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Pueblos, comunidades, ciudadanos
E

s extraño, pero así es: durante la campaña de Morena y la elección, y ahora con la transición al nuevo gobierno, un gran número de intelectuales y editorialistas de los medios (televisivos y escritos) ha negado que exista algo así como el pueblo. Mil veces han opuesto a esa noción el concepto de ciudadanos. Los liberales mexicanos se nutren de prejuicios, que con frecuencia en eso se convierte la adopción de conceptos que surgen de investigaciones referidas a espacios sociales del mundo desarrollado.

Véase, por ejemplo, los conceptos de pueblo que Sartori acopia de una vasta investigación histórica. El pueblo como todos; como los más; como ­ po­pulacho (clases inferiores, proletariado); como totalidad orgánica e indivisible; como mayoría absoluta; como mayoría moderada (en su muy celebrada obra ¿Qué es la democracia?). Sartori lleva a cabo una rigurosa crítica de cada concepto, y se detiene especialmente en el último. Una lectura cuidadosa muestra que la crítica tiene como supuesto una sociedad de ciudadanos. No es extraño que así sea por cuanto la sociedad, después del mundo clásico grecorromano y de los comunes, surgió como una de individuos autónomos y libres. La originalidad de la libertad moderna apareció como libertad jurídica, como lo advierte Umberto Cerroni (La libertad de los modernos). La libertad jurídica, explica Cerroni, “nace con la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, evoluciona en las Constituciones del siglo xix, y se estructura en la ciencia del Derecho constitucional. A través de este proceso, la libertad individual obtiene reconocimiento y una sistematización positiva, garantizada…”

Pero, ¿sirven esos conceptos para pensar cabalmente una sociedad como la mexicana? No cabalmente. De hecho, ni siquiera la del mundo desarrollado, si entendemos, con Marx, las relaciones sociales, entre iguales, ocultas en el contrato de trabajo, por ejemplo, como lo desvela el propio Cerroni.

Para lo que aquí interesa, Sartori mismo hace un espacio separado, a la sociedad de masas. Escribe: si pueblo hoy designa “una entidad atomizada, desconectada y fluctuante; una sociedad sin nombre que ha perdido el ubi consistam [punto de apoyo]…, no está equivocado decirlo así” sociológicamente; aunque desde el ángulo de la teoría política, ve que “el hombre-masa está aislado, vulnerable y, por lo tanto, disponible: su comportamiento oscila entre los dos extremos de un activismo extremo o la apatía. De ello deriva que el tipo psicológico que caracteriza a la sociedad de masas aporta un escaso sostén a las instituciones de la democracia liberal”.

Otra clave en el texto de Sartori, está en su crítica a la tercera idea de pueblo: “es un hecho que las sociedades contemporáneas avanzadas no tienen ya –a escala socioeconómica– una configuración piramidal. La estructura de la sociedad industrial y posindustrial es, si acaso, hexagonal, con una gruesa panza a la mitad de su altura… el mayor número se da por los llamados cuellos blancos y por las clases medias…”

Es un hecho que los pueblos de múltiples áreas subdesarrolladas, como los mexicanos, no caben en las seis nociones de Sartori. Tampoco caben en el hombre-masa que teoriza, aunque es aceptable la existencia de una franja de mexicanos en esa condición. Importa destacar que nuestra sociedad sí es piramidal y no hexagonal, como las sociedades en que piensa Sartori, y que en la franja antedicha y en los pueblos reside el déficit de ciudadanía sobre el que tanto se ha escrito en México. Individuo autónomo y ciudadano, que nacen unidos en el proceso del desarrollo de la modernidad, se oponen a comunidad, que es justamente lo que encontramos en los pueblos.

Nada de ello sorprende: es el subdesarrollo, que no sólo toca al espacio económico, sino igualmente al espacio de lo político. La modernidad capitalista ­desborda históricamente sus fronteras de origen y, ahí adonde llega, va rompiendo las relaciones comunales que encuentra en los espacios sociales preexistentes a la conformación del gran régimen colonial mundial creado a partir del siglo XVI. No obstante, esa ruptura nunca es total, nunca la modernidad capitalista penetra completamente en las relaciones comunales. Se conforman así espacios de modernidad ­ca­pi­ta­lista, que forman parte del capitalismo mundial, en los que residen individuos autónomos que viven la libertad jurídica de los modernos, y que conviven con los pueblos que se hayan, cada uno, en un punto intermedio entre la comunidad que fueron y la modernidad capitalista que nunca llegó a disolverlos. El hecho de que a los miembros de una comunidad/pueblo se les atribuya la calidad jurídica de ciudadano, en México por el artículo 34 constitucional, no los convierte en el individuo característico de la modernidad capitalista. Esos pueblos no ensamblan correctamente con la democracia liberal.

La libertad de los modernos comporta una pérdida: el hombre-naturaleza. La comunidad existente: hoy es un limbo; ¿sus puertas?