Opinión
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Réquiem de Tlatelolco
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remisa número 1: Hay en el catálogo de Mario Lavista (1943) un buen número de obras de música religiosa.

Premisa número 2: Hay en él, también, varias obras dedicadas in memoriam a diversas personas cercanas al compositor: Raúl Lavista, Rodolfo Halffter, Luis Ignacio Helguera, Gerhart Muench, Eugenio Toussaint, Joaquín Gutiérrez Heras, Ramón Montes de Oca.

Estos dos importantes rubros del trabajo creativo de Lavista confluyen en su Réquiem de Tlatelolco (2018), estrenado el pasado fin de semana por la Orquesta Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (Ofunam), dirigida por Ronald Zollman. La obra surge de un encargo de la propia universidad que le fue hecho al compositor con motivo de los 50 años del movimiento estudiantil de 1968.

En vez de celebrar el heroísmo contestatario de aquella gesta, el compositor ha optado por recordar a sus muertos, ejercicio indispensable contra el olvido y en favor de la memoria. Para este Réquiem de Tlatelolco, Lavista propone una orquesta de dimensiones moderadas, con maderas a dos, tres cornos, dos trompetas, dos trombones, arpa, celesta, cuerdas y un grupo de percusiones utilizado más para el color que para el acento rítmico.

A pesar de su secuencia de ocho movimientos podría decirse, por su concepción y realización, que se trata virtualmente de una missa brevis, entre otras cosas porque el compositor evita las numerosas repeticiones textuales que suelen ser la norma en las misas musicales. Desde el punto de vista estructural, Lavista enmarca su misa en dos secuencias gregorianas (ámbito musical que conoce y aprecia particularmente) a las que funde con discreto acompañamiento instrumental, dando un giro a la añeja tradición a cappella. Destaca, en el episodio conclusivo de la misa, el toque luctuoso de un par de trompetas antifonales con sordina, que a su valor simbólico añaden una singular atmósfera sonora. En lo general, se trata de una misa de Réquiem reflexiva y contemplativa, en comparación con algunos otros ejemplos históricos del género en los que está presente lo apocalíptico. Acaso, en momentos muy breves y selectos (el Dies irae, el Confutatis), este Réquiem de Tlatelolco transita por una expresión sonora un poco más extrovertida.

La música creada por Lavista para su Réquiem de Tlatelolco es de un alto refinamiento colorístico y tiende, en lo general, a ser iridiscente y luminosa. Esto tiene que ver directamente con el acierto del compositor de haber escrito la parte vocal para un coro de voces blancas. ¿Cuál coro? Los Niños y Jóvenes Cantores de la Facultad de Música de la UNAM, un coro de muy buen rendimiento musical, disciplinado, preparado y con una presencia y actitud que ya apunta a lo profesional.

Lavista ha escrito una parte coral en la que alterna las texturas homofónicas con una polifonía sencilla y clara, y ha dado a las voces algunas inflexiones cromáticas que imparten a la música momentos de una interesante ambigüedad armónica que es posible hallar en otras obras del compositor. De hecho, este Réquiem se mueve en un lenguaje perfectamente coherente con toda la obra de Mario Lavista; además de un estilo general inconfundible, es posible hallar aquí claras reminiscencias de un buen número de sus partituras anteriores: el cuarteto de cuerdas Reflejos de la noche, Simurg para piano, la Missa brevis, la obra orquestal Ficciones y, ciertamente, la ópera Aura.

Además de la ya mencionada, admirable participación del coro, es preciso anotar otro dato evidente: la Orquesta Filarmónica de la UNAM eleva audiblemente su rendimiento cada vez que Ronald Zollman vuelve a dirigirla como huésped, después de su productivo mandato como su director artístico.

Mario Lavista ha logrado un Réquiem de Tlatelolco austero y profundo en recuerdo de los muertos del 2 de octubre de 1968, a medio siglo de impunidad. Igualmente impunes quedarán los culpables de las muertes más recientes y, que no nos quede duda, también de los muertos por venir. No hay ni habrá justicia para ellos; al menos, tienen un poco de buena música en memoria suya.