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Los puntos sobre las íes

Empresarios // Recuerdos (LXXXIII)

¡V

aya un encuentro!

Rodolfo Gaona y Ruy da Camara…

Según el testimonio de la propia Conchita, los que se abrazaban eran dos hombres de una planta extraordinaria. Distintos uno del otro, como el Sol de la Luna, pero ambos igualmente majestuosos, igualmente orgullosos de su raza.

“Gaona nos invitó a su casa, cosa que nos sorprendió mucho, pues le habían dicho a Ruy, al preguntar por él, que el gran torero azteca estaba neurasténico y no recibía a nadie.

“Al entrar a la casa del célebre inventor de la gaonera sentí una emoción comprensible: era la primera vez que visitaba la casa de una figura, ya legendaria, del toreo. Reparé, sorprendida, que sobre las austeras paredes que nos rodeaban no había ni un solo recuerdo taurino. Gaona nos recibió en el hall, donde nos presentó a su mujer, una señora que fue en sus tiempos gran pelotari.

“Durante la comida se habló de toros, y desde mi lugar en la punta de la mesa escuché ávidamente lo que el gran maestro decía sobre La época de oro, que nunca conocí. La conversación discurría naturalmente, hasta que se me ocurrió preguntarle a Gaona sus impresiones sobre algunos de sus compañeros. ‘¡Oh! –dijo El Califa, recordando el pasado y refiriéndose a una de las figuras de entonces–. Ese hombre era un rival venenoso… mandaba espontáneos pagándoles para estropear los triunfos de los demás’.

“No esperaba yo tan dura condenación. Mi mundo de toros era romántico y noble. ¿Sería posible que existieran en él envidias y mezquiñeces? ¡Qué pena, qué pena!

“Miré algo confundida al torero que tenía enfrente, pero la expresión de éste no me tranquilizó… era tan dura como la de una estatua de Cuauhtémoc que adornaba el Paseo de la Reforma.

“‘¿Y El Gallo?’, sugerí, ansiosa de saber si El Divino Calvo formaría parte de la lista negra del gran torero.

“‘–¡Un genio’, Exclamó. Era un muletero inconmensurable. El más grande todos los tiempos… tenía una muñeca… El torero hizo el ademán de girar la muñeca… Este movimiento, en él, era inigualable”.

***

“Mientras nuestro taxi de regreso al hotel toreaba el tráfico, no pude olvidar las revelaciones de Gaona. Eran duras, cortantes… pero en él todo era así. Cuando hablaba de El Gallo lo hacía con la misma pasión con que anteriormente condenara a otros.

“En el hotel nos recibió Chucho quien, al vernos entrar, levantó los brazos en señal de júbilo.

“‘¡Conchita torea el domingo!’, anunció sin más preámbulo.

“‘¿Qué pasó?’, exclamó Ruy, mientras yo, de emoción, no podía ni abrir la boca.

“‘Soy empresa’”, aclaró Chucho, sonriendo. Pepe Madrazo y yo no logramos convencer a la empresa, así es que, para cumplir mi promesa, me quedé con la plaza por dos domingos.

Los carteles que anunciaban la corrida no llevaban ningún adjetivo taurino, sencillamente la fecha, El Toreo y por debajo escrita la palabra Bellísima. Lo mismo podía tratarse de la presentación de una cupletista o de una bailarina. En el fondo creo que Chucho tampoco quería asumir por completo la responsabilidad de mi presentación.

***

“Ruy, como papá adoptivo, me engreía muchísimo, mas había un detalle en el que era inflexible: no podía salir nunca sin ir acompañada por Asunción o por una señora respetable que hiciera de carabina. Debo repetir que esta condición no me molestaba nada, pues Asunción era una compañera ideal.

“Pero toda regla tiene su excepción y ésta también la tuvo. Por la mañana y con el fin de entrenarme, podía salir acompañada de los banderilleros de mi cuadrilla.

“A las 6 de las frías mañanas mexicanas, pasaban a buscarme Fernando y Meléndez y salíamos, al Bosque de Chapultepec. A esas horas ya andaban a caballo los charros tempraneros que, envueltos hasta las orejas en coloreados sarapes, se dirigían a los varios lienzos de la capital. Era un cuadro bonito verles pasar.

“El frondoso bosque donde íbamos, adornado con lagos y coronado con el bello palacio del emperador Maximiliano que se asoma bajo sobre los enormes árboles, es el paraíso terrestre de todos los que sueñan triunfar.

En aquel bosque mi cuadrilla y yo corríamos y remábamos hasta que el rocío mañanero iba desapareciendo y asomándose por entre las ramas nos daba la señal de partida.

(Continuará)

(AAB)