Editorial
Ver día anteriorLunes 11 de junio de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU-Norcorea: el imperativo de la paz
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i todo sale de acuerdo con lo previsto, mañana habrá reunión entre los mandatarios de Estados Unidos y Corea del Norte para zanjar sus diferencias sobre el programa nuclear de Pyongyang, el cual ha llevado las tensiones en la península a un máximo histórico desde el armisticio que puso fin a las operaciones bélicas entre las Coreas en 1953. Mientras Donald Trump acude al primer encuentro de un presidente estadunidense en funciones con un líder norcoreano con la exigencia de una desnuclearización completa, verificable e irreversible de la nación asiática, Kim Jong-un buscaría un alivio a las asfixiantes sanciones económicas impuestas por EU a su país, así como una distensión en las relaciones con su vecino del sur.

Cabe recordar que la actual situación es resultado de un viraje en la política estadunidense hacia el régimen norcoreano, el cual supuso el cierre de todos los canales diplomáticos para el tratamiento de sus añejas rencillas y llevó a un casi completo aislamiento de Pyongyang, empujando además el consecuente reforzamiento de sus capacidades bélicas con el propósito declarado de disuadir a su antagonista de intentar un derrocamiento armado del régimen. Desde que esta carrera armamentista llevó al desarrollo de capacidades nucleares, el intercambio de amenazas desde un lado y otro del Pacífico se convirtió en uno de los conflictos más peligrosos por el potencial de desatar la guerra entre dos naciones que cuentan con este tipo de armamento.

Sin embargo, a principios de año el dirigente norcoreano emprendió un giro inesperado en sus declaraciones, el cual pronto trascendió al mero cese de las amenazas y el exhibicionismo militarista: con la participación conjunta de ambos equipos coreanos en los Juegos Olímpicos de Invierno que se realizaron en febrero, pasando por los encuentros con su par sudcoreano, Moon Jae-in, la moratoria unilateral sobre las pruebas nucleares y el lanzamiento de misiles, e incluso la liberación de presos estadunidenses, Kim ha mostrado su disposición a dialogar y conceder, si bien es cierto que nada de lo mencionado implica la irreversibilidad de la nueva actitud conciliadora.

En contraste, Trump llega a la reunión con un marcado déficit de credibilidad y arrastrando dudas muy serias acercar de su capacidad para abordar un asunto de esta envergadura. Sólo por mencionar los antecedentes más significativos al respecto, el rompimiento unilateral del pacto nuclear suscrito con Irán, Alemania, Francia, Reino Unido, China y Rusia; la cancelación intempestiva el 24 de mayo y el posterior relanzamiento una semana después de la cumbre con su homólogo norcoreano; o el retiro, vía Twitter, de su firma en la declaración conjunta de la reunión del G-7 que se llevó a cabo el fin de semana en Canadá, son todas muestras del escaso valor que el mandatario otorga a su palabra, de que toma decisiones potencialmente catastróficas sin consultar a nadie más que su estado de ánimo, y de que tiene tan poco respeto por sus rivales como para con sus aliados.

Pese a las sombrías expectativas que genera el errático proceder de Trump, es necesario hacer votos por el éxito de la reunión, es decir, porque de ella surja un entendimiento más cordial entre la superpotencia y la nación asiática. Un acuerdo de este tipo constituye no sólo una posibilidad política, sino también un imperativo moral cuando lo que está en juego es el riesgo de un conflicto cuyas repercusiones serían inevitablemente globales.