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Hasta los dientes
“L

os muertos no hablan, los muertos no declaran”. Atrapados en la línea de fuego entre un grupo de sicarios y elementos del Ejército, el 19 de marzo de 2010 dos amigos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, Jorge Mercado y Javier Arredondo, perdieron la vida, y muy pronto su condición de víctimas fue presentada en los medios como la de dos sicarios caídos en la refriega con armas de grueso calibre en la mano. En realidad, durante los enfrentamientos miembros del Ejército dispararon contra uno de los jóvenes y al regresar su compañero a rescatar el cuerpo herido, los militares completaron la ejecución extrajudicial de ambos como rápida maniobra de control de daños. Según la versión oficial, los dos ejecutados eran miembros del crimen organizado y estaban armados hasta los dientes. El burdo engaño, secundado por autoridades del plantel, la procuraduría de justicia y altos mandos castrenses, llegó a confundir por un tiempo a la población y a los familiares que seguían buscando a sus hijos. Hasta que finalmente vino el esclarecimiento de los hechos.

En Hasta los dientes (2018), primer documental de Alberto Arnaut, el realizador mexicano se atiene a los hechos delictivos acudiendo a declaraciones de testigos presenciales, reportes de telediarios locales e imágenes de cámaras de seguridad que en el plantel registraron parte de lo sucedido. Lo fundamental en los testimonios, y al mismo tiempo lo más emotivo, es la rabia impotente en lo que refieren los familiares de las víctimas. De todos es conocido el horror absurdo de una guerra tan frontal como irresponsable contra la delincuencia organizada que inició el presidente Felipe Calderón y que entre 2007 y 2012 estremeció a Nuevo León. El mismo esquema de terror en los enfrentamientos y los abusos impunes de un Ejército no preparado para tareas policiales se repite en otras regiones del país, como demuestran el caso irresuelto de Ayotzinapa y la ejecución de estudiantes de cine en Guadalajara. Cuando, por impericia o torpeza castrenses, las cosas se salen de control en un enfrentamiento con una delincuencia indoblegable, a las víctimas colaterales, por lo general ciudadanos inermes, o estudiantes o periodistas, se les hace pasar como responsables de su propia desgracia, ya sea por estar en el lugar equivocado o por hacer cosas incorrectas. Siempre parecen merecer la suerte trágica que les ha tocado. En la cinta, la estrategia aparece todavía más cruda: La tirada es hacerlos pasar por desaparecidos, mandarlos a la fosa común; los muertos no hablan, no declaran.

Los compañeros de los estudiantes ejecutados reflexionan frente a la cámara sobre lo sucedido. En el clima de terror imperante, la población procura depositar toda su confianza en las instituciones, en las fuerzas armadas que en principio protegen. No hay matices que valgan; todo se vuelve blanco y negro. Poner en duda la integridad moral de la institución que brinda protección, equivale a exponerse a una vulnerabilidad total frente a la delincuencia organizada. Es preferible entonces manifestar una confianza absoluta que raya en la fe ciega. El círculo de la impunidad se cierra así con la protección de los mandos superiores y el sacrificio de las escalas básicas, esos soldados rasos que en la lógica de la represión también salen perdiendo. Existe igualmente una lógica de clase. Según la declaración de un estudiante, de haber sido las víctimas hijos de empresarios o de militares, otra cosa habría sucedido.

Los ejecutados eran simples estudiantes foráneos y el esclarecimiento del crimen sólo podía manchar la reputación de la escuela, así como ahuyentar a los alumnos extranjeros o a los más privilegiados. A la razón de Estado se añade un reflejo de protección de los intereses creados.

Después de una primera parte en que la emoción de los familiares y el reconocimiento y restitución de la dignidad personal y excelencia académica de los asesinados es asunto prioritario, el documental explora la terrible maquinaria estatal que perpetúa los abusos. También, la red de complicidades en el más alto nivel, como el respaldo abierto del gobernador estatal Jaime Rodríguez Calderón El Bronco al entonces máximo encargado de la seguridad pública, general Cuauhtémoc Antúnez, o la larga conspiración de silencio que mediante el oficioso castigo de dos o tres soldados garantiza la impunidad final de los mandos superiores responsables. Hasta los dientes es uno de los documentales mexicanos más impactantes y valiosos de los años recientes. Bien estructurado, sin un asomo de sensacionalismo y comprometido con la reparación de una injusticia grave, es en estos días una expresión artística imprescindible.

Se exhibe en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 16.30 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1