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Miss transgresora
Y

o no soy un hombre queriendo ser mujer; soy una mujer con una característica diferente, y creo que entro dentro del abanico de la diversidad que es ser mujer. Esta fue la respuesta de Ángela Ponce, ganadora del concurso Miss España y representante de ese país en el certamen Miss Universo, ante las críticas recibidas por su participación en la competencia mundial que premia un modelo de belleza femenina. Ella no será la única competidora transexual en ese acto, pues estará acompañada por la modelo Belguun Batsukh, quien fue seleccionada en octubre Miss Mongolia 2018. Dos mujeres ubicadas en un punto dentro del amplio espectro de lo que significa serlo –como afirma la aspirante española– estarán presentes en la justa mundial que se celebrará en diciembre, en Bangkok, Tailandia.

No es la primera vez que una concursante transexual busca convertirse en la mujer más hermosa del mundo (de acuerdo con los estandares de belleza predominantes, los cuales no comparto). En 2012, cuando Donald Trump era el propietario del certamen, Jenna Talackova, participante en Miss Universo Canadá, fue descalificada por no ser una mujer natural.

La canadiense emprendió una batalla que tenía como centro su condición de mujer reconocida por ella misma y las leyes en su país, la defensa de los derechos humanos y la lucha contra la discriminación y la transfobia, con lo que doblegó al magnate y abrió las puertas a las aspirantes transexuales.

La pregunta que surge es: ¿cómo una competencia tan banal, que reproduce estereotipos absolutamente cuestionables, puede convertirse de pronto en escenario donde se dirimen conceptos tan importantes como belleza, libertad y sexo en las sociedades contemporáneas?

Para autoras como Lauren Bialystok, la crítica a los estándares de belleza femenina puede ser algo de lo cual los concursos de belleza y el resto de la sociedad podrían beneficiarse (Social Theory and Practice, 42 (3) 605-635, 2016). Pero también estos certámenes se relacionan con ideas impuestas de liberación. En un trabajo publicado en 2009 (Gender, Place and Culture 16 (3): 241-256), la especialista en estudios sobre Afganistán Jennifer Fluri muestra cómo los concursos de belleza constituyen un vínculo con los ideales occidentales de libertad. Después de la expulsión de los talibanes de Kabul, afirma Fluri, la participación de la joven Vida Samadzai como Miss Afganistán en el certamen de Miss Tierra 2003 (patrocinada por Estados Unidos), refuerza el drama de la belleza como supuesto elemento de liberación y forma parte de las ideologías occidentales construidas políticamente para salvar a las mujeres afganas.

La participación de mujeres transexuales en estos encuentros es también un claro ejemplo del surgimiento de territorios en los que la determinación del sexo escapa a las exigencias impuestas por los criterios biomédicos tradicionales, los cuales, hasta el siglo pasado, habían tenido el privilegio de tener la última palabra en la decisión sobre quién es hombre y quién mujer. Los concursos de belleza no son por cierto los únicos espacios donde esto ha ocurrido, el mismo fenómeno se observa también en las competencias deportivas. Lo que tienen en común estas actividades es que la segregación por sexo genera gran tensión por la exclusión (discriminación) de quienes no se ajustan al modelo de diferenciación sexual surgido en la biomedicina, tensión que conduce a un cambio de paradigma.

Por ejemplo, el Comité Olimpico Internacional determinó en su Reunión de Consenso sobre Reasignación de Sexo e Hiperandrogenismo realizada en 2015 en Lausana, Suiza, criterios especiales para la participación de transexuales: “Aquellos que hacen la transición de hombre a mujer son elegibles para competir en la categoría femenina (…) deben demostrar que su nivel total de testosterona en suero ha estado por debajo de 10 nmol / L (nanomoles por litro) durante al menos 12 meses antes de su primera competición...” Estas condiciones pueden cumplirse cabalmente mediante tratamientos quirúrgicos y hormonales de reasignación de sexo.

Pero volviendo al caso de los certámenes de belleza, la eliminación de los criterios médicos para la determinación del sexo es en este caso completa.

A Talackova, Ponce y Batsukh no se les exige siquiera un nivel determinado de hormonas. Se convierte así en un territorio en el que el dimorfismo sexual (dos sexos únicos), el determinismo genético (cromosomas XX en mujeres, XY hombres o la presencia de un gen maestro), así como la consideración de la diversidad como patología, son nociones que ya no tienen cabida. Los criterios biológicos han sido desplazados por otros universos, en particular el de la sique, la certeza individual de ser mujer u hombre que, como hemos visto, cuenta ahora con un fuerte respaldo legal y ético.

La biomedicina sigue presente, pero ahora sólo como colaboradora mediante el perfeccionamiento de los procedimientos médicos y quirúrgicos para apoyarlas.