Opinión
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La fábrica de autogoles
E

n mi entrega anterior –la revolución pasiva de AMLO–analicé las razones por las cuales AMLO ha logrado conectarse de manera profunda con un sector importante de la ciudadanía. Sin duda ese es el factor decisivo para que lidere la intención del voto en todas las encuestas, pero también cuenta la suerte.

Maquiavelo. AMLO señaló, refiriéndose a Maquiavelo, que en estos resultados hay un factor de virtud y otro de fortuna. La virtud es el libre albedrío, es decir, el mecanismo mediante el cual el hombre puede enfrentar la fortuna. La fortuna no es una fuerza religiosa, sino histórica no determinista, pero que puede ser encausada, es decir, que puede ser gobernable. El mensaje más importante de esta obra como señalan Agudelo y Cárdenas (2013, Desafios) consiste en que, en épocas de rupturas sociales, no sólo se cuestiona el orden disputado, sino también el lenguaje.

Los errores de los contrincantes. El primero y mayor error fue del PRI y particularmente de quienes decidieron la candidatura de José Antonio Meade. Yo no disputo las cualidades que se le asignan a Meade en lo personal y lo profesional, sino si era el candidato adecuado para la coalición política y social que encabeza el PRI. El supuesto implícito fue que el con voto duro no le alcanzaba al PRI para ganar y que, en consecuencia, debía ensanchar su base electoral hacia el potencial voto antiAMLO, especialmente entre los panistas.

Constataban la división interna en el PAN y sobreestimaban la probable fuerza electoral del segmento calderonista. En ese cálculo hubo tres subestimaciones. Primero, que el PAN dividido no levantaría cabeza y por tanto no disputaría el voto antipopulista. Segundo que el voto duro priísta estaba disciplinado y se iría por donde le indicara el mando superior. Tercero, el rechazo ciudadano que ya estaba teniendo de manera aguda el presidente Peña, sería soslayado con la imagen de un personaje no príista, honrado y ajeno al cartabón del político tradicional.

El idus de febrero. El segundo error fue creer que la elección presidencial terminaría siendo una contienda entre dos, como había ocurrido con todas las elecciones a partir de 1994. De inicio, más bien lo que se observaba era una gran fragmentación que impelía a las tres grandes formaciones a defender con fiereza su voto duro. No se veía, y eso se ha comprobado hasta el momento que hubiera algún candidato dispuesto a renunciar a favor del otro. El polo antiAMLO estaba dividido tanto como las élites económicas.

La fe del carbonero. La creencia inercial de una disputa entre dos polos, condujo a que la estrategia estuviera orientada a desbancar al Frente del segundo lugar antes del inicio formal de la campaña. La operación contra Anaya en febrero, que recientemente ha vuelto arreciar, buscaba desbancarlo para beneficiarse de lo que entonces se creía ser un voto útil contra la llegada del populismo a la presidencia. El resultado fue claro para cualquiera que tuviera un mínimo de instinto político: las intenciones de voto bajaron ciertamente para Anaya, pero también para Meade y quien capitalizó el pleito en los segundos fue López Obrador.

Desbancar o autogolear. La desbancada de Anaya generó un mayor espacio para que la intención del voto hacia AMLO creciera más allá de lo que nadie hubiera pronosticado. Desde fines del año pasado era claro que el voto antipriísta era el eje de las campañas. La única posible estrategia contra la marea morena era erigir otro polo antipriísta: el cambio responsable, con rumbo, decente. Pero ese cambio decente estaba golpeado severamente por los obúses que se suponían venían del mismo campo discursivo, el de las reformas estructurales. Autogol.

Lo único deseable –para la democracia– es que esto no termine en un remake de Blanca Nieves… perdón, Morena Nieves y los siete enanitos.

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