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Trump: el TLCAN soy yo

México, domingo incluido

Le urge un juguete nuevo

H

abría que encontrar un juguete nuevo para que el salvaje de la Casa Blanca se entretenga en otro asunto que no sea México. Desde que anunció formalmente su candidatura acumula más de dos años duro que te dale contra su vecino del sur, y parece que nada tiene que hacer en la vida más que soltar porrazo tras porrazo en contra de todo lo que huela a mexicano.

La hostilidad permanente, pues, pero Donald Trump puede darse ese lujo ante la tímida –por no decir nula– respuesta del gobierno mexicano, que todo justifica con la novela rosa del amigo y socio del norte y las tácticas de negociación, mientras el energúmeno está dispuesto a no dejar piedra sobre piedra de la supuesta vecindad fraternal.

Cómo estará el ambiente que hasta en su dominical quehacer –jugar golf– Trump dedica tiempo para recordarle a su amigo sureño que el futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) no depende de las negociaciones trilaterales ni de las buenas intenciones de las partes, sino única y exclusivamente de lo que él decida que es bueno y justo para Estados Unidos. Y si él resuelve que el resultado no le agrada, pues simplemente el acuerdo comercial se va por el caño (de hecho el acuerdo trilateral ya está allí; sólo falta un empujoncito).

Resulta más que obvio que Donald Trump no pretende beneficios compartidos entre los socios y amigos participantes en el acuerdo trilateral. No se trata de alcanzar acuerdos ni de ser innovadores, sino de acatar órdenes, las suyas. Sólo los quiere para Estados Unidos, y para lograrlo le vale a quién se lleve entre las patas, aunque el candidato idóneo ya se sabe quien es.

Desde el arranque mismo del TLCAN quedó claro que México resultaba ser el eslabón más débil y dependiente del tratado comercial, y con el correr de los años el balance negativo se profundizó vertiginosamente. Prometieron el primer mundo y a cambio nuestro país se convirtió en una mera república maquiladora –de hecho, sacrificó buena parte de su planta industrial para privilegiar la producción externa, principalmente la estadunidense– que necesita importar a gran escala para poder terminar los productos que exportará. Y a estas alturas, como al principio, el único atractivo, la única competitividad que mantiene son los salarios de hambre que generan pingües ganancias adicionales a los grandes corporativos, el gran imán del milagro mexicano.

Circuló ayer una entrevista que el energúmeno concedió a Fox News, en la que señaló que el TLCAN probablemente será renegociado, pero si no lo es de manera exitosa para que sea justo para Estados Unidos entonces será terminado. Es así de simple. Y de allí pasó al muro (“tenemos que construirlo para detener el tráfico de drogas en gran medida… Muchas de las drogas cruzan por la frontera sur” –sí, y toda, toda, la consumen los gringos, de tal suerte que mientras haya demanda habrá oferta–), la inmigración indocumentada, los dreamers, lo que está ocurriendo en México y lo que le pasará por la cabeza. Eso fue ayer. Veremos qué dice hoy.

Pero en vía de mientras, el jefe negociador mexicano en el marco del acuerdo trilateral, Kenneth Smith, aseguró que “México tiene la línea roja de no retroceder en los beneficios logrados… Caer en mecanismos de comercio administrado, regreso a los aranceles o mecanismos que tiñan la viabilidad de la solución de controversias, serían cuestiones inaceptables porque representarían una pérdida con respecto a lo que tenemos hoy”. Muy bien, pero ¿con qué exigirán a los gringos no retroceder en los beneficios logrados?

Y de allí pasó a detallar lo que sería el plan B que el gobierno peñanietista dice tener, en caso de que el acuerdo trilateral muerda el polvo: Generar opciones para nuestras exportaciones en varias regiones. Trabajamos activamente para modernizar el acuerdo de 2000 con la Unión Europea, en el que únicamente 70 por ciento del comercio agrícola se ha liberalizado. Estamos negociando con Brasil y Argentina. También concretamos un acuerdo con la Alianza del Pacífico, con Perú, Colombia y Chile, que liberaliza 92 por ciento del comercio y el restante en los próximos años. Y abrimos la posibilidad de incorporar a Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Singapur como estados asociados. También estamos tratando de avanzar en el Acuerdo Transpacífico-II. Esperamos que Estados Unidos pueda recapacitar y volver a este tratado, pero mientras tanto no podemos dejar de abrirnos oportunidades en Asia-Pacífico.

Bien, de acuerdo con Smith el plan B incluiría (salvo el TLCAN) todos los acuerdos comerciales firmados por México (de 1995 a 2016, incluido el Acuerdo Transpacífico, al que Trump ya mandó a volar), es decir, a la red tejida a lo largo de 22 años que a estas alturas, en el mejor de los casos y a duras penas representa el 15 por ciento del comercio exterior de nuestro país, porque el resto se concentra en Estados Unidos (82.5 por ciento del total, y el otro socio y amigo, Canadá, 2.5).

De acuerdo con la información oficial, la citada red es la siguiente: 12 tratados de libre comercio con 46 países; 32 acuerdos para la promoción y protección recíproca de las inversiones con 33 naciones; y nueve de alcance limitado (de complementación económica y de alcance parcial) en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración. Además, México participa activamente en organismos y foros multilaterales y regionales, como la OMC, el Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico, la OCDE y la ALADI.

¿En serio ese es el majestuoso plan B? El punto fino es cómo imagina el gobierno peñanietista que, sin cambiar las reglas del juego (especialmente las relativas a mantener la competitividad mexicana con salarios miserables), podría suplir al mercado gringo (ese 82.5 por ciento del actual comercio exterior mexicano) con una serie de tratados que en 22 años después no aportan mayor cosa? Al mismo tiempo, ¿cómo se sacudirá la megadependencia industrial, financiera, comercial y política que mantiene con el vecino del norte?

Entonces, se requiere mucho más que un plan B, que ni lejanamente puede considerase como tal.

Las rebanadas del pastel

¿De nueva cuenta se abrazarán Benito (Juárez) y George (Washington) en sus respectivas denominaciones de 20 pesos y un dólar? No deje de ver hoy su telenovela favorita la pasajera volatilidad cambiaria, con libreto de la dupla galardonada Videgaray-Meade, ministros del (d) año.

Twitter: @cafevega