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De nuestras Jornadas

Acuerdos republicanos

D

os de los diarios acapulqueños más importantes publicaron este miércoles en su portada una foto de especial significado político: el gobernador Héctor Astudillo Flores y Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, delegado único del gobierno federal en Guerrero, quienes se abrazan mientras sonríen a la cámara. Incluso sus atuendos son muy parecidos –hasta donde la foto permite ver–: camisa blanca de manga larga y pantalón oscuro. Están flanqueados por otras personas tras una mesa de trabajo.

No cabe duda que se trata de un saludo en verdad afectuoso, y no tanto por la expresión de ambos –si bien la del delegado federal es algo más circunspecta que la del mandatario–, sino porque, habiendo visto la sinceridad con que el jefe del Ejecutivo del estado responsabilizó a Sandoval Ballesteros ante Andrés Manuel López Obrador por el abucheo al que fue sometido en Tlapa en la anterior visita del Presidente al estado, no sería congruente, ni creíble, que ahora fingiera cordialidad para la foto.

Es obvio que ya hubo un acuerdo entre ambos, que consiste básicamente en respetar las normas de coexistencia política de una democracia en vías de consolidación, como la mexicana, para que cada quien pueda dar todo de sí, sin distracciones, en el cargo que tiene bajo su responsabilidad. Y es casi seguro que para alcanzar ese acuerdo tuvo que mediar el Presidente.

Esa certeza permite al gobernador Astudillo anunciar que estará al lado de López Obrador en su visita a Iguala y a Ciudad Altamirano, y decir que la rechifla, en todo caso, no es un problema personal conmigo; es una acción que se está dando con todos los gobernadores, incluidos los de Morena, como acaba de pasar recientemente en Veracruz.

Por supuesto, es deseable que el ciudadano de a pie también asumiera que las descortesías pueden ser tan agraviantes en la política como en la vida cotidiana. Pero lo que entienda el ciudadano de a pie es, como suele decirse, harina de otro costal. En este caso particular, lo que importa es que empieza a haber entendimiento entre dos actores políticos de muy diverso signo ideológico, los dos más encumbrados del estado. Eso es característico de una democracia madura.