Opinión
Ver día anteriorLunes 5 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Nuevas pillerías de las automotrices alemanas
G

uardadas todas las proporciones, parece una historia ubicada en la época en que Hitler hacía de las suyas. Cuando numerosas empresas alemanas utilizaban mano de obra esclava para reforzar su producción bélica y médicos realizaban experimentos dolorosos y mortales con miles de prisioneros en los campos de concentración. Sin el mínimo sentido ético ni consentimiento de los sometidos a tales pruebas, esos médicos y sus ayudantes buscaron encontrar un método efectivo contra la hipotermia, elaborar productos farmacéuticos para curar lesiones y enfermedades; para probar compuestos de inmunización y sueros a fin de prevenir y tratar enfermedades contagiosas: malaria, tifus, tuberculosis, fiebre tifoidea, amarilla y la hepatitis infecciosa.

En el campo de exterminio de Ravensbrueck experimentaron con injertos óseos y ver la eficacia de ciertas drogas, como la sulfanilamida. Y en los de Natzweiler y Sachsenhausen, los prisioneros sirvieron para probar antídotos contra el fosgeno y el gas mostaza.

Por su extrema crueldad, los estudios dirigidos por Josef Mengele en Auschwitz son los más citados. El doctor muerte logró escapar y nunca pagó por los crímenes que cometió con judíos, gitanos y otros grupos considerados racial o genéticamente indeseables por los nazis. Con ese fin, trabajó para determinar la resistencia que ofrecían a diversas enfermedades contagiosas, probar los sistemas de esterilización y así evitar que se reprodujeran. Agreguemos los que efectuó con gemelos.

Cito esos experimentos pues hay condena generalizada porque las tres multinacionales fabricantes de coches más importantes de Alemania financiaron experimentos en los que utilizaron humanos y primates. Se trata de la Volkswagen, BMW y Daimler. La finalidad: probar en seres vivos el efecto que causaban los gases provenientes de los motores diésel en el sistema respiratorio y en la circulación sanguínea. El New York Times, al que el presidente Donald Trump pone de ejemplo del periodismo basura y mentiroso, reveló que en 2014 en el laboratorio Lovelace Biomedical, ubicado en Alburquerque, Nuevo México, se realizaron los experimentos con 10 monos encerrados en una habitación. Mientras veían programas de dibujos animados en una televisión instalada en la habitación, los animales respiraban monóxido de carbono proveniente de un Beetle modelo 2013 de la Volkswagen.

Luego, los medios alemanes denunciaron que la Asociación Europea de Estudios sobre la Salud y el Medio Ambiente, fundada en 2007 por las tres empresas automotrices citadas, hicieron inhalar monóxido de carbono a 25 personas en la clínica de la Universidad de Aquisgrán, Alemania. A cada una le pagaron 14 dólares por cada hora de exposición y fueron supervisados por entidades sanitarias gubernamentales. En Alburquerque, los monos no tuvieron esa atención. Y para mayor falta de ética, el estudio fue fraudulento, pues el vehículo utilizado para los experimentos tenía un software alterado a fin de reducir las emisiones contaminantes.

Todavía las trasnacionales alemanas de automóviles no se reponen por sus trampas con motores de varios de sus modelos. Han tenido que pagar sumas millonarias al fisco de Estados Unidos, por ejemplo, por engañar a los consumidores y a las autoridades ambientales. El gobierno alemán condenó los experimentos por carecer de ética y valor científico. Por su parte, la Comisión Europea pidió al gobierno alemán proceder enérgicamente contra las empresas implicadas. La condena en los medios y las redes de todo el mundo es unánime. Thomas Steg, responsable de las relaciones públicas de las citadas trasnacionales, y quien estuvo al tanto de los experimentos, renunció a su cargo.

Esas trasnacionales financian programas de protección ambiental en México, pagan viajes todo incluido a científicos y personajes mediáticos que dicen defender la naturaleza y el bienestar humano. Algunos sirven de comparsa a dichas empresas. ¿No es su obligación moral y ética condenar públicamente estos experimentos? No pidamos peras al olmo: cuando el fraude con los motores alterados, también guardaron silencio cómplice.