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¡Arranca el proceso electoral!
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e supone que hasta ahora, un minuto después de medianoche del Viernes Santo, se iniciaron propiamente, oficialmente, las campañas electorales. Antes sólo existió un ensayo general, una especie de teatro de ficción en que los candidatos, aún no definitivos, se encontrarían en un juego de sombras en que casi todo era provisional, para confirmase posteriormente y dar inicio a la etapa ya definitiva, según la ley. Bueno, aparte de que pueda discutirse este procedimiento, que para muchos fue demasiado largo, así lo dispone la actual ley electoral, sobre lo que no discutiremos más.

Lo importante es que hay ya un registro definitivo de cuatro candidatos, los tres bien conocidos de partidos y coaliciones, Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade del PRI, y una independiente, Margarita Zavala, con una clientela mayormente de centro derecha y del PAN. Se supone que ahora sí arranca la competencia electoral, hasta el primero de julio próximo, día de las elecciones de más de 3 mil autoridades federales y locales designadas por el voto mayoritario de los ciudadanos.

A pesar del torrente de críticas que levantó la etapa prelectoral, en razón de la ausencia de puntos concretos de los programas de los candidatos, y de que en general sus intervenciones se orientaron más al descrédito de los opositores que a la afirmación de planes de gobierno que fueran ya más puntuales, salvo en el caso de López Obrador al que en general se le exoneró de tales faltas, me temo que en la etapa electoral no se van a remediar esencialmente esas ausencias, tales defectos. Es decir, prevalecería un clima electoral que deposita más confianza en la crítica que en las propuestas positivas y concretas, y más en el descrédito de los oponentes que en la calidad de la propia capacidad para gobernar. Ya veremos cómo se desarrolla en la práctica efectiva el proceso electoral, pero decía que no hay demasiadas razones para que cambie el clima y el estilo ya mostrados en la etapa prelectoral.

Y esto, a pesar que desde el inicio de las precampañas muchos mexicanos se felicitaron por la calidad de los precandidatos, pensando que probablemente habían sido seleccionados los mejores de su ámbito político y electoral, y que tal cosa era una buena señal para el país. Muy pronto se vio, sin embargo, que salvo el caso de López Obrador, el restante de los candidatos no superaba el nivel medio de los políticos mexicanos. Había pues que conformarse con las precandidaturas realmente existentes.

Tal realidad del panorama político se vio pronto que estaba lejos de las expectativas ciudadanas y de sus exigencias actuales, que se han volcado muy fuertemente contra el statu quo, de la estructura de poder establecida o de los intereses que han gobernado México durante décadas, y que han terminado por exceder cualquier paciencia y que frente a nuestra sociedad tienen ahora el rostro del abuso, de la exclusión, de la desigualdad, del fraude y el atropello a los menos favorecidos. Y aquí se encuentra la principal razón de que los otros dos candidatos de las coaliciones y los partidos políticos tradicionales (PRI, PAN y PRD) no puedan realmente levantar el vuelo ni superar la débil visión que se tiene de sus proclamaciones últimas en el sentido de que ellos representan el cambio efectivo, o que su trayectoria ya anuncia su calidad y experiencia como gobernantes, o que ahora sí están con un cambio inteligente.

Anaya y Meade pueden tener las virtudes que les asignan sus partidarios, pero el hecho de que su experiencia política y su práctica efectiva se haya desarrollado en tiempos de los gobiernos de que estamos saliendo, repudiados ahora por una muy importante mayoría del pueblo de México, los coloca en una situación imposible de manejar para ellos, en un papel que no pueden superar, en una situación de minoría electoral que no tiene solución. El haber participado de los engaños y mentiras sobre los que se funda el neoliberalismo, que ha sido una de las razones clave del empobrecimiento de tantos mexicanos y del escandaloso enriquecimiento de unos cuantos, y que además abrió las puertas de México, de par en par, a la delincuencia política y económica que hoy rechaza enérgicamente nuestro pueblo, los hace prácticamente inviables para lograr el poder en la próxima elección. Por eso es que AMLO ha mantenido la mayoría favorable de la opinión electoral desde hace meses y todo indica que la sostendrá todavía por largo tiempo, en realidad convirtiendo la próxima elección en un ejercicio bastante transparente.

Como ilustración aproximada mencionaré ciertas reflexiones de Noam Chomsky sobre el neoliberalismo, en una entrevista del año pasado que lleva por título El neoliberalismo está destruyendo nuestra democracia: “El neoliberalismo que vivimos comenzó alrededor de los años 70, y sobre todo consiste en debilitar y eliminar los mecanismos de la solidaridad social, de la mutua cooperación y del papel del pueblo determinando la orientación política. En este contexto libertad significa libertad para subordinarse a las decisiones concentradas e irresponsables del poder privado. Todos los mecanismos construidos para permitir la participación del pueblo en las decisiones políticas son debilitados o eliminados. Margaret Thatcher lo dijo agudamente: no hay sociedad, únicamente individuos…” Hasta aquí la cita de Chomsky.

Estos son los datos fuertes que nos arrojan las encuestas de opinión, pero sobre todo la observación cuidadosa de la realidad y la reflexión sobre la misma. No podemos irnos con el engaño, o con la construcción fantasiosa de otros escenarios. Las apuestas, ¡que no lo son!, están hechas, y prácticamente no hay resultado posible contrario a lo aquí señalado.