Espectáculos
Ver día anteriorSábado 24 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Finalizó la gira El origen: un performance de rara unicidad

Ely Guerra, ave con plumas de colores en el Metropólitan
Foto
Ely Guerra y el pianista Nicolás SantellaFoto Roberto García
 
Periódico La Jornada
Sábado 24 de marzo de 2018, p. 7

Sabe que su energía no sólo es pócima, sino la quintaesencia humana. Y que, fácilmente, emanan las mujeres de poder universal.

Ella, en constante renovación espiritual, la propagó la noche del jueves en el teatro Metropólitan, en el cierre de su gira de tres años El origen: un performance de rara unicidad.

Lo hizo en un acto íntimo, en un rito de humanos que se entregaron al brebaje intangible de una artista que comparte, conmueve y detona explosiones de felicidad.

Como ave de plumas blancas y rosas con perfecto ajuar, la guerrera Ely y su cómplice, el pianista Nicolás, aparecieron en el escenario, por donde lanzaron dosis de dopamina en forma de sublime música hecha con poderosa simplicidad: la de las cuerdas vocales de alto rango, y las del piano de dos metros de largo.

Relatos sonoros

La artista, claro, primero se cobijó de la andanada de cariño recibida de sus leales reunidos en el recinto, quienes percibieron el olor, sabor y color de las historias de la cantante, que con orgánico histrionismo y visible neutralidad de estar enamorada, comenzó su narración: la de una mujer que ha amado, sufrido, llorado y que ahora muere por sí misma.

Los relatos sonoros eran una lúcida selección de piezas de unos 20 años de andar, correr y volar.

Fue un ritual pleno de postales audiovisuales proyectadas en la pantalla de nuestro cine interior.

Ely fluyó en el proscenio, donde incluso se acostó pero también flotó. Bromeó y hasta lloró, pero sonrió más. Al final, la sonrisa de una mujer es propia de los ángeles y su canto, la sublimación.

Domina con naturaleza su instrumento. No la guitarra, que por cierto, la acompaña. Hablamos de su voz, que le ha dado vida y con la que tiene una conexión más que metafísica.

Le ayuda a explotarla esa voz otra herramienta: el micrófono, que maneja con plenitud. Lo coloca a diferentes distancias de su erupción vocal como infinita gama de entonación y potencia.

El cómplice arriba en las tablas, Nicolás Santella, quien ha trabajado por 19 años con la cantante, es un músico de bajo perfil poderoso que con su instrumento de cola, la abrazó. Incluso, ofreció un paseo: solo de piano para dar tiempo a que el ave cantora mutara sus alas por otras negras, subtexto de su otro encantador outfit.

En cada pieza, como Tu boca, Peligro, La llorona, Mi playa o un cóver de El triste, Ely introducía en la historia, para que lentamente y en seducción subliminal, se introdujera después su voz, clara invocación a los labios que saben besar.

Cantó entre las butacas, y el público la arropó en señal de entrega mutua. Juró que nos amaba, aunque se lo cantara a ella misma.

Con reversiones finas y cautivadoras, como esas que dan frío a mediodía, Ely se entregó al mundano placer de querer y de quererse.

Regaló su sol, su luz, y hasta su playa. Compartió su dicha y su pensar. Las llaves de su casa.

Se fue por un momento del escenario, junto con Nicolás. Dejó la solitaria belleza de la oscuridad, pero regresó a iluminar con la interpretación de tres piezas más, una de ellas, sin electricidad. Es decir, si enchufar, a capela, experiencia acústica que terminó por fulminar en el éxtasis de un beso imaginario, el que ofreció la férrea defensora de la vida y la pasión.