Sociedad y Justicia
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Mar de Historias

Otra soledad

A

driana no logra concentrarse. A cada momento suspende su trabajo y se queda mirando al vacío. Su comportamiento despierta inquietud y curiosidad entre sus compañeras de área. Cuando alguna le pregunta qué le sucede contesta: ¡Nada. Estaba pensando en mis cosas... Tonterías! Tras esa expresión oculta lo ocurrido anoche: al volver del trabajo encontró a su suegro, don Joaquín, muy inquieto porque su perro, Boris, había tomado del buró su dentadura y luego huido.

Adriana quiso restar importancia a la pérdida y enseguida llamó a Boris con los términos más cariñosos. En vista de que el perro no acudió a su llamado fue a buscarlo a sus escondites habituales. Cuando ya se disponía a mirar debajo de las camas entró al departamento Rodolfo, su esposo. Al verla tendida en el piso se echó a reír: Mi amor, ¿se puede saber a qué estás jugando? Adriana y su suegro intercambiaron miradas de complicidad.

II

En lugar de darle el beso de bienvenida, Adriana puso a su esposo al corriente de la situación: “Tu padre está preocupadísimo porque Boris se llevó su dentadura. Sabes que siempre se quita la placa de arriba para descansar.” Rodolfo pensó que se trataba de una broma, pero salió de su error cuando su mujer le dijo: No te rías: hablo en serio.

Desconcertado, se puso a dar vueltas en el mismo sitio, como si buscara en el linóleo una indicación de qué medidas tomar ante el comportamiento del perro. Sólo había una respuesta: “¡ Boris se va!” Lo tenía harto con su cagadera y sus robos: primero un zapato, después los lentes de don Joaquín y ahora su dentadura. Terminó la lista de cargos reiterando la amenaza: “¡ Boris se larga de aquí!”

Ante la posibilidad de perder a su compañero, don Joaquín, con el rostro congestionado, agitó los puños en el aire y se echó a gemir, como siempre que el temor le arrebataba las palabras. De inmediato, salido de no se sabía dónde, apareció Boris. Consoló a su dueño frotándose contra sus piernas y lanzando aulliditos. Feliz por la expresión de solidaridad, don Joaquín le acarició el lomo y se puso a hablarle como si fuera una persona: No eres ladrón. Te llevaste mi dentadura por travieso. ¿Me la devuelves? La necesito para masticar. A fin de hacer más comprensible su petición, abrió la boca a medias desdentada y la movió exageradamente, como si estuviera comiendo un enorme bocado.

Suponiendo que se trataba de un juego, Boris lanzó un concierto de ladridos al que respondieron otros perros. Esa solidaridad canina contribuyó a aumentar la impaciencia de Rodolfo, quien, fuera de sí, se deshizo en maldiciones y terminó acusando a su esposa de ser tolerante con Boris y descuidada con don Joaquín. Adriana se defendió argumentando que la desaparición de la dentadura –no quiso usar el término robo– había ocurrido mientras ella estaba en el trabajo. Imposible hacerse presente en dos lugares al mismo tiempo.

Rodolfo no se dio por satisfecho y asumió un tono condescendiente: ¿acaso ella no se daba cuenta de que don Joaquín era ya un anciano? Requería la misma atención y cuidados que un niño. La intransigencia de su marido, el cansancio, el parloteo incontenible de don Joaquín y un nuevo concierto de ladridos hicieron que Adriana olvidara su habitual prudencia. Acusó a Rodolfo de exigirle demasiado. Después de pasarse nueve horas trabajando, ¿quería que, además, cuidara la dentadura de su suegro? ¡Imposible! Como respuesta escuchó un portazo. Sintió alivio: seguiría buscando la placa dental sola.

III

La luz del día no le ha quitado a Adriana el mal sabor de boca que le dejó la discusión con Rodolfo. Ahora se arrepiente de haber perdido el control. No será la primera vez que tome la iniciativa para arreglar las cosas. Antes necesita saber dónde habrá metido Boris la dentadura de don Joaquín. La buscó en todos los lugares donde el perro acostumbra esconder sus huesos, ¡y nada! En un último intento, esta mañana vació el canasto de la ropa sucia. Inútil. Todo le indica que, como dijo Rodolfo, la pérdida es irreparable y él tendrá que hacer otro gasto.

Pese a que le duele reconocerlo, Adriana admite que las distracciones de don Joaquín son cada vez más frecuentes: deja las luces encendidas, las llaves pegadas en la puerta, la cartera en cualquier parte y a veces se pone los zapatos al revés: todas, señales preocupantes. Adriana coincide con Rodolfo en eso de que su padre ya no puede quedarse solo en el departamento mientras ellos permanecen en el taller y en la embotelladora de refrescos.

Ninguno de los dos puede darse el lujo de renunciar al trabajo para dedicar todo su tiempo a don Joaquín. Si su deterioro sigue avanzando será necesario solicitar los servicios de una cuidadora. Para cubrir su sueldo, uno de ellos, o los dos, tendrán que buscar un trabajo extra. ¿De qué? ¿Dónde? ¿A qué horas? Ante la falta de respuestas sólo queda una alternativa: el asilo. La posibilidad la horroriza y jura que buscará otra solución.

IV

Es la una de la tarde. Las trabajadoras salen a almorzar. Al verlas, Adriana se da cuenta de que no dejó comida para don Joaquín. Es casi sordo. Sería inútil llamarlo y aconsejarle que tome un vaso de leche y un pan. Aunque él estuviera en condiciones de prepararse un huevo no podría hacerlo: para evitarle riesgos a su suegro, cada mañana, al salir de la casa, ella deja cerrada la llave del gas.

Adriana comprende el terror de don Joaquín ante el riesgo de que Rodolfo cumpla la amenaza de echar a Boris a la calle. De ser así, él volverá a quedarse solo en el departamento durante horas y horas, sin tener a quien confiarle sus pensamientos o sus recuerdos. Siente como suya la angustia de su suegro. En cuanto regrese a la casa lo tranquilizará diciéndole que Rodolfo nunca hará nada en su contra y mucho menos quitarle a Boris, porque sabe cuánto se necesitan y se quieren. Por lo que respecta a la dentadura, que tampoco se preocupe: ella le mandará hacer una nueva a finales de octubre, en cuanto reciba la tanda.