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Economía moral

Veinte años del Prospera-Oportunidades-Prospera (POP). Hora de decidir su futuro

Remplazar el POP con el Ingreso Ciudadano Universal. Derecho viable e indispensable

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n las tres entregas previas (13, 20 y 27 de abril) he recapitulado lo dicho en esta serie sobre el Prospera-Oportunidades-Prospera (POP) y lo he sintetizado en 20 puntos listados en los cuadros de las dos pasadas columnas. Una extrema síntesis de dichos puntos es: el POP tiene serios defectos de diseño desde su nacimiento, a las insuficiencias derivadas de los tres errores de Levy (el primero lo llevó a minimizar y ruralizar la pobreza extrema, PE; el segundo, suponer que la focalización eficiente era viable, lo llevó a diseñar un programa con enormes errores de focalización; el tercero fue suponer que el POP había superado el clientelismo, lo que llevó a descuidar los controles para que así fuera), se sumó que, en los hechos (transferencias monetarias –TM– mucho más altas para educación que para alimentación), prevaleció la teoría ingenua del capital humano como explicación de la pobreza y, por tanto, la acumulación de capital humano como la solución. Como ya he señalado, para lograr errores de focalización más bajos tendría que liberarse el presupuesto, centralizarse (y recuperar su carácter impersonal) el proceso de identificación de beneficiarios (B), gastarse sumas enormes en encuestar cada año a todos los hogares del país (a los B para decidir si permanecen o salen del POP; a los no B para ver si deben o no ser B). Es una utopía tecnocrática inalcanzable, entre otras cosas, porque una parte significativa de la población mentiría al proporcionar la información (entraríamos, como dice Sen, al juego de tú mientes, yo gobierno reacciono y verifico tu información, pero mientras más fina se haga la focalización, más invasivas resultarán las verificaciones). Por otro lado, está claro que tendría que mejorarse sustancialmente la educación y los servicios de salud. Se trataría de alcanzar las dos condiciones señaladas por Fizbein y Shady (Conditional cash transfers. Reducing present and future poverty, 2009), que el POP no cumplió: 1) que las mayores asistencias (a la escuela y la clínica) se traduzcan, efectivamente, en mejor aprendizaje y mejor salud; y 2) que los individuos más sanos y mejor educados se inserten exitosamente en los mercados de trabajo y obtengan más altos ingresos. Aun así, no bastaría dado el carácter de bien posicional (relativo) de la educación (Fred Hirsch, Social limits to growth, op. cit.). Se requeriría que los conocimientos y habilidades de los PE fuesen, al menos, iguales los de los no PE para ser competitivos en el mercado de trabajo.

La revolución científica y técnica introdujo la cibernética, la tecnología de la información, la inteligencia artificial y la robótica. Desató una espiral de desarrollo tecnológico (la tercera revolución industrial) que cubre todas las actividades económicas. Las tres revoluciones industriales han llevado a una gigantesca sustitución del trabajo humano, primero por maquinaria mecánica y ahora por complejos de producción autónomos. La estabilidad del capitalismo es muy fácilmente sacudida por la disminución de los salarios y/o el empleo, lo que disminuye la demanda efectiva y conduce a las crisis. Hoy, en el mundo y en México, no hay suficientes nuevas actividades intensivas en mano de obra, mercantilizadas y lucrativas, para crear suficientes nuevos empleos asalariados para compensar aquellos que se pierden por la automatización. Esto ha contribuido a la crisis, el estancamiento, el trabajo, el subempleo, la generalización de la contratación precaria (precariado, lo llama Guy Standing), la pobreza y el hambre. Pero las consecuencias completas pueden venir mucho antes que un alto porcentaje de la población activa haya sido desplazado por la automatización, como ha dicho Martin Ford, pues a medida que un porcentaje creciente de la población está expuesto a pruebas directas de la ocurrencia de pérdidas de empleo, muchas personas comenzarán a experimentar un nivel elevado de estrés y tomarán la acción obvia: reducirán el consumo, tal vez de forma dramática, y tratarán de ahorrar más en previsión de un futuro muy incierto. Esto bastará para desatar crisis severas y crónicas.

