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Una facción pide elegir a un líder más agresivo

Tras la derrota en la presidencial de Brasil, el PT busca reconstruirse

El partido es golpeado por divisiones internas y crisis de credibilidad

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▲ Manifestación de apoyo al ex candidato del PT en Brasil, el 27 de octubre. La playera dice Haddad es Lula 13.Foto Ap
 
Periódico La Jornada
Domingo 4 de noviembre de 2018, p. 21

Sao Paulo. La victoria del neofascista Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil resultó un duro golpe para el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que ahora debe hallar la forma de reconstruirse.

El daño va más allá de la derrota electoral que sufrió Fernando Haddad, el remplazo de Lula a la presidencia por el PT, quien perdió ante Bolsonaro por un margen de 10 puntos porcentuales en el balotaje del fin de semana.

El PT, la fuerza que definió la política brasileña durante gran parte de las recientes dos décadas, aún es dirigido desde la cárcel por Luiz Inácio Lula da Silva, su fundador, pero el partido se ve amenazado por las divisiones internas y concentra su fuerza en una región que está muy lejos del centro del poder económico del país.

Mientras los leales al ex presidente Lula siguen apoyando al ex candidato petista Haddad a pesar de su derrota, una facción del PT presiona para elegir a un líder más agresivo. Haddad salió de esta elección como gran líder. Emergió con la estatura necesaria para ser nuestro dirigente a escala nacional, aseguró Washington Quaquá, líder del PT en Río de Janeiro.

Otros militantes se quejan de que Haddad, un educado catedrático de ciencias políticas de la elitista Universidad de São Paulo, no es lo suficientemente duro como para enfrentarse a Bolsonaro.

Según miembros del partido, conocedores del debate interno, Gleisi Hoffman, la actual presidenta del PT, se resistió a que Haddad fuera el candidato para la elección nacional, hasta que Lula la llamó al orden.

La situación no es del todo desalentadora para el PT, ya que fue el que más escaños obtuvo en la cámara baja. También logró la victoria en cuatro estados, más que cualquier otro partido, aunque todos concentrados en su bastión tradicional, el empobrecido noreste de Brasil.

Para millones de brasileños, el PT se ha convertido en sinónimo de corrupción y mala gestión. Durante los mandatos del partido en los años recientes, estalló el mayor escándalo de sobornos en la historia del país, detonada por la operación anticorrupción Lavado Rápido; se produjo la peor recesión económica desde la Gran Depresión y la delincuencia en las calles subió a escalas alarmantes.

Lula, a quien el ex presidente estadunidense Barack Obama (2009-2017) llegó a calificar del político más popular de la Tierra, cumple una condena a 12 años de prisión por corrupción y blanqueo de capitales sin haberse presentado pruebas en su contra. Su sucesora, Dilma Rousseff (2011-2016), fue acusada de violar leyes presupuestarias. Fue destituida de la presidencia en 2016 mediante un juicio político orquestado por su vicepresidente, el presidente saliente, Michel Temer.

El enfado de los brasileños se tradujo en un fuerte apoyo a Bolsonaro, que logró un número considerable de votos entre trabajadores de bajos ingresos, afrobrasileños y estudiantes universitarios que durante mucho tiempo fueron los principales partidarios del PT. El polémico líder del Partido Social Liberal aprovechó esta indignación y prometió mano dura contra la delincuencia.

Incluso los votantes a los que inquieta el discurso de Bolsonaro, quien ha instado a la policía a disparar a matar y se comprometió a encarcelar o expulsar a sus enemigos políticos del país eligieron al neofascista para evitar que el PT regresara al poder.

Los leales al PT afirman que Lula y Rousseff fueron víctimas de un golpe de Estado, orquestado por los legisladores y la fuerzas fácticas de ultraderecha, con el fin de desacreditar a sus líderes y echar atrás programas sociales que sacaron a millones de personas de la pobreza y dieron a las minorías un lugar en la toma de decisiones. Pero también hay incondicionales del PT que admiten que su paso de la oposición al gobierno hizo que sus líderes perdieran contacto con sus raíces.