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Caminata Migrante
Jefferson y Rigo, dos niños migrantes que sueñan con EU
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 23 de octubre de 2018, p. 4

Huixtla, Chiapas., Jefferson, a sus seis años, caminó hoy seis horas y media, y adelantó un buen trecho del trayecto que cubrió en su novena jornada la caravana de migrantes hondureños que marcha hacia el norte. Pero por la tarde no fue sólo el agotamiento sino los estragos del aguacero y la desesperación lo que lo hizo detenerse, junto con su hermano y sus papás, a suplicar a los conductores en la carretera entre Tapachula y Huixtla (41.2 kilómetros): ¡Jalón! ¡jalón! Muy seguro de sí sube al vehículo del periodista Elio Henríquez y le dice: Voy a Estados Unidos.

Es el día nueve en la saga del éxodo centroamericano. La familia, de origen campesino, viene de Esquipulas, Guatemala. Sueña con llegar algún día a Kansas. Por ninguna razón en particular, sólo porque la mamá se fue para allá y, dicen, le fue muy bien.

Llegan a buen tiempo al parque central de Huixtla, pero se encuentran que toda su superficie esta tapizada ya de cuerpos sudorosos, adultos y niños hacinados sobre hules o cartones, entre la basura, restos de comida, pañales sucios, zapatos inservibles, jirones de ropa mojada. En algunos rincones el olor a orines es insoportable.

De algún modo encuentran un huequito donde tenderse para descansar una noche, antes de emprender la jornada del día 10. Miran al cielo: lluvia segura. Ni las autoridades municipales o las instituciones asistenciales han pensado en ayuda humanitaria más allá de tortas y agua. No hay carpas ni baños.

Después de la lluvia Huixtla es un sauna, 32 grados y 60 por ciento de humedad. Otro periodista, el galés Ioan Grillo trabaja inmerso en el drama haciendo entrevistas. Otro niño, Rigo Cruz, de siete años se cuela en el grupo y le jala la camisa:

–Señor ¿será que usted me puede llevar a Estados Unidos a ver a mi papá?

Él es de Choloma, Honduras. Viaja con un grupo de nueve familiares; seis son niños. Esta noche se apretujarán todos sobre una cobija sucia y tratarán de dormir, incluso si llueve, porque no alcanzaron hule para taparse. Mañana seguirán otros 30 o 40 kilómetros bajo los vapores tropicales del Soconusco hacia Mapastepec.

Las acampadas de los caravaneros, determinados y casi heroicos, son cada vez más duras. La exasperación y la lucha por sobrevivir hacen estragos. Aquí y allá, en ese mosaico de pesares, surgen pequeñas batallas por algunos centímetros de cemento donde descansar la humanidad. Entre hermanos se enseñan los dientes.

La posibilidad de contar con albergues dignos en el camino o tramos donde algunas instituciones les faciliten autobuses no parece estar en los planes de nadie. Inevitable preguntarse hasta dónde podrán llegar así. Lástima que en la geografía real, la frontera con Estados Unidos no esté tan cerca como sí lo está en la imaginación de Jefferson o en los sueños de Rigo.