Opinión
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Horizonte electoral y educación; UAEM
E

n un momento de tensión y espera, la nación mira. Y contempla a partidos, políticos y a los núcleos de poder de la penumbra buscando recomponer el futuro del tablero del poder nacional en la víspera de una decisiva elección presidencial. Hay ansiedad y preocupación, se nota. Y se tejen y destejen alianzas, pugnas y acomodos. Más que nunca en este momento las declaraciones y los eventos ya no hablan por sí mismos, sino por su significado en el horizonte político electoral. Así que lo que ocurre contra la Universidad Autónoma de Morelos (UAEM), el acoso financiero y la agresión gubernamental contra todos los integrantes de una comunidad universitaria, ya fuera de toda proporción y lógica, hay que verlo en su sentido real: el posicionamiento que en el terreno de la educación superior y, lo más importante, en el horizonte electoral, hace una fuerza partidaria política sobre lo que está dispuesta a hacer con una universidad, si lo considera necesario. Plantea como método la poca habilidad y sensibilidad, el recurso a la total injerencia contra una autonomía, y esto es un mensaje muy problemático para toda la educación del país. Y precisamente en un momento de alianzas, la pregunta es si todos esos partidos y gobiernos se suman a esa política de mano de hierro. ¿La avalan silenciosamente?

Pero lo estarían haciendo en un momento muy álgido. Porque es en el campo educativo donde se han concentrado con más fuerza tanto los dolores como las resistencias del país. En ningún otro sector se han dado en los últimos años movimientos de la intensidad, amplitud y dramatismo como en la educación. Prolongadas huelgas y paros estudiantiles, precisamente en la educación superior, y una monumental resistencia magisterial, de carácter incuestionablemente nacional, organizada y propositiva, y una escéptica mirada nacional respecto de las actuales políticas educativas.

Tal vez no tenga ninguna relación (aunque en política nunca se puede descartar), pero llama la atención la fuerte relación que tienen con la educación algunos precandidatos. Así, De la Fuente es ex rector de la UNAM, y el PRI tiene en Narro a otro ex rector y, finalmente, el secretario Nuño también se propone. Esto no ocurría desde hace casi 100 años cuando Vasconcelos, quien fuera rector de la Nacional y ministro de Instrucción Pública con Obregón, se lanzó como candidato. El campo educativo, sin embargo, requiere mucho más que una pasada adscripción. Su crisis es total, se requieren cambios a fondo. Optar por la misma apuesta (precisamente la de Vasconcelos en 1921) centralizada y vertical, será una señal de que no se ha captado la gravedad de la problemática o de entrada se considera poco se puede hacer. Ambas, conclusiones muy arriesgadas.

En el terreno de la educación y la cultura se ha acumulado una enorme cantidad de energía y desencanto entre maestros, estudiantes, padres de familia, estudiantes de posgrado, científicos, artistas, e importantes sectores sociales interesados. Al mismo tiempo, hay un notorio malestar de escuelas e instituciones hacia los gobiernos. La lejanía e incomprensión que existe desde el poder acerca de la condición real que ellas viven les impide a los conductores ver las problemáticas desde la perspectiva de los que la sufren. Está en crisis, por ejemplo, el esquema de financiamiento a nivel superior (caso UAEM) que pone en manos de gobiernos de estados todos los recursos, locales y federales. Es ya intolerable que jóvenes casi niños sean sujetos a un procedimiento humana y socialmente tan agresivo, que define su futuro en razón de su clase social y su género. Y se insiste en poner en marcha una de las reformas educativas más cuestionadas por los maestros, en la historia del país.

En respuesta, es necesario a considerar la creación de un patrimonio para toda la educación que permita que, libre de la injerencia de gobiernos locales y federales, el Estado asegure que escuelas e instituciones, así como la ciencia y la cultura, puedan desarrollarse y admitir a cientos de miles de jóvenes sin la incertidumbre radical en que ahora viven. Establecer una evaluación y supervisión de pares y comunidades, claramente orientada a mejorar. Al mismo tiempo, marchar hacia la autonomía plena de escuelas e instituciones y de espacios de investigación y cultura, que hagan posible que su desarrollo de largo alcance no esté sujeto a los vaivenes de la política partidista, o determinada transexenalmente por acuerdos cupulares. Finalmente, un sistema educativo suficientemente aterrizado en las necesidades y aspiraciones de padres de familia, comunidades y regiones, como para que las incorpore como elementos fundamentales de cualquier planeación y diseño de políticas. De ahí que la autonomía también debe ser participación activa de nuevos actores.

Después de casi 100 años de educación vertical, centralizada y autoritaria es hora de un cambio decisivo. A diferencia de la propuesta surgida en los años 20 y 30, cuando el carácter progresista que le imprimió la Revolución de 1910 se ahogó durante ocho décadas de corporativismo y burocratización, se requiere un profundo cambio para una educación emancipadora, creativa, vinculada a su región y comunidad, y capaz de canalizar la enorme energía de la protesta a un dinamismo que contribuya al rescate de la nación.

PD: Bienvenida Malala, ¿podrías hablar con la Comipems?

*Rector de la UACM