Opinión
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La Muestra

Yo, Daniel Blake

U

na farsa monumental. En Yo, Daniel Blake, del británico Ken Loach, el juicio que lanza el carpintero de 59 años Daniel Blake (Dave Johns) sobre la burocracia médica y laboral que de manera combinada lo atosigan, es categórico. En efecto, la farsa consiste en pretender que después de sufrir un infarto cardiaco y ser declarado temporalmente incapacitado para realizar cualquier trabajo, el gobierno le niegue los apoyos necesarios para vivir en tanto no consiga un empleo. De poco valen sus protestas frente a esa situación absurda. Una valoración expedita concluye que Blake no está lo suficientemente enfermo como para beneficiarse de una ayuda estatal, por lo que se ve obligado a recurrir a un programa de ayuda para situaciones de desempleo, mismo que a su vez le exige buscar el trabajo que, por motivos médicos, no puede aceptar.

Si no se tratara de una situación dramática y muy común en esa Inglaterra neoliberal, que desde los gobiernos sucesivos de Margaret Thatcher y Tony Blair ha venido minando el estado de bienestar que se construía en la isla británica después de la Segunda Guerra Mundial, y que el propio Loach describe magistralmente en su documental de 2002, Spirit of ’45, la cinta que ahora ofrece sería una comedia, cáustica ciertamente, y muy efectiva, como muchas de aquellas obras en las que antes ha exhibido su formidable sentido del humor.

El tono aquí, sin embargo, es grave. Las situaciones cómicas en las que el protagonista debe lidiar con la cerrazón de funcionarios menores o con su propia incapacidad para entender las nuevas tecnologías que debe emplear para realizar sus farragosos trámites burocráticos, muy pronto se transforman en realidades patéticas. Y es justamente en el sutil equilibrio entre ese drama social y la comedia, donde el cineasta veterano y su guionista predilecto, Paul Laverty, ratifican, de nueva cuenta, su enorme solvencia artística. La solidaridad de Blake, el hombre enfermo, con Katie (Hayley Squires), una madre soltera que se priva de comer para alimentar a sus dos hijos, y el vigoroso frente que juntos improvisan ante la insensibilidad oficial, es un aspecto complementario y muy notable de la cinta.

Imposible no ver en esta radiografía social tan perspicaz del cineasta octogenario, un certero diagnóstico de la quiebra moral del sistema neoliberal que tanto ha contribuido al auge actual de populismos tanto de derecha como de izquierda en Europa, y al diseño mismo de un Brexit radical que todavía escandaliza y sorprende a quienes no supieron valorar, oportunamente, los despropósitos de una prosperidad ficticia basada en la desigualdad social. Durante 50 años, el también director de Riff Raff, Pan y rosas y Mi nombre es Joe, ha demostrado ser un cineasta comprometido con las causas populares. La conjunción de vitalidad artística y clarividencia política que muestra en Yo, Daniel Blake (Palma de Oro 2016 en Cannes) es, muy por encima de mínimos y fútiles reparos críticos, simplemente formidable. Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional, 12 y 17:30.

Twitter: @Carlos.Bonfil