Opinión
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Aprender a morir

La aceptación, otro don

E

lena tiene 58 años, un rostro jovial, cutis terso y sonrisa franca, como si nada grave le hubiese ocurrido o pudiera pasarle. Jubilada, con dos hijos que la apoyan y un esposo que prefirió aislarse cuando más lo necesitaba, en 2004 le diagnosticaron cáncer de seno, esto la impactó y asustó mucho, pero sólo ese día. “Al siguiente me dispuse a luchar por mí y mis hijos, entonces en secundaria. Vinieron las quimios y la radioterapia, y un peregrinar con especialistas y quirófanos por los efectos colaterales del tratamiento. Decidí dejar los antidepresivos y arreglármelas sin ellos.

“Luego, más intervenciones. Ganglios en la axila, pólipos en la nariz; me quitaron la vesícula, al año siguiente matriz y ovarios y en 2013 volvió el cáncer, por lo que ahora la mastectomía fue del seno derecho. Al poco tiempo me detectaron metástasis ósea, y a tomar nuevos medicamentos. Me sentí con un pie en la sepultura, lloré como condenada –¿no lo estamos todos sin darnos cuenta?– y después seguí adelante, con una convicción extraña y mis creencias, pues sin la ayuda de Dios no estaría aquí. No me da miedo morir, me inquietaba cómo, pero con el tiempo he aprendido a no preocuparme de eso, sino a aceptar mis dolencias sin rechazarlas; a vivir con ellas, sin reproches a nadie ni a Dios. Comprobé que deprimirse no ayuda a curarse.

“La vida sigue, y uno tiene que seguir adelante, con o sin el apoyo de alguien o de nadie, pues al mundo le tiene sin cuidado nuestras reacciones. He aceptado el apoyo de mis hijos, pero sin involucrarlos en mis males. Cada día agradezco lo que tengo, lo que he perdido y lo que puedo disfrutar. Ante esto se vuelve uno más sensible para aprender de las cosas sencillas y las personas. El ejercicio me relaja mucho, física y emocionalmente. Por lo menos cinco días a la semana voy a un gimnasio, salvo cuando recojo medicinas en el Seguro Social, donde me han atendido bien. Pienso en la gente con enfermedades pero sin seguro o sin dinero para tratarse.

“A veces me he sentido como conejillo de Indias con tanto tratamiento y medicamentos, y me dicen: ‘¿Qué prefiere, ¿descalcificarse o que le avance el cáncer?’ Haber sobrevivido a tantas cirugías, anestesias y hospitales, me confirma que mi hora no ha llegado y que aún tengo cosas que hacer y por quién hacerlas. Es otra oportunidad de crecer y evolucionar como persona, en la salud y la enfermedad.”