Opinión
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La Muestra

Ensiriados

A

puerta cerrada. La acción de Ensiriados (Insyriated), segundo largometraje del cinefotógrafo belga vuelto realizador Philippe van Leeuw (The Day God Went Away, 2009), transcurre íntegramente en el interior de un departamento asediado por los bombardeos y por la amenaza de saqueadores y francotiradores en Damasco, la capital siria.

A la catástrofe exterior se añaden las penurias que padecen los inquilinos atrapados: escasez de agua, cortes de electricidad, agotamiento de víveres. En este espacio reducido, microcosmos de una ciudad devastada, conviven 10 personas: una familia de cinco miembros: la madre Oum (Hiam Abbas, formidable), jefa absoluta del hogar ante la ausencia del padre combatiente, sus tres hijos y su suegro, un anciano que desde la ventana asiste perplejo a una más de las múltiples guerras que han marcado su existencia.

A la familia se suman la sirvienta Delhani (personaje clave en la trama) y, en calidad de invitados o asilados, el novio de la hija mayor, así como Samir (Moustapha Al Kar) y Halima (Diamand Bou Abboud), una pareja de vecinos con un bebé, quienes sólo esperan el momento de poder escapar a Líbano.

La atmósfera de encierro en el espacio doméstico cuyos pasillos y resquicios recorre con destreza la cámara de Virginie Surdej se vuelve más asfixiante aún a partir de un hecho trágico en el patio del inmueble. Los francotiradores han disparado sobre Samir, y la sirvienta y la matriarca Oum se esfuerzan por ocultar a la esposa lo sucedido con el fin de no agravar la tensión en el apartamento.

De hecho, lo más sorprendente en esta historia es la manera en que la familia consigue sobrevivir anímicamente a los horrores de la guerra manteniendo un remedo de normalidad en sus faenas cotidianas. El estallido cercano de una bomba, la proximidad de las ráfagas de metralla, el derrumbe de una habitación en las viviendas vecinas, obligan, sin embargo, al continuo desplazamiento de un lado a otro en el espacio estrecho, como si se viviera, en un terror inexpresable, el drama de un sismo interminable. Están también los niños que han crecido con la guerra y no conocen ninguna otra realidad amable, y el patriarca que parece haber olvidado ya cualquier tiempo de paz, resignándose a vivir en la zozobra el resto de sus días. Una desesperanza cotidiana.

Todos los horrores de la guerra parecen concentrarse en las cuatro paredes de este espacio doméstico que semeja un refugio antiaéreo o la lúgubre antesala a las vejaciones de bandidos o milicianos capaces de humillar y atormentar sin miramientos a los sobrevivientes inermes.

Hay momentos en Ensiriados en que la violencia ejercida contra la familia asediada se vuelve un espectáculo intolerable, ya sea por su crudeza explícita o por la tortura moral que suponen dilemas tan duros como verse obligado a proteger a los seres más cercanos a expensas del dolor de otras personas.

Lo notable en la cinta de Philippe van Leeuw es haber concentrado todo este drama físico y moral en un apartamento que pudiera estar situado en cualquier otra zona de guerra en el mundo, sin un enemigo claramente identificable, sin un discurso abierto de indignación ni de protesta, tan sólo como un señalamiento del mal que acecha por todas partes y con ropajes apenas distintos, desde una violencia de género hasta la impiadosa humillación a los seres más vulnerables, y que en toda guerra adquiere su dimensión definitiva, la más devastadora.

Ensiriados, una estupenda selección en esta Muestra.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, a las 12 y 17:45 horas.

Twitter: @Carlos.Bonfil