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Disquero
El arte de escuchar música
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Periódico La Jornada
Sábado 2 de septiembre de 2017, p. a16

En los estantes de novedades bibliográficas esplende un plan de vuelo.

El libro titulado Cómo escuchar jazz, de la eminencia en la materia, Ted Gioia, en la magnífica serie de libros sobre música de la editorial Turner, es un artefacto para volar, disfrutar, crecer, disfrutar.

Contrario al convencionalismo de los libros didácticos, o bien introductorios, o del tipo el abc de tal tema, Ted Gioia se pone del lado del lector y evita de tal forma el inevitable a ver, muchachita, muchachito, yo te voy a enseñar lo que es escuchar jazz, grosería en la que incurren los bienintencionados autores del tipo de libros que enlisté al inicio de este párrafo.

Más que humildad, sabiduría. El maestro Ted Gioia no se pone a dictar cátedra, sabedor que no se puede enseñar a escuchar música.

De manera que el título del libro adquiere, gracias a la calidad y eficacia de su contenido, su relieve: es un modelo para armar.

Ted Gioia es autor de varios libros canónicos. Su Historia del jazz, también publicado por Turner, es la mejor de acuerdo con el modesto criterio del Disquero.

Decir que Ted Gioia es compositor equivale a ubicarlo en la categoría máxima del conocimiento de causa. A partir de ahí, ejerce como crítico musical, historiador y catedrático, además de pianista profesional y productor.

The imperfect art: reflections on jazz and modern culture, su primer libro, le abrió las puertas todas. Su secreto a voces se llama sinceridad, honestidad, verosimilitud.

Llamar arte imperfecto al jazz es su primer acierto, siendo él jazzista. Ubicarlo en el cenit del arte moderno, es la cereza en el pastel.

En su nueva obra, que ahora nos ocupa, Ted Gioia acierta de manera apabullante.

La mejor manera de indicar, guiar, enseñar, guiar a cómo escuchar jazz es… aceptar que todos escuchamos, lo cual no es teoría de Perogrullo, sino la afirmación de que todos escuchamos música de manera diferente.

Podemos hacer experimentos con el resultado previsible: cada uno de nosotros tiene algo distinto que decir luego de escuchar, vamos a decir lo más obvio, la Quinta Sinfonía de Beethoven.

El cómo escuchamos es el tema principal del Disquero. Es el punto de partida para todo análisis musical, para toda recomendación discográfica, para toda conversación sobre música.

Pocos, aunque parezca increíble, se han ocupado del tema. De hecho entre esos pocos no figuran músicos, sino científicos, como Oliver Sacks, o escritores como Pascal Quignard, o sociólogos como Theodor W. Adorno.

Ese filósofo alemán, Adorno, estableció siete categorías de escucha. El que me resulta más divertido es el que en alemán se llama Bildungshörer: el escucha pedante, también conocido como consumidor de cultura, cuyo criterio comprende infinitos conocimientos de anécdotas relacionadas con la obra, detalles biográficos sobre el compositor y un saber enciclopédico sobre los intérpretes, de cuyos méritos puede perorar de forma interminable.

Adorno también clasifica al escucha emocional y es el que busca en la música el impulso irracional que disuelva en él las ataduras de las normas y le proporcione una cierta embriaguez y para ese escucha, la música de Chaikovski es muy propicia. Le gusta lo edulcorado, el almíbar, la melcocha, se burla Adorno y le llama, a este tipo de melómano, no escucha.

Para Theodor W. Adorno el buen escucha es el que denomina escucha estructural, aquel que piensa con los oídos, y que hace a un lado de emoción.

Pero el Disquero discrepa. En realidad el fenómeno de la escucha ocurre en el cerebro y consiste en la activación química, energética y combustión de las 10 billones de neuronas que posee cada uno de nosotros.

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Arvo Pärt, compositor estonio
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La dopamina, la serotonina y otras sustancias producen conflagraciones fabulosas donde está en juego por igual la emoción que el raciocinio. La división entre mente y cerebro se desdibuja. El escucha es el individuo que piensa, siente, se conmueve, responde a los estímulos contenidos en la música.

Y esa es, sin que la mencione así, la estrategia que sigue Ted Gioia para no enseñarnos a escuchar jazz, o para decirnos cómo escuchar jazz sin tomarnos como párvulos.

En su libro recomienda, por ejemplo, actividades que muchos melómanos ni se imaginarían hacer, o bien que rechazan por esnobismo: escuchar a jóvenes con toda su inexperiencia, tocando en una banda de jazz, para notar las dificultades que pasan para formar armonía entre ellos.

Que a un escucha resulte evidente que en un trío o cuarteto de jazz, o bien en una orquesta sinfónica, los músicos no se están escuchando entre sí, es producto de su entrenamiento. Un oído entrenado disfruta los placeres orgiásticos de escuchar música y es capaz al mismo tiempo de analizar técnicamente la estructura de lo que suena, y no necesita saber o investigar de qué color eran los calcetines que usaban Miles Davis mientras grababa Kind of blue.

Otro de los ejercicios que recomienda es uno de los que el Disquero disfruta desde siempre: escuchar la misma interpretación repetidas veces y concentrarse en instrumentos distintos en cada repetición.

Recomiendo esa maravillosa recomendación de Ted Gioia, aunque sé de antemano que usted, bella lectora, usted, distinguido caballero, ya lo había hecho antes pero temía confesar.

De hecho, el autor del Disquero suele escuchar una y otra vez durante semanas enteras un disco antes de reseñarlo y/ recomendarlo a los lectores. Y en cada vez que escucha el mismo disco, lo hace de manera diferente y en cada ocasión le ocurrirán hallazgos, recovecos, descubrimientos sorprendentes.

Y lo que sigue es lavarse los oídos, es decir, si ya escuchamos durante tres semanas el reciente disco de Roger Waters, pues la mejor manera de limpiar los oídos es escuchar a Bach, o a Mozart, o a Vivaldi.

Ted Gioia nos conduce por la fascinante y apasionante experiencia de escuchar jazz como solamente lo puede hacer un sabio.

A lo largo de 230 páginas nos lleva por senderos de delicia, degustación y aprendizaje de la manera más sencilla, directa y sincera: reconociéndose él mismo, Ted Gioia, como un simple escucha.

Y es que cualquier asomo de vanidad en este difícil, peligroso y arduo oficio de escribir sobre música, equivale a hacer el ridículo. Nadie sabe todo de música y nunca lo sabrá, sencillamente porque la música es un misterio.

He aquí la honestidad de Gioia: según mi estimación, se publican al año unos cinco mil álbumes de jazz. Añadamos los aproximadamente cuatrocientos mil discos de jazz publicados en el siglo pasado.

Y va más allá: “no se experimenta de verdad la intensidad y belleza del ethos del jazz si no se va a los locales y a las salas de concierto y se descubre cómo es la música en el momento de su creación”.

Podemos seguir, porque el tema es inagotable y apasionante. Dejémoslo aquí, para que usted bella lectora, gentil caballero, se quede con las ganas de escuchar música, sencillamente escuchar.

Vivir.

(Los libros Cómo escuchar jazz e Historia del jazz, de Ted Gioia, están a la venta en la librería de La Jornada, avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac.)

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