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Nosotros ya no somos los mismos

Meade, un lugar en la cuarta transformación // Póngase la mascarilla usted primero

E

l triunfo primero, y su contundencia, luego, explicablemente nos incitan al olvido en automático de los difíciles meses que antecedieron al primero de julio: meses de trabajo arduo, agotador y, sin duda, pleno de privaciones y, por supuesto, de un exceso de riesgos. Yo, aunque me exhiba como tozudo, obcecado y hasta rencoroso, no quiero olvidar sino releer, cuantas veces sea necesario, esa bitácora, esas Cartas de relación, esa Odisea que nos servirá para entender a cabalidad lo sucedido y como lección para lo que tenga que venir.

Anuncié una revisadita a las estrategias electorales de cada partido y sus candidatos, en la peor campaña electoral que yo recuerde pero, aunque me queda claro que a la multitud esto ya dejó de preocuparle y ahora reclama información del día y, si es posible de mañana, no puedo dejar de mencionar, aunque sea de manera simplemente ejemplificativa, algunos negritos muy sobresalientes de este batido arroz.

Comenzaré por mencionar la designación del presidente Peña en favor de José Antonio Meade como candidato de un partido al que durante 30 años no había mostrado el más mínimo interés en pertenecer. A todos queda claro que la posibilidad de su candidatura no se basó en las cualidades personales que se le reconocen: conocedor a fondo de algunos aspectos fundamentales de la economía. Sus saberes son serios, aunque no vastos. No es un hombre de ideas políticas, sino de teorías económicas. No tiene militancias, sino devociones, aunque en este mundo, de sepulcros blanqueados, Meade es de los pocos que viven como piensan, para no tener que pensar como viven. Pero Meade no fue realmente considerado desde el principio como un cuarto bate, sino que se le manejó simplemente como un eventual emergente. No se le preparó mínimamente: no hubo un cursillo de real politik en el 2018 mexicano. No se le preparó un glosario de términos usuales en el argot político que siempre le fue ajeno. Su lenguaje verbal, gestual, corporal era (es) como si empleara el esperanto para comunicarse con esos extraños seres que él sólo conocía en su expresión numérica. El PRI abusó de su poder, de su experiencia en magia e ilusionismo, de la bonhomía de un profano y, por supuesto, de las naturales y legítimas ganas que tenemos todos los seres humanos de ser siempre algo más, algo mejor. La disyuntiva es clara: o la directiva partidaria, a sabiendas e inmisericordemente le vendió a un hombre de bien, el mapa que lleva a la olla repleta de monedas de oro que se dice se encuentra al final del arcoíris, o sea, lo timaron, o fueron precisamente gobierno y PRI quienes se engañaron: por su edad provecta y su ausencia de retoños ideológicamente afines, inteligentes, surgidos de las bases clasemedieras (y de cuando en cuando proletarias), olvidaron ya lo que antaño era su mejor virtud: oír, entender, valorar lo que regurgitaba en las entrañas de lo que uno de los inmensos Bonfiles definió como: el México profundo.

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▲ El ex candidato de la coalición Todos por Mé­xico, José Antonio Meade, durante su campaña.Foto José Antonio López

Las explicaciones que la nomenklatura partidaria da de su derrota aplastante es, no sólo mentirosa y tonta, sino como diría el maestro: medrosa y cobarde. Primero, Meade no era el mejor candidato. Segundo, si lo hubiera sido, lo arruinaron desde el principio: encargarle la campaña presidencial a un amigo que, ciertamente goza de la fama de hombre dotado para la administración y las finanzas pero que no conocía, como no conoce, los estatutos (cambiables a cada minuto de acuerdo a la voluntad del supremo hacedor), ni a dirigentes, cuadros, escoria, escuadrón de mapaches o compradores de credenciales por tarjetas que a saber ahora cómo pagarán.

Seguiremos platicando de este acreditado funcionario pluripartidista, José Antonio Meade, quien, en mi opinión, debe tener un lugar en la cuarta transformación del país.

Hay una expresión que se ha vuelto lugar común desde hace algún tiempo y, en actualidad, está por demás socorrida: Las tendencias electorales no nos son favorables. Aunque sea una simpleza y no sea mi costumbre, por los recuerdos que me trae, quiero reivindicar su autoría. La próxima semana la contaré.

Hace una semana que AMLO ganó la elección. Yo con voto cantado (antes de los resultados), a una semana del proceso me veo obligado a hacer pública mi primera disidencia. López Obrador se ganó como pocos o ninguno, el derecho de gobernar, de dirigir (como antaño se decía), los destinos nacionales. Honor como ninguno, responsabilidad, la máxima imaginable. De ese tamaño es también la carga de sus deberes. El primero, el cuidado y la seguridad de la nación. Y ello empieza, sin asomo de duda, por la preservación y salvaguarda del jefe del Estado y las instituciones. No olvide AMLO, que gracias a su lucha de toda la vida, por fin dejó de ser un mandante y se convirtió en un mandatario. En el primer mandatario. Más allá de su temperamento, carácter y hermosos arrebatos, esta columneta, parte mínima del 53 por ciento de votantes que lo pusieron en el sitio tanto tiempo merecido, le exige: como en los aviones: póngase la mascarilla usted primero. Sólo así podrá cuidar de los demás.

Twitter: @ortiztejeda