que se cometen en Estados Unidos, debe asumirse que asistimos a la proliferación de sujetos que, movidos o no por extremas distorsiones ideológicas, no ven en las otras personas más que cuerpos humanos a los que es correcto lesionar o asesinar.

El fenómeno debe ser analizado y comprendido para evitar la repetición –y la banalización– de las matanzas. En lo inmediato, parece cierto que representan el síntoma de una crisis civilizatoria de escala planetaria.