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Festival de cine dominicano prueba el auge de la industria en el gigante caribeño
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▲ El cineasta dominicano Jessy Terrero, director de la serie Nicky Jam: el ganador, al momento de recibir un reconocimiento del FCGD por su trayectoria y logros en la industria.Foto cortesía del encuentro
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Viernes 8 de febrero de 2019, p. 8

La relación de República Dominicana con el cine no es cosa nueva. Fue a inicios del año 1900, en el teatro Curiel de Puerto Plata, que la isla caribeña abrazó por primera vez la magia del celuloide con la llegada del cinematógrafo de los hermanos Lumière; aunque no fue sino hasta más de dos décadas después –en 1922– que se registró el primer rodaje oficial dentro del país con la filmación del documental La leyenda de la Virgen de Altagracia, de. Francisco Arturo Palau. Esta relación continuó esporádicamente, siendo los escenarios dominicanos donde grandes producciones, como Parque Jurásico, de Spielberg; Apocalipsis ahora, y El Padrino 2, de Coppola, entre otras, encontraron la locación ideal para sus rodajes.

Para el pueblo dominicano no resulta extraño estar ligado a primeras veces, y ser uno de los primeros territorios americanos en haber atestiguado el invento de los ilusionistas franceses sólo forma parte de siglos de historia. Habiendo sido el primer lugar en el que Colón instaurara los cimientos del Nuevo Mundo a finales del siglo XV, y ostentando hoy día el trofeo de la economía más fuerte en Centroamérica y el Caribe –con un producto interno bruto per cápita que, para el cierre de 2018, reportó un crecimiento de más de 5 por ciento–, resulta lógico que una industria como la cinematográfica se encuentre en un apogeo tan interesante como estable en apariencia.

De la mano del turismo y la ley de cine

El poderío de la maquinaria turística que mantiene a República Dominicana como uno de los gigantes turísticos más cotizados a escala mundial –en específico en destinos como Punta Cana y la capital, Santo Domingo– ha derivado en ramificaciones cuyos brazos se extienden en todas direcciones, siendo una de éstas la cultural y sus posibilidades comerciales. Es así que en las dos décadas recientes la juventud dominicana ha encontrado en la cinematografía una fuente de empleo y expresión tan importante como anhelada.

La creación de estímulos fiscales y una ley de cine para producciones extranjeras –que solamente en 2018 generaron 3 mil millones de pesos dominicanos y 86 rodajes en el territorio– acompañaron la llegada en 2011 de una filial de los Pinewood Studios, gigante británico detrás de ambiciosas producciones como las sagas de La guerra de las galaxias o el universo cinematográfico de Marvel, no sólo se ha convertido en importante fuente de empleos en el sector audiovisual, sino también en una escuela y aliciente para el desarrollo de un músculo artístico que durante años permaneció entumecido, relegado a producciones televisivas al servicio de los inestables y cuestionables gobiernos de la isla, cuyos valores han respondido en innumerables ocasiones a la propaganda e ideología de los gobernantes en turno.

Si bien es cierto que no ha cambiado mucho en la idiosincrasia política y social del país –República Dominicana sigue albergando altos índices de violencia de género, homofobia y embarazos adolescentes–, la realidad es que por medio del cine se ha permitido expiar ciertos pecados y abrirse a nuevos horizontes ideológicos. Es ahí donde encuentros como el Festival de Cine Global Dominicano (FCGD), que tuvo lugar del 30 de enero al 6 de febrero, busca sentar precedente.

Más de 80 películas del mundo y un importante porcentaje de producciones nacionales conformaron la 12 edición del certamen que, habiendo inaugurado con la película mexicana Como si fuera la primera vez –filmada por Mauricio Valle en Punta Cana con el apoyo de uno de los estímulos mencionados– albergó también la visita de figuras de talla mundial como el director John Singleton, el actor Vin Diesel y más.

La realidad del FCGD 2019

En cuanto a numerología se refiere, el FCGD parece haber encontrado la receta ideal para atraer al público a conocer el mundo desde la pantalla, al mismo tiempo que logra acercar al país caribeño al exterior como un atractivo más para el turismo. Aunque todavía hay mucho trabajo por hacer.

Funciones retrasadas, películas canceladas, horarios no respetados y falta de organización logística notables, siguen sintiéndose como errores de amateurs que opacan la calidez de la gente detrás de un acto que ya rebasó la primera década desde su concepción. Lo mismo ocurre con el aún más evidente contraste entre su programación internacional respecto de la nacional, en la que cohabitan trabajos como la excelente nominada al Óscar 2019 Guerra fría, de Pawel Pawlikowski, o Shoplifters, de Koreeda Hirokazu y ganadora de la Palma de Oro en el pasado festival de Cannes, con trabajos de una factura local aún muy raquítica y más cercana al melodrama lacrimógeno televisivo como Colours o Gilbert: héroe de dos pueblos –siendo la primera un desfile de celebridades locales que causaron la euforia del público en todas las funciones que el festival se vio obligado a programar por la alta demanda, mientras la segunda es un claro ejemplo del instrumento propagandístico que sigue representando el cine, en este caso para las fuerzas armadas del país -.

Programación de contrastes

Finalmente, la resonante popularidad de Colours, de Luis Cepeda, la hizo acreedora al premio del público, en una demostración de que no obstante el palpable interés de las audiencias dominicanas por la sorpresiva programación de vanguardia, sigue existiendo un lazo muy estrecho con la identidad popular construida hasta ahora por la pantalla chica. Pero aún así resulta estimulante ver una programación fuerte, con títulos como la intimista película española Viaje al cuarto de una madre, opera prima de Celia Rico y nominada en los pasados premios Goya 2019; la costumbrista y sexualmente revolucionaria película brasileña Como nossos pais, de Laíz Bodansky; la fallida e irreverente coproducción franco-brasileña O grande circo místico, de Carlos Diegues, participante en Cannes 2018 fuera de competencia; documentales acerca de figuras tan icónicas e innovadoras como Eduardo Galeano Eduardo Galeano Vagamundo, de Felipe Nepomuceno– y Alexander McQueen McQueen, de Ian Bonhôte–, así como algunas contendientes al premio de la Academia como mejor película extranjera, como Capernaum, de Nadine Labaki, y las ya mencionadas Shoplifters o Guerra fría.

Detrás del evento hay dos nombres fundamentales: el del ex presidente del país Leonel Fernández –en el poder durante de 1996 a 2000 y de 2004 a 2012–, quien por conducto de la Fundación Global Democracia y Desarrollo –FUNGLODE– ha financiado por 12 años este escaparate para el turismo, y el del director Omar de la Cruz, quien no sólo se encarga de tripular el barco, sino también –en gran medida– de hacer las veces de apasionado programador y publirrelacionista.

Ambos, aunque con buenas intenciones y paso firme, tienen todavía mucho camino por andar de la mano de su cinematografía. Quizá lo ideal sería –en el caso del comité organizador del acto y la industria cinematográfica del país por igual– deshacerse de anticuados usos y costumbres, dando pie a que con su apoyo nuevas voces emerjan y aprovechar una bonanza en su industria, cuya efervescencia depende de romper moldes para su sostenimiento.