El desarrollo de las fuerzas productivas compatibles con el capitalismo está llegando a su fin. Estamos alcanzando el límite objetivo del capitalismo. El POP logró un triunfo conceptual: que aceptáramos que no está mal dar dinero a los pobres. Nos familiarizó con la idea de TM desligadas de la seguridad social, no contributivas, y las legitimó. Pero esa legitimidad estaba atada a que fueran focalizadas a la pobreza extrema y condicionadas a ciertas conductas del receptor (TMCF). En la Ciudad de México, en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, se puso en marcha el programa de pensión alimentaria para adultos mayores (PAAM), cuyas TM tienen dos rasgos contrastantes con las TMCF: son universales e incondicionales, son transferencias monetarias incondicionales y universales (TMIU). Casi de golpe y porrazo se legitimaron las TMIU, aunque todavía restringidas a grupos de personas merecedoras (tercera edad, discapacitados). Todas las TM no contributivas rompen con la liga trabajo-ingresos, la regla central del capitalismo o sociedad centrada en el trabajo pagado. Pero las TMCF sustituyen el empleo con asistencia a la escuela o a las clínicas, manteniendo así una liga tareas-ingresos. Con las TMIU de la PAAM la ruptura entre trabajo e ingresos no se sustituye por ninguna tarea: incondicionalidad radical. El seguro de desempleo en los países del centro legitimó la ruptura trabajo-ingresos cuando las personas no podían laborar. Se aceptó que la falla no era un error individual sino sistémico y, por tanto, que era justo que fuese la sociedad en su conjunto la que pagase las consecuencias. Los crecientes desempleo, trabajo precario e inestable de hoy, no son fallas individuales, sino resultado de la automatización que remplaza de manera generalizada el trabajo humano (manual e intelectual). Ante ellos, el ICU es la única solución. Esta realidad ha propiciado diferentes propuestas para resolver este desafío. Pero la única iniciativa consistente es la de un ingreso ciudadano universal (ICU), que logra dos objetivos centrales: erradica la pobreza de golpe y enfrenta la crisis de los límites objetivos del capitalismo, derivados de la automatización. André Gorz argumenta que el ICU debe ser suficiente para evitar la pobreza y debe ser incondicional. Por lo tanto, debe llamarse ingreso ciudadano universal, suficiente e incondicional (Icusi). La propuesta de reforma constitucional que presentó la diputada Araceli Damián para crear el derecho al ICU en México, prevé su implantación en dos fases. En la primera, que se iría ampliando gradualmente (por grupos de edad y sexo) en un periodo de 20 años, dividido en cuatro etapas de cinco años, se otorgaría el Ingreso Ciudadano Universal Alimentario (ICUA), que cubriría el costo de los alimentos y de los artículos para prepararlos, consumirlos y conservarlos. El ICUA, en pesos de 2016, sería una TMIU de mil 800 pesos mensuales per cápita. Su impacto en la PE y P de ingresos, con los criterios del Coneval, se presenta en el cuadro. A los 10 años la PE del Coneval, la población objetivo del POP habría bajado a 3.4 por ciento y a los 15 años habría casi desaparecido. El contraste con el POP no puede ser mayor. El ICUA conlleva un gasto mucho más alto y, por ello, supone una voluntad política fuerte. Aunque hasta hace unos 10 años parecía una idea utópica, innecesaria y hasta maligna, en octubre de 2017 el Fiscal monitor, publicación bianual del FMI, se ocupa del ICU y lo discute, ilustrando sus consecuencias en pobreza, desigualdad y costo fiscal. Refleja así la conciencia creciente de los grandes capitales que el ICU se ha vuelto una necesidad para el capitalismo, en años en que el consumo es la restricción para la acumulación.

A Karl Marx, en su bicentenario: 5 de mayo de 1818

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