Opinión
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Ante el desgaste, la lectura (deseo navideño)
V

ivimos en la era del desgaste. No queremos sino hacernos del micrófono. Transmitir, transmitir, y transmitir. Pregonar. Cacarear el huevo. Adherirnos a la causa. Felicitar... Lo de hoy es una especie de versión Era Digital del horror al vacío que privó durante el barroco, sólo que ahora aborrecemos no tanto al vacío, como a desaparecer. A no estar. A no figurar.

Hace como un mes empecé a usar Twitter, y todavía no lo manejo demasiado bien, pero ya estoy notando que lo reviso demasiado seguido. Y peor, que tener Twitter implica estar pensando en oportunidades para comunicar. El deseo de comunicar va naciendo del Twitter, en lugar de preceder su lectura. ¿Es bueno estar pendiente de todo eso? No lo sé. Imagino que los que usen Facebook o Instagram estarán más o menos en las mismas. Estar en las redes es también vivir para las redes.

Sólo así alcanzo a intuir el amor que veo hoy por hacerse selfies. Veo en la televisión a fanáticos del futbol grabándose a sí mismos en el momento en que cantan el gol, y me va quedando claro que a esos aficionados les importa más que sus amigos sepan que están cantando el gol a estar viviendo el momento del gol. Todo el tiempo nos estamos viendo a nosotros mismos desde el otro, hecho que se refleja también en la angustia de los políticos por no dejar de figurar ni por un solo minuto. Hoy, la soledad del ex político ya no es soledad, sino vacío. Ha dejado de existir, porque existía sólo para los demás.

En México, el nuevo presidente –cuya tendencia autoritaria está quedando bastante clara (aquí la declaración del lunes: El desarrollo del Istmo va porque va)– se reúne con la prensa todas las madrugadas del año para tratar así de dominar la noticia. Y, la verdad, ese gesto impositivo hasta se agradece, porque podría ser todavía peor: los tuits del presidente Trump no paran y pueden ocurrir a cualquier hora del día o de la noche.

Vivir siempre pendiente del otro es vivir en el desgaste personal. Vivir pendiente significa resignarse a ir perdiendo la interioridad. Es vivir reaccionando. Tanto así, que valdría la pena actualizar la palabra reaccionario, porque hoy somos todos cada vez más reaccionarios. Le damos prioridad espiritual a la reacción antes que a la experiencia, y, ante todo, reaccionamos. Lo que vamos dejando atrás es la interioridad que fue el corazón mismo del romanticismo, aquel amor por la autonomía que tuvieron por igual Kant, Beethoven o Emerson. La valoración y el culto del punto de vista que tuvimos desde la Ilustración. La reacción perpetua está peleada con la interioridad, y la falta de interioridad, es lo contrario de la autonomía. Desde ahí, no hay pensamiento posible. Todo son ocurrencias, y todo son aplausos.

Pensando en esto, me percaté que cada vez me está costando más trabajo leer libros enteros. Lo vi, y lo sentí. Sentí la carencia, y me puse a leer. Tomé uno de los muchos libros que tengo y que nunca alcancé a leer bien; alguno de los muchos que comencé alguna vez, pero no pude leer. Tomé la Mimesis, de Erich Auerbach, un libro entusiasmante pero monumental, que es una especie de historia, teorización y meditación sobre la literatura occidental, y que es, además, una historia de la escritura histórica. Auerbach escribió ese libro en Estambul entre 1942-1945, como exiliado judío-alemán en Turquía.

Al principio me costó ir sorteando las páginas, aun cuando me fascinaban. Me costaba porque el libro me metía en otros mundos muy diferentes, y en otros textos: La Canción de Rolando, san Agustín, los historiadores romanos... Me costaba seguir leyendo, además, porque el libro me metía en el pensamiento de Auerbach. Pero me costaba, sobre todo, porque la lectura es duración. Es tiempo. Es un diálogo sostenido con el libro.

No casualmente, la duración es, justamente, la clave para la construcción de la interioridad. Sólo entregándose a actividades que duran podemos combatir nuestra propensidad a la reacción continua. Hoy, leer libros significa dejar de consultar Facebook o Twitter durante al menos una hora (o cinco). En eso, leer libros es un ejercicio que puede compararse también con lo que se gana con ciertos deportes –correr, por ejemplo, o nadar. Correr es pura duración. Es entregarte tiempo, y darle la espalda a las demandas del otro.

Hoy debemos saber luchar en contra de la presión a adherirnos a debates que no nos importan. Dejar de estar pendientes de las ocurrencias de políticos que sólo buscan dominar la noticia. Resistir la obligación de vivir respondiendo. Domar el horror al vacío de nuestra época: el horror a desaparecer.

Mi deseo navideño para todos nosotros es el de recuperar los libros. Recordemos que son nuestros amigos y no un reto que hay que dominar. Recordemos que antes de leerlos, los hemos escogido, y si los hemos escogido, es porque nos acompañarán. Y, sí, nos ayudarán.