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Revalorizar el magisterio
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ntonio Bautista es profesor de la Escuela Telesecundaria 756, ubicada en la comunidad náhuatl de Tetlalpan, perteneciente a Chapulhuacán, Hidalgo. Como parte del Proyecto de Educación Comunitaria del magisterio democrático hidalguense, ha desarrollado un programa en el cual busca el rescate de la multiculturalidad de los pueblos originarios a través de la experiencia artística. Producto de los esfuerzos ha sido la creación del ensamble coral Tlayolli (Semilla) el cual se desarrolla a la par de las clases regulares. Tlayolli practica la universalización de la cultura náhuatl vía la recuperación de piezas musicales mexicanas y de distintas partes del mundo, interpretadas en lengua materna.

Tlayolli es también reconocido en el estado por obtener en distintas ocasiones el primer lugar en el Concurso de Interpretación del Himno Nacional Mexicano, también en náhuatl. Sin embargo, pese al apoyo de las madres y padres de familia y de los beneficios que el proyecto ha traído a los estudiantes, Antonio ha sido señalado por autoridades educativas cercanas al poder político, quienes lo han acusado de politizar indebidamente a los jóvenes. En esta tónica, la labor disruptiva del maestro hidalguense es un buen ejemplo de lo que puede llegar a ser la autonomía profesional docente en ejercicio.

Rafael Chávez es profesor en la secundaria federal Vasco de Quiroga, ubicada en Nuevo San Juan Parangaricutiro, Michoacán. Ahí desarrolló una propuesta pedagógica que busca generar una mayor relación entre el profesorado y las familias de la comunidad y está compuesta por cinco dimensiones: derechos humanos, medio ambiente, proyecto de vida, sexualidad y medicina alternativa.

La veta medioambiental se desarrolló a raíz de que el cuerpo docente se percató de los efectos nocivos que el uso de agrotóxicos estaba generando en los estudiantes, expresados en hemorragia nasal y malestar general constante. Rafael decidió entonces impulsar la elaboración de productos orgánicos para el trabajo agrícola desde la escuela, con el fin de cuidar la salud no sólo de la infancia, sino de quienes trabajan en el campo cotidianamente.

En un primer momento el proyecto generó ciertos cuestionamientos en la comunidad, debido a la reticencia de utilizar productos orgánicos que ofrecían un menor rendimiento económico que los agrotóxicos. Rafael tuvo que convencer a las familias de que la ganancia en salud era tan importante o más que la ganancia en dinero y ello permitió mantener el proyecto, con resultados favorables no sólo en la salud de los estudiantes, sino también en su aprovechamiento académico.

Al igual que Antonio, Rafael tuvo que echar mano de su autonomía profesional para llevar a buen puerto un proyecto que permitiera construir nuevas formas de entender el mundo desde el espacio escolar, pero que se expresaran fuera de él. Los ejemplos mencionados son un par entre miles que podemos encontrar a lo largo y ancho de nuestra nación, ya sea que formen parte de grandes proyectos educativos o que sean iniciativas muy particulares y situadas.

Respondiendo a tal diversidad, el discurso educativo del nuevo gobierno ha puesto en el centro un urgente imperativo: revalorizar al magisterio. Tal encomienda podemos encontrarla en los discursos de Esteban Moctezuma y del propio Andrés Manuel López Obrador. Incluso en la iniciativa de reforma presentada por el Ejecutivo el pasado 12 de diciembre, encontramos la necesidad del reconocimiento de la función magisterial y de su valoración positiva. Sin embargo, la revalorización magisterial tampoco se dará por decreto. Para lograrla, es necesario dar marcha atrás a los avances que el gerencialismo ha logrado en nuestro sistema educativo, con todo y sus efectos nocivos al profesorado y las comunidades educativas.

Las líneas gerenciales de política educativa a escala global tienden a presionar al magisterio para dar respuesta a lo que se considera un déficit en los logros de aprendizaje de los estudiantes. Con ello se busca cumplir con ciertos objetivos de instrucción, relacionados con medidas estandarizadas de calidad, fin último de todo proceso educativo. Para los gerencialistas, lo importante es el resultado, no el proceso. En nuestro país, esta narrativa ha sido recuperada por expertos que consideran que las limitaciones estructurales del contexto donde se desarrolla el ejercicio escolar no son relevantes. Lo que tales especialistas pasan por alto, es que la complejidad de nuestra sociedad presenta problemas por resolver tan urgentes como el del aprendizaje mismo. La violencia, el sexismo, la marginación, las adicciones, etcétera, son dificultades cotidianas que los docentes enfrentan antes de entrar al salón de clase, y que no pueden dejar afuera de las aulas, porque son estructuras interiorizadas por sus propios estudiantes.

Una política de revalorización magisterial tiene que considerar al docente más que como un técnico a cargo del aprendizaje de un grupo. Tiene que fomentar la constitución de un profesorado intelectual, y para ello debe dejar de lado la visión que lo interpreta como objeto de intervención, ya sea para culparlo por los problemas educativos nacionales o para construir una narrativa victimista que fomente políticas tutelares por parte del Estado.

Revalorizar al magisterio conlleva encontrar en él a un sujeto de transformación pedagógica. Supuestamente, esta tarea la realizará el Centro para la Revalorización del Magisterio. Estaremos atentos.

La capacidad inventiva del magisterio está ahí, trabajando día con día. Reconocer tal capacidad, comprender el medio en el que se desarrolla y dotarla de un soporte suficiente para incrementar sus efectos positivos, debe ser el núcleo de una verdadera política de revalorización del magisterio. Lo demás es proselitismo.

Seminario de Perspectivas Críticas enEducación en México y Latinoamérica

Twitter: @MaurroJarquin