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¿La Fiesta en Paz?

Reír, llorar u olvidar

C

on esta oferta de toros ya no sabe uno si reír, llorar o de plano olvidar el eventual milagro de la bravura con fondo que, una vez sometida, proporciona inefables momentos de emoción y belleza fugaz gracias a los talentos de un torero.

El problema se agudiza cuando la ausencia de bravura en las reses preferidas por los diestros que figuran se extiende a los individuos, vestidos de luces o de civil, que para el caso es lo mismo: energía, voluntad y atrevimiento brillan por su ausencia.

La tauromaquia o arte de la lidia se convierte entonces en toreografía –Horacio Reiba dixit–, es decir, en posturismo efectista de estética más o menos mecánica con embestidas considerablemente monótonas ante una bravura de apariencia.

Reitero el planteamiento hecho a sucesivos millonarios metidos a promotores taurinos: si aplicaran a la fiesta de toros algo de lo que aplican para el éxito de sus demás empresas, otro gallo nos cantara, pero en ésta el amateurismo es su método.

Ser empresarios profesionales sólo en algunas áreas y aprendices permanentes en la taurina, refleja falta de respeto hacia ustedes mismos, hacia una trayectoria taurina mexicana y hacia el público que aún asiste a su sospechoso negocio.

Hay que repetirlo: no se vale, ni hay excusa que lo justifique, seguir llevándose entre las patas una rica tradición de México, expresión de un modo de ser y de sentir del pueblo mejor, que supo criar una bravura y unos lidiadores de exportación.

Si su ideología en materia de tauromaquia les impide fortalecer y reposicionar el mercado de México y prefieren depender de figurines ventajistas y atracadores frente al novillón bobo, entonces su negocio depende de ganancias extrataurinas.

El apoyo que aún les brindan unos gremios amedrentados, una crítica amaestrada y una autoridad hasta ahora decorativa, no va a convencer al grueso del público de asistir a un espectáculo al que ustedes le quitaron la verdad y la emoción de la lidia.

Hace años, muchas ganaderías y buenos toreros nacionales son relegados por un sistema que antepone el malinchismo y el amiguismo; haber reducido la fiesta de México a unos cuantos toreros-marca importados, refleja demasiados complejos.

¿Hay diferencia en las estrategias y filosofía de servicio de la actual empresa y la anterior? ¿Existen posibilidades de que los poderes taurinos fácticos corrijan el rumbo, acordes con las expectativas surgidas tras las recientes elecciones?

Un latinoamericanista de muy altos vuelos me comentaba hace años: El problema de los taurinos es su autocomplacencia y ensimismamiento colectivo, esté como esté su espectáculo, aunque ganen unos pocos y el espíritu de la fiesta se pierda.

“De buena fuente sé continuaba que los ex presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Rafael Correa, de Ecuador, antes de darle entrada a la poco reflexiva prohibición de festejos cruentos en sus capitales hicieron estas tres preguntas:

¿Cuántas figuras internacionales del toreo tenemos?, ¿quiénes hacen negocio en nuestras plazas y con nuestra gente? y, ¿esos son todos los resultados que ha obtenido nuestra llamada tradición taurina?

Las imágenes no pudieron ser más grotescas: en la Marcha por el Trabajo y la Libertad, realizada en Quito el pasado 3 de diciembre, desfilaban sonrientes y esperanzados, algunos toreros de importación, modestos subalternos y aficionados. Lo que buscaban es recuperar fuentes de empleo y negocitos callejeros alrededor de la plaza, de ninguna manera darle a la tauromaquia ecuatoriana dignidad y categoría con representantes internacionales propios. Para eso están los de fuera.