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Elecciones 2018
Acarreados del PRD ayudan a finalizar la campaña anayista
 
Periódico La Jornada
Lunes 25 de junio de 2018, p. 6

El músculo del sol azteca, potencia cuando se trata de mover las cuerdas del clientelismo capitalino, se hizo sentir ayer alrededor del Ángel de la Independencia, durante el cierre de campaña del candidato de la coalición Por México al Frente a la Presidencia, Ricardo Anaya, y de su abanderada al gobierno de Ciudad de México, Alejandra Barrales.

En el templete central se levantó una sola imagen, la de Anaya, como de 10 metros de altura. Sin embargo, a juzgar por la duración de los discursos, la cantidad de políticos perredistas de todo rango atiborrando el escenario, el despliegue de banderas y demás apoyos, el mitin trató mucho más de las fuerzas vivas perredistas que del abanderado panista.

Fue tan así, que Anaya empezó su discurso diciendo: “Es de gente bien nacida saber agradecer…” y acto seguido lanzó largas parrafadas de elogios al PRD (sin citar a nadie en particular) y al Movimiento Ciudadano, ensalzando sin límite a su líder, Dante Delgado. El colmo fue que para ello tuviera que citar, de la nada, a Miguel de Cervantes Saavedra.

Los panistas de alcurnia

Lejos de los apretujones, en las escalinatas del Ángel, los panistas de alcurnia hacían uso de sus privilegios: acceso controlado y una carpa VIP dónde esperar, bien hidratados con café o refrescos, el inicio del gran cierre.

Qué bien planeado está todo, comentaba uno de esos altos cuadros del PAN, fresco, vestido con los veraniegos colores del blanquiazul. Y sí, la movilización de miles –ellos dicen que 150 mil, vaya usted a saber– de acarreados estuvo bien planeada y bien ejecutada por cientos de hombres y mujeres que, bajo la mirada de esa élite, sudaban la camiseta (amarilla), corriendo de un lado al otro para acomodar a la gente que llegaba por oleadas, caminando por la Zona Rosa o Reforma oriente.

Las columnas humanas se movían ordenadas y diligentes detrás de sus líderes –casi todos del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno de Ciudad de México–, acomodándose para cubrir los carriles de Paseo de la Reforma hasta la glorieta de La Palma, procurando que los huecos no se notaran demasiado.

¡Ahí va el golpe!, gritaba uno de esos líderes avanzando con enjundia, arrasando a su paso a los despistados con su manta plástica. La cultura del tianguis se hizo sentir en la movilización. Fuerza del Comercio, con sus 12 agrupaciones de ambulantes; Alianza de Colonos y Comerciantes Independientes 10 de Mayo, con la imagen un poco fuera de lugar del Ché Guevara; ambulantes de la calle Moneda y grupos similares formaron un enorme cinturón humano en los costados de la glorieta del Ángel.

A pesar del previsible esquema del cierre de campaña, hubo –cómo no– momentos emocionantes. Como cuando un tráiler, a un costado de la calle Tíber, de pronto abrió sus puertas y produjo un milagro inesperado: miles de camisetas imitación de la Selección Nacional –hoy tan cerca del corazón de los mexicanos– con la leyenda Barrales, la mejor selección.

Anaya arrancó con enjundia, arengando a la multitud. Pero se le agotó la energía a medio show. Tras repetir algunas de sus fórmulas de campaña –meter a la cárcel a Peña Nieto, acabar con el pacto de impunidad y triplicar el cheque del ingreso básico universal– dio por concluido su discurso, de apenas un cuarto de hora. Entonces, los reflectores recayeron en la ex sobrecargo Alejandra Barrales. Un paso atrás quedó un hombre desconcertado, sin su máscara sonriente, sin saber ni dónde poner las manos. Sólo Xóchitl Gálvez, la ex delegada de Miguel Hidalgo, pareció percatarse de la soledad de Ricardo Anaya y le dio un maternal abrazo. Por cierto, el coordinador estratégico de su campaña (así le pusieron a su cargo), Jorge Castañeda Gutman, ya no se dignó a desgastarse en ese último acto de campaña en Ciudad de México. Y uno de los cuadros históricos del PRD, Amalia García, aprovechó justo este día para anunciar su renuncia al partido, en un movimiento que más pareció la huida de un naufragio.

Barrales empezó un largo discurso, relatando los inicios de su carrera política, cuando era una muchacha que tuvo que trabajar desde los 15 años, originaria de la populosa colonia Tránsito, para después graduarse de abogada, maestra, llegar a ser diputada (ahí omitió otros logros, como sus posesiones inmobiliarias) y mírenme, aquí estoy, voy a ser jefa de gobierno. Para entonces, las columnas con sus camisetas amarillas y naranjas ya marchaban presurosas en busca de sus autobuses. Para ellos, el mítin y la campaña habían llegado a su fin.