Opinión
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No escribo sin luz artificial
P

aráfrasis de parte del pensamiento del argelino Jacques Derrida expresada en la violencia de los mexicanos de principios de siglo. Series de juegos que se vuelven palabras, tonos y ritmos, hechizan y desaniman.

Proceso enloquecedor del tiempo, enemigo mortal de parejas, al transformar significados de los encuentros en juegos de lenguaje, inversiones, neologismos, actos fallidos que lejos de constituir una guía para entender, se vuelven lenguaje inconsciente, vinculado al del otro, que toma la realidad en el fantasma del enamoramiento. Percepción a través del deseo, modificado cada semana, día, minuto o segundo en desencuentros, desilusiones e ilusiones. Nuevas articulaciones de letras, creativas pero dolorosas.

Huellas, trazos encargados de representar el supremo poder terrenal modificado por el tiempo. Nuevas percepciones, confrontadoras de ángulos de triángulo del ser humano, el vacío, que llevan a la transgresión sexual y social. Diferencias que varían en movimientos y quiebres de impresiones y deseos y aspiraciones de sexualidad. Único objeto de deseo en ese tiempo y, por tanto, encarnación de una autoridad absoluta.

Poder femenino de huellas sin origen vividos como poder negado, arcaico y secundario, sucedáneo del poder afectivo social. Pero no por ello menos autoritario. Concepto que implica la renuncia a la identidad y el tiempo lineal, vivencias femeninas que repite la antigua relación con la madre, objeto de su deseo insatisfecho. Las relaciones posteriormente son pura y vulgar simulación, calcas a su vez de la originalidad, que desde el nacimiento fue ruptura, deseo insatisfecho, expresado en el lenguaje verbal y no verbal (gestos).

Recuerdo de abandonos, uno tras de otro hecho de múltiples voces. Infancia recortada en las mismas carencias voluptuosidad como niebla que se come el bosque. Deseo fuera de la ley, placer de los desesperados. Espasmo de eclipse erótico, desahogado por el dolor. Restablecimiento de lo no verbal, búsqueda de ternura oscura y milenaria con que nada se sacia. Creencia en la ternura imposible, vivir en la desilusión, fuente de amor, insuperable, que ubica en el lugar de la muerte y el pensamiento, enajenados en nuevos juegos.

Palabra fuente inagotable de placer y excitación, con la extraña función de cambiar los lenguajes con el correr del tiempo para destruir la sexualidad, la pareja, y obligaba regresar a la fuente primogénita del deseo insatisfecho para reconocer al gran poder en la tierra: la palabra femenina, lugar oscuro de búsqueda, que no consiste en evitar la ley sino a darle un cuerpo, lenguaje, como a la sexualidad, sin idealizarla, al romper el simbolismo que deje traspasar biología en palabra articuladora.