Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de agosto de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pederastia de nuevo azota a la Iglesia
E

l caso del poderoso cardenal George Pell, número tres del Vaticano, acusado de pederastia y encubrimiento en Australia, ha vuelto a poner sobre la agenda pública el espinoso tema de la pederastia eclesial. Pese a los reiterados llamados al perdón que ha hecho Francisco, la realidad es que no ha avanzado. Palabras y quizá buenas intenciones que no se traducen en acciones o medidas firmes que determinen una postura contundente del Vaticano sobre el abuso a menores por parte de religiosos y sacerdotes. La revolución fallida de Francisco en materia de pederastia es evidente. Si con Benedicto XVI se tomaron medidas insuficientes, con Francisco no ha hecho aún nada contra la pederastia en la Iglesia. Es una patología institucional que ha hecho mucho daño a la autoridad de la institución y ha mostrado que está muy acendrada en la vida de la Iglesia.

Hace un año, el libro Últimas conversaciones, el libro-entrevista de Benedicto XVI, redactado por el periodista alemán y biógrafo del Papa emérito, Peter Sewald, reconoce que el desafío más importante que afrontó en su pontificado, fue la pederastia clerical. Sobre todo, los escándalos que se replicaron a nivel internacional y los niveles de resistencia tanto en la curia romana como en los episcopados locales. Muchos reprocharon que Francisco haya incorporado al cardenal Pell para poner orden en las finanzas de la Santa Sede, con un pasado tormentoso. Hasta que su posición fue insostenible por la demanda de la justicia australiana para que compareciera y enfrentara cargos en Melbourne. En los hechos, se contempla que la lucha contra la pedofilia que ha encarado Bergoglio no ha sido una verdadera prioridad para su pontificado. Ha actuado de manera titubeante y parece haber cedido a las resistencias internas de la curia. Pese a la llamada tolerancia cero que anunció al inicio de su pontificado y los perdones que solicitó a víctimas, el Papa está desilusionando a los movimientos de víctimas y activistas contra la pederastia.

Hace poco, el papa Francisco ha prologado para la versión en español, un libro que recoge el testimonio de una víctima en el libro de Daniel Pittet quien, entre 1968 y 1972, fue violado más de 200 veces por el fraile capuchino Joël Allaz, en Friburgo. El libro se titula: Te perdono padre. El relato conmovió a Francisco que señala en el prólogo, lo siguiente: Se trata de una monstruosidad absoluta, de un pecado horrendo, radicalmente en contra de todo lo que Cristo nos enseña. Y se pregunta: ¿Cómo puede un sacerdote, al servicio de Cristo y de su Iglesia, llegar a provocar tanto mal? ¿Cómo puede haber consagrado su vida para conducir a los niños a Dios, y acabar, en cambio, devorándolos en eso que he llamado un sacrificio diabólico, que destruye tanto a la víctima como la vida de la Iglesia? Es preocupante, porque Francisco que levantó muchas expectativas no sólo en cuanto a la prevención del abuso, sino en lo que atañe al castigo para los encubridores; el Papa está lamentablemente desilusionando.

Por tanto, hay una profunda frustración entre los grupos de víctimas por la ambigüedad de la Iglesia, la oposición abigarrada de la curia romana y la falta de contundencia del papa Francisco; que han sido hasta ahora la tónica del pontificado. También ha calado hondo la aparición del libro de Emliano Fittipaldi, el periodista que encaró un proceso en su contra por el Vaticano por las revelaciones sobre la corrupción económica bajo el actual Papa, sobre todo la trama financiera e inmobiliaria en la que se mueve el dinero de la Iglesia; ahora en la investigación Lujuria, recoge los casos de abuso sexual del clero católico. Los cálculos de pederastia, según el reconocido autor, se extienden a 7 por ciento de los sacerdotes a escala mundial. En cuanto a los abusos a menores, resulta notable cómo se han multiplicado. En el Vaticano se han doblado los casos. Registran unos 400 al año cuando hace poco tiempo estaban en 200. Lo malo, además, es la nula transparencia que se da al respecto, un error político, a mi juicio que demuestra el principio de Lampedusa: que algo cambie para que todo siga igual. Podemos saber quiénes son las víctimas, pero no aquellos sacerdotes implicados, denuncia Fittipaldi. Insistimos: Francisco ha hecho muy poco. El pontífice debe pasar de la palabra a los hechos, de las buenas intenciones a los resultados, pues pareciera que prioriza otros campos de batalla.

Sin duda la trama de la pederastia clerical ha desnudado la fragilidad de Francisco y la flaqueza de sus reformas. Todos los libros arriba mencionados, denuncian la protección y complicidad de un sector del clero ante la pederastia. No todos los curas ni todos los obispos son solapadores, hay en efecto la otra cara de la Iglesia. Pero las inercias continúan y seguirán haciendo daño a la autoridad eclesial.

En el caso mexicano, el cardenal Norberto Rivera pese a haber declarado ante la PGR sigue gozando de la impunidad. La PGR se ha mostrado parcial al negarse a revelar a los demandantes el contenido de la comparecencia. ¿Qué ha declarado el cardenal? Es un misterio. No sabemos qué curas son los abusadores, qué condenas recibieron. Cuáles son las víctimas, cómo se les atendió ni nada. Por la prensa, el abogado Martínez ha declarado que sólo se han presentado seis casos y no todos son de pederastia. ¿Dónde están los 15 casos que el propio Rivera declaró ante la prensa en Navidad de 2016? O van a pretextar como a Miguel de la Madrid, cuando acusó a Salinas, que el cardenal por edad tiene una desfavorable situación de salud y confusión. La curia metropolitana de Rivera, aunque lo niegue y minimice la demanda está preocupada. No es casual que se haya contratado al abogado invicto Juan Velásquez, quien se ha distinguido por atender los difíciles casos de las cúpulas priístas y defender a personajes tan polémicos como los ex presidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas; al ex jefe de la policía capitalina, Arturo El Negro Durazo; a Raúl Salinas acusado del asesinato del diputado priísta en aquel año turbulento de 1994. También se encargó de asuntos espinosos como el Pemexgate. Algunos lo llaman el Abogado del Diablo. Sin duda, Dios los hace y ellos se juntan.