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El Estante de lo Insólito

2 de octubre. Una sola sangre

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▲ Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

A los que fuimos responsables y protagonistas directos en aquellos sucesos, no nos queda sino esperar a que los años serenen las pasiones y que la Historia, que se escribe a largo plazo, al juzgar nuestra actuación corrobore con su juicio si servimos con lealtad y desinterés al entonces Presidente de la República, C. Gustavo Díaz Ordaz y a nuestras instituciones.

Marcelino García Barragán

Secretario de la Defensa Nacional en 1968

L

a frase más usada y más contundente para hablar del país sentencia: México es un país de contrastes. Eso casi es decir nada para comprender que la diversidad étnica, cultural e ideológica de la nación podría tener un enfoque pujante de otras condiciones que no pasaran por el hambre, la falta de educación, la carencia de espacios de desarrollo, o las cifras de los cinturones de miseria. En ese escenario de marginación, molestia y desesperación, el país se presentó en 1968 como líder moral de América Latina, capaz de organizar los Juegos Olímpicos que jamás habían tocado suelo latinoamericano, construyendo escenarios que eran sueño lejano de países hermanos, importando estructura deportiva, logística y de comunicación que nos acercaron al acontecer diario de las grandes potencias. Un sueño sicotrópico como el que en 1994 nos iba a colocar mediante un tratado de comercio internacional (uno de los más grandes del mundo) en la misma mesa de cinco tenedores y candiles dorados con los líderes universales.

Hay dos líneas básicas en esas diferencias ideológicas y activas de la sociedad en 1968: por una parte, hay una clase trabajadora que entrega la piel por mejores condiciones de vida, donde el poder adquisitivo no está lejano de satisfacer lo elemental; en general hay buena regulación económica y la administración sexenal entregará buenos números. También está la familia deportiva haciendo una organización de primera clase (que se volverá modelo internacional) en la celebración olímpica que transmitirá por primera vez a todo el mundo, con la inserción de mosaicos multicolores, el desfile mezclado de delegaciones y, algo de aplauso largo: será una mujer (la gran atleta de Baja California Enriqueta Basilio) la encargada de encender el pebetero olímpico. En contra de todo eso está la figura ominosa de Gustavo Díaz Ordaz, jefe del Ejecutivo, hombre obtuso e intolerante que se caracterizó por confrontar y reprimir. Los chistes de lo macabro dirán después de los muertos: Creíamos que era horrible sólo por fuera.

Como parte de un fenómeno mundial, los estudiantes de México, como los de Francia, Japón, Italia, Alemania, España o, particularmente, Estados Unidos, donde se clamaba contra la guerra de Vietnam, activaron un movimiento incluyente que agrupaba varias instituciones educativas del país. Los días, los actos y el cambio de tono, sumaron organizaciones campesinas y colectivos sociales, quienes no sólo pugnaban por reformas educativas, sino por libertades civiles que se sentían atropelladas por la actitud autoritaria del presidente de la República. El movimiento fue apoyado por artistas, intelectuales, obreros y amas de casa. Preocupado por celebrarse internacionalmente, el presidente temblaba de coraje cuando en la calle se gritaba ¡No queremos Olimpiada queremos Revolución! Todo se aglutinó y, de alguna manera, se organizó en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), que fue visto por el gobierno como una partida criminal. Mientras las autoridades señalaban que los estudiantes retenían armamento en los planteles como iniciación de una guerra, la realidad era que entre los jóvenes se vivían asambleas democráticas, se leía, se estructuraban proyectos, se imprimía propaganda… si había deseo de incendiar al país era desde las ideas, creando un incisivo Pliego petitorio.

Detenciones, secuestros, golpizas e intimidaciones de todo tipo, antecedieron a lo que se considera el momento que marca las peores hostilidades: el 30 de julio, el ejército lanza un bazucazo contra el portón (una pieza labrada del siglo XVIII de gran valía) de la Preparatoria número 1 en San Ildefonso. Los hechos enardecen a los estudiantes, despiertan conciencias adormecidas y estimulan la arenga informada de que es tiempo de cambiar las cosas. En un hecho que aún emociona a los sobrevivientes y analistas, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, iza la bandera a media hasta en el campus universitario y encabeza una marcha que supera las 50 mil personas, con un recorrido que inicia y termina (luego de pasar por avenidas importantes del sur de la capital del país) en la propia Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La herida de todos

Las horas previas a la tragedia fueron como las de algunos enfermos terminales, que mejoran súbitamente un día antes de su muerte. El Ejército se había retirado de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional. Parecía que podía llegar cierta tranquilidad y diálogo. En lugar de eso, llegaron las balas. Díaz Ordaz, veía en la ecuación de la Olimpiada (contra la que empezó en desacuerdo por el gasto que implicaba para su administración y que había sido pactada desde el gobierno anterior, el de Adolfo López Mateos) un complot filtrado desde el extranjero. La paloma que simbolizaba la paz de los juegos, se dibujaría de ahí en más ensangrentada.

Díaz Ordaz, predicando una sensibilidad inexistente, había declarado que había sido tolerante Hasta límites criticados. El plan fue liquidar el movimiento en esa gran concentración del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Que nada quedara después de eso. Ni una sola marcha, ni un solo discurso. Mientras en la plaza se desplazan los cuerpos militares, en la azotea de la secretaría de Relaciones Exteriores, un equipo de filmación dispone varias cámaras con el equipamiento de telefotos necesario para registrar el evento de la plaza. Así les dijeron y así los contrataron. El equipo tiene celebridades técnicas de nuestro cine, y es encabezado por el cineasta Servando González, (reconocido por las cintas Viento Negro y El Escapulario). En el gremio cinematográfico y entre intelectuales sería visto desde entonces como un paria por su filmación de los acontecimientos. Servando había filmado programas de divulgación turística para el gobierno, pero nunca se imaginó lo que registraría en Tlatelolco. En entrevista (incluida en Los Rollos Perdidos –2012–, el documental de Gibrán Bazán sobre el caso), el director decía que eran imágenes que prefería no haber visto nunca. Se afirma que los rollos estaban resguardados en las bóvedas de la Cineteca Nacional y se perdieron con el incendio del 24 de marzo de 1982, cuando Margarita López Portillo, hermana del presidente en turno, dirigía la institución. Sólo si aparecen un día, se podrá descartar la hipótesis de que el incendio pretendía desaparecer el material filmado.

En un operativo genocida y ridículamente armado, los diferentes cuerpos se volvieron una conflagración represiva desde todos los flancos, con soldados y miembros de fuerzas especiales y del Batallón Olimpia disparándose entre ellos, mientras aniquilaban a personas (no sólo estudiantes) indefensas. Las cifras de muertos, heridos, arrestados y desaparecidos son parte de otro debate imposible de resolver. Los números suelen coincidir en los 300 fallecidos, cuando menos directamente en la plaza y edificios alrededor. Si eso incluye a los que fallecieron torturados en las detenciones es imposible de precisar. La sangre de los soldados y policías era la misma de los estudiantes tendidos en la plaza, y de las mujeres recogiendo los cuerpos de sus hijos, y de los fotógrafos que se cubrían las lágrimas con la cámara mientras registraban el tendido de cadáveres y los rostros aterrados de los presos tras los barrotes carcelarios; por todo eso, el 2 de octubre de 1968 es la herida de una sola sangre.

Al día siguiente, el cartón del extraordinario caricaturista Abel Quezada en el periódico Excélsior se tituló ¿Por qué? y era un cuadro en negro absoluto. Los medios oficiales callaron o minimizaron los hechos (hubo titulares aseverando que se había aplicado mano dura A los alborotadores). Octavio Paz desde la India y Sergio Pitol desde Belgrado, renuncian a sus puestos diplomáticos. Un ejemplo que la clase política ignoró.

Memoria como conciencia

Desde el ensayo, la crónica y la ficción, hay que conocer entre muchos otros La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska; La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, de Jorge Volpi; Esa luz que nos deslumbra y Disparos en la oscuridad, de Fabrizio Mejía Madrid; 1968. Los archivos de la violencia, de Sergio Aguayo; 68, de Paco Ignacio Taibo II; y Los días y los años, de Luis González de Alba; lecturas que permiten tener mejor perspectiva de los hechos. Por su parte, Julio Scherer García y Carlos Monsiváis dieron un paso crucial para la constancia periodística de la historia con Parte de Guerra. Tlatelolco 1968 (Edit. Nuevo Siglo/Aguilar; 1999), un libro que contiene Documentos del general Marcelino García Barragán. Los hechos y la historia. García Barragán fue el hombre de las fuerzas armadas en el fatídico mandato de Díaz Ordaz. Con información oficial y una crónica precisa, es el gran documento sobre los acontecimientos.

En la película El Grito (1968), de Leobardo López Arretche, se condensaron materiales filmados por múltiples cineastas que salieron a capturar el sentir de la calle, con marchas, pintas, asambleas… hasta llegar a la noche fatídica. Los materiales fueron guardados a toda prueba en tinacos, casa de amigos y diversos refugios, para constituirse después en ese documental. Como un rompecabezas de imágenes vivas, aunque de estructura confusa, es el gran documento visual del movimiento (de las tanquetas y los manifiestos, hasta el golpeado profesor Heberto Castillo). Si bien, como apuntó Carlos Mendoza en la celebración de Diálogos. Una radiografía fílmica del 68 en la Cineteca Nacional, quizá el documental necesitaría una guía para comprenderse del todo.

La película de Jorge Fons Rojo amanecer (1990), es un ejercicio espléndido sobre lo que se vivió en los interiores de aquellos departamentos en Tlatelolco. La familias aterrorizadas, los estudiantes buscando refugio, el Ejército pasando piso por piso, habitación por habitación, para abrir fuego y culminar la obra. Otras cintas han retomado el tema con temáticas de todo tipo, destacando piezas de calidad como Borrar de la memoria (dirigida por Alfredo Gurrola, con guion de Rafael Aviña) o Tlatelolco. Verano del 68 (dirigida por Carlos Bolado), de 2013. ¿y si platicamos de agosto?, de Maryse Sistach 1979. Muchos documentales y reportajes especiales, han mostrado documentos y testimoniales reveladores y de absoluto escalofrío por la crudeza de los hechos .