Opinión
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Isocronías

Ese árbol que nos crece

“T

enía mucho tiempo de no oír tu voz, querido Ricardo. Y me marcaste, por error, creyendo que iba a contestarte mi primo-poeta, como te referiste a Víctor Manuel. Esto fue 15 días antes de que falleciera. Entonces, ni tú ni yo ni él –yo supongo– lo sabíamos. Lo de su muerte.

“Me consta esto último porque seis días antes le marcamos para despedirnos. No por su partida inesperada, por supuesto, sino por la nuestra: estábamos mi esposa, mis hijos y yo por empezar un viaje, que ya arrancamos, de 10 meses en Nicaragua.

Soltó su distintiva carcajada cuando supo la aventura que emprenderíamos, y nos deseó suerte. Le preguntamos por su salud y nos comentó que viento en popa.

Desde hace 40 años regresó, fiel a la tierra, a nuestra natal y querida Colima, para no volver a radicar en ningún otro lugar (Mi casa está poblada de soles,/ de mares, de soles. Los volcanes también/ habitan mi casa y un aire verde y azul/ descansa las miradas.

“En los setenta se formó como historiador en México, y en Chiapas le creció, como en la selva crece la vegetación, la poesía. Fue en la mesopotámica Comala de su infancia donde sin darse cuenta la semilla de esta vocación le fue plantada, la que en Chiapas germinó, y de vuelta en Colima maduraría y rendiría frutos donde el cronista y el poeta, la poesía y la historia (muchas veces la familiar), se funden en un abrazo donde la lírica se nutre de lo concreto y de la realidad, iluminándolos: La poesía es/ dicen/ para construir juegos/ verbales// Yo amo la realidad.

“Ni tú ni yo podremos hablarle ya por teléfono. Pero nos quedan, a ambos y a quien quiera, su poesía para encontrarlo. Yo también lo seguiré viendo, de algún modo, en su esposa y sus hijos. Y en sus árboles. En su casa crece uno de mamey que le regalamos.

“La felicidad sí existe. Basta sembrarla,/ proteger su nido. Es preciso abonar/ su crecimiento con granos de chía,/ con aceites de olivo y sábila,/ con hojas de mar y besos azules/ en el corazón de las mañanas./ En los días de lluvia/ arranquen de raíz las yerbas malas/ –las pingüicas, los huizaches/ de la envidia, los huizapoles del dolor–./ Platiquen con su huerto durante las horas/ de cada una de las tardes/ y repitan conmigo:/ La felicidad es,/ la felicidad es,/ la felicidad es un árbol/ que nos crece”. (Bertha mira en el infinito).”

(Sobre Víctor Manuel Cárdenas), comunicación personal (y a la vez texto invitado a esta columna) de Alejandro Morales. Gracias.