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Ver día anteriorLunes 4 de febrero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Revancha cultural?
E

s comprensible, incluso plausible (clap, clap) que el nuevo gobierno y su prometida transformación traigan ímpetus en la esfera cultural. Hechos recientes ilustran una inquietud, en ocasiones crispada, entre los funcionarios y actores culturales que llegan, y los que se fueron, algo que tiene profundamente dividida a la comunidad cultural (designación vaga y estratificada que incluye élites, caciques, grupos de influencia, mercados, ideologías y un claro clasismo que llega a ser racista y abarca de académicos, premios nacionales y directores generales, a músicos de la legua, poetas y pintores en las paredes, ballerinas en los semáforos, cuentacuentos en los parques).

Cultura y elecciones no se relacionan directamente. En este terreno no puede haber mayorías sino, por el contrario, el mayor número, variedad y libertad de minorías activas, así como garantizar espacios de expresión y evolución para todas. Padecemos una anemia cultural donde pocos leen o gustan y cultivan músicas más allá de la mercancía inmediata o visitan los museos (o lo hacen para tomar selfis y pasársela jugando/chateando). Y a la vez hay una efervescencia cultural extraordinaria, envidiable para otros países como el nuestro.

Con la llegada del neoliberalismo se estableció un régimen cultural firme. Nunca antes el poder cultural fue tan poderoso como el generado por el salinismo, y que hasta 2018 seguía rifando, siempre a gusto con el PRI, el PAN, el alto empresariado y las instituciones gringas. Dominaba becas, proyectos, subsidios, publicidad, editoriales, muy significativamente el Fondo de Cultura Económica, a veces dirigido por profesionales, a veces por políticos priístas. En una suerte de inercia virtuosa, el FCE siguió publicando buenas obras y gozando de un catálogo maravilloso, pero al servicio de una estética rancia, una ideología liberal y un cuatachismo que quedaron fuera de la realidad viva.

Mientras esta casta envejece en los sillones del Olimpo cultural, hierven la creatividad y la expresividad de nuevas generaciones indígenas, urbanas, de mujeres, de universitarios. A la vez, en grandes franjas del país la desolación del narco, el huachicol, el mercadeo de seres humanos, la desintegración comunitaria y la guerra sin nombre impiden estas expresiones, las dinamitan mandando a los chavos a la muerte, la cárcel, las adicciones o el desplazamiento migratorio. Lo que la sociología clásica llamó anomia.

Ahora bien, cuando vemos agresividad, arrogancia y pésimos modales en las nuevas administraciones culturales que no necesariamente se conectan con las expresiones vivas a menos que garanticen militancia (nada nuevo bajo el sol), es necesario reconocer que la cultura no nació el primero de diciembre, y que nadie merece que le falten al respeto. El episodio más reciente fue el despido ignominioso de un estupendo editor y promotor cultural, Daniel Goldin, de la Biblioteca Vasconcelos, como si se tratara de una venganza o una supresión estalinista.

No soslayemos el resentimiento de los caciques desplazados por la derrota de sus jefes políticos. Viene bien sanear, renovar, replantear, volver a repartir, cambiar prioridades. Pero humillar, insultar, devaluar, desmantelar trabajos sólidos y cumplidos es más polpotiano que liberador. Los despidos están a la orden del día y los adversarios juntan esas municiones para criticar al nuevo gobierno.

Otro caso: las Fábricas de Artes y Oficios (Faros), en el limbo ahora que los Pilares vienen a escena con más rollo que recursos (los sueldos serán raquíticos), mientras los Faros, ejemplos logrados, populares como el que más y con evidente huella comunitaria, serán reconsiderados, aunque la jefa de Gobierno capitalina, al ser electa, se comprometió a fortalecerlos.

El prestigio y la variedad de propuestas cinematográficas en México, las historias que renuevan la narrativa, los muros exacerbados por artistas plásticos de talento, la multitud de poetas activos y hasta aullantes en blogs, revistas, paredes, esquinas hip hoperas y cafés de barrio, así como una actividad teatral notable. Hay expresiones que no pasan por el cedazo político-presupuestal. Había autoritarismo, sí. Monopolios de pandilla, también. Pero renovar el autoritarismo y controlar la cultura con comisarios leales no le hace justicia a lo que en este país se crea, le guste o no a la nueva burocracia.