Opinión
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¿El Ejército es pueblo en armas?
L

a ex ministra Olga Sánchez Cordero salió a defender el nuevo plan de seguridad diciendo tres cosas. Primero, declaró que en las consultas realizadas nadie pidió que las fuerzas armadas se retiraran de sus ciudades, sino que, al contrario, pidieron que permanecieran. Segundo, la senadora usó de manera reiterada la palabra policía para calificar la estrategía de seguridad del nuevo gobierno, habló de policía militar, policía marina, etcétera. De esa forma, Olga Sánchez Cordero sugirió que se tratará simplemente de transferir las funciones de la policía a las fuerzas armadas, y no de sustituir la función reguladora de la policía con la lógica de guerra propia de los militares. Por último, la futura secretaria de Gobernación repitió una fórmula del presidente electo, de que el Ejército y el pueblo son versiones de lo mismo: el Ejército, según esto, es pueblo en armas.

Se trata realmente de tres argumentos diferentes y cada uno merece ser valorado y discutido. Aquí, quisiera detenerme sólo en la tercera idea: ¿es el Ejército pueblo en armas?, ¿qué significa adherirse a esta fórmula hoy?, ¿cuáles pueden ser las consecuencias de una fórmula así en el contexto de la guerra actual?

En la antigüedad, los ejércitos estaban liderados por una casta guerrera, apoyada en diferentes grados por esclavos y dependientes. La idea de pueblo en armas es una fórmula moderna, asociada frecuentemente a movimientos jacobinos, como el francés o, a los movimientos revolucionarios hispanoamericanos. Pero aun en esos casos, la figura de pueblo en armas tuvo siempre algo de circunstancial. El pueblo formaba milicias para tomar el poder o para defenderse, pero una vez que sus ejércitos pasaban a la ofensiva, tenían que ser convertidos en cuerpos disciplinados, y pasaban fácilmente a transformarse en fuerzas de ocupación. Por ejemplo, durante la Revolución Mexicana el ejército zapatista ocupaba posiciones defensivas de sus propios pueblos, y mantenía por eso un alto grado de identificación con sus comunidades, mientras que los ejércitos de Pancho Villa y de Venustiano Carranza, que peleaban por toda la República, frecuentemente eran vistos con temor por comunidades locales. Una misma tropa podía ser identificada como pueblo en armas o como fuerza de ocupación, según su ubicación en la geografía de la guerra.

Por eso no basta saber que la extracción social de la tropa es popular para que un ejército se identifique con el pueblo. Los ejércitos latinoamericanos siempre han reclutado a la tropa –y aun a muchos oficiales– de las clases populares, y no por eso han sido vistos como pueblo en armas. El ejército federal de Victoriano Huerta, por ejemplo, estaba compuesto en su mayoría de indígenas. Hasta el propio Huerta era de extracción indígena. Sin embargo, ese ejército fue sobradamente impopular. La relación entre ejército y localidad es central para entender si será o no identificado como pueblo en armas o como fuerza de ocupación. En el contexto de la guerra actual esa relación de identificación no está garantizada.

Además, los ejércitos procuran profesionalizar a sus miembros. Como cuadro de una corporación, tanto el soldado como el oficial se someten a una disciplina rigurosa, porque el ejército es ante todo una organización racional y jerárquica. Pertenecer al ejército significa dar prioridad al mando oficial superior. El pueblo, en cambio, se organiza en torno de la opinión –la voz popular– y no por sometimiento a una cadena de mando. Por eso, justamente, los ejércitos tienen como política sistemática el apartar a los líderes naturales de sus bases sociales. Sólo así pueden asegurarse que sus oficiales sean fieles a la corporación. Por eso, cuando los ejércitos revolucionarios zapatistas fueron finalmente incorporados al Ejército federal, sus principales oficiales fueron transferidos. Al general Genovevo de la O, por ejemplo, lo mandaron a Tlaxcala. ¿Era De la O igual de pueblo en armas en Tlaxcala de lo que fue en su pueblo de Santa María Ahuacatitla? No lo creo. En Tlaxcala, el general De la O era un representante del ejército federal, mientras que en Santa María representaba a su pueblo ante el ejército. La profesionalización del ejército no significa otra cosa si no dar prioridad a la corporación, a sus reglas y jerarquías.

Andrés Manuel López Obrador ha dicho que como el Ejército es pueblo armado, nunca tirará contra del pueblo. Cabe preguntar entonces: ¿contra quién disparará? ¿No son acaso mexicanos los capos de Jalisco Nueva Generación? ¿No lo son, también, los secuestradores del municipio de Ecatepec? La pregunta parece algo ridícula, pero importa hacerla, porque si respondemos que los criminales no son mexicanos –como lo hizo hace unos años el general Cienfuegos, quien tras un ataque sangriento sufrido por el Ejército, declaró que los criminales en México eran apátridas– tendremos una guerra en que el contrario estará expulsado de nuestra comunidad política. Estaremos de regreso a un mundo de pueblo y antipueblo. Así fue la guerra de Felipe Calderón.