Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de enero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Se perdió en un remolino torero
F

ederico Pizarro rígido y asustado al principio de la corrida de golpe se fue transformando hasta que surgió el misterio de su torear con la suavidad del terciopelo y la naturalidad de su quehacer, arte hechicero, sensación de detener la vida, el tiempo y el espacio. Federico ya fuera de madre, del cuerpo de lo consciente, enviaba pedazos de sí mismo a los ángulos sombríos y enigmáticos de quienes lo contemplamos.

Federico poco a poco comenzó a flotar en el aire torero a destiempo con la comprometida vida del que escribe. Desde los primeros lances al toro de su despedida de torero sentó sus poderes mágicos de persuasión viva y, dueño absoluto del mundo torero, abrió las puertas de su vida interior y nos dejó entrar a los cabales sobrecogidos por su autenticidad.

Un mago vestido de luces, Federico dejó de lado el cuerpo y el airecillo le llevaba el capotillo; la magia se volvía arte torero, no sólo placentero, sino expresión del espíritu que le daba significación original, singular a su toreo en redondo. ¡Esos trincherazos!, que fueron la manifestación del demonio subterráneo de la vida-muerte que va más allá de lo consciente, del yo, perdido que los enlaces de las representaciones mentales.

Gozosa ingenuidad que le permitió irse del toreo en la madurez, dueño de una na-turalidad que no se aprende, es antiguo sensualismo, hondo, dramático de la raza mexicana excluida y golpeada, que se da en lo inesperado y lo improvisado.

Don Federico, su padre, le retiró en añadido en el que los acompañó el pequeño Federico a los gritos de ¡torero